Luis Garrido | 13 de abril de 2017
Cornetas y tambores acompañan las procesiones entonando sobrecogedoras y bellas marchas.
Introducidos de pleno en esta manifestación de Fe tan arraigada entre nosotros, la Semana Santa, con sus oficios religiosos, sus pasos procesionales, las liturgias tan propias, nos encontramos imbuidos de un ambiente generador de sentimientos que afloran, también, por la música de que se hace acompañar.
Hablar de música en Semana Santa es hablar de un estilo, de forma, de maneras y es, sobre todo, hablar de rigor. Ese rigor que acompaña y se desprende de la plasticidad de los pasos procesionales, de la austeridad de los oficios religiosos y de aquellos actos que muestran la pasión de Cristo crucificado. Y esta es la cuestión: la capacidad creativa del ser humano, a través de las manifestaciones artísticas, en este caso la música, hace que hasta el sufrimiento, el dolor, la incomprensión, vamos, la Pasión, se convierta en algo sublime, majestuoso y también íntimo, personal. De ahí lo de “pasión por la música”.
La música sacra es aquella que, compuesta para la celebración del culto divino, está dotada de santidad y bondad de formasConcilio Vaticano II
Las manifestaciones de música que estos días nos envuelven están enmarcadas en ese concepto, jardín de toda variedad, que es la música religiosa. Entendemos, pues, esta, como toda aquella manifestación musical que se identificaría con aquella que es la expresión de un sentimiento religioso, sin estar ordenada en un culto litúrgico. La que sí que hace referencia y obedece a un uso cultural (aunque esto lo deberíamos acotar bastante más) es la denominada música sacra.
Así pues, las marchas procesionales interpretadas por bandas, por conjuntos instrumentales como los de cornetas y tambores y otras agrupaciones, forman parte de esta música religiosa que nos ayuda a comprender e interiorizar todo el misterio contenido en la Semana Santa. Porque no entendemos una procesión, con sus pasos, sin esta música. Auténticas obras maestras, las marchas procesionales, descendientes directas nada más y nada menos que de las marchas fúnebres extraídas de obras de auténtico peso de la literatura musical, como el segundo movimiento de la tercera sinfonía de Beethoven o el Adiós a la vida de la ópera Tosca de Puccini.
¿Qué música puede acompañar, en perfecta armonía, a un paso de Alfonso de Berruguete, de Juan Martínez Montañes, Alonso Cano o Salzillo?: las melodías únicas, preciosas y adecuadas de José Font e hijo, el andaluz Germán Álvarez, Pedro Braña y un sinfín de compositores que han hecho de la música de banda procesional un auténtico género musical. Seguro que se puede oír estos días en multitud de lugares la más famosa y, a la postre, seguro que la más interpretada: Nuestro Padre Jesús, del maestro Emilio Cebrián.
La religiosidad popular y sus manifestaciones artísticas son perfectamente asumibles en el ámbito de lo puramente religioso, cuando la persona no solo manifiesta hacia afuera sino que de verdad cree, siente, práctica y, por tanto, celebra en el ámbito sacro, en el templo. Aquí aparece otra expresión, en ese jardín citado antes, pero que es, a mi modo de ver, más sublime. En este caso hablamos de la música sacra, la que tiene una función litúrgica (o la tuvo). Si queremos definirla, nos vamos a la Instrucción Musicam Sacram del Concilio Vaticano II: “La música sacra es aquella que, compuesta para la celebración del culto divino, está dotada de santidad y bondad de formas”. Y, bueno, aquí el “fondo de armario” ya sí que es impresionante, pero no de períodos de estilo o de épocas, ni de cualquier concepto; es impresionante en sí misma desde el momento mismo en que el cristianismo aparece y se extiende, especialmente por Occidente.
Los que tenemos pasión por la música y, además, sacra, tenemos también un punto álgido de encuentro con ella en estos días de Semana Santa. A nivel artístico, tenemos festivales que recogen siempre buenas muestras de ello; citemos, en primer lugar, el de la Semana de Música Religiosa de Cuenca, todo un clásico y que este año se ha renovado bajo la dirección artística de mi buen amigo Cristóbal Soler o también el Festival de Arte Sacro de Madrid, que hace apenas unos días que ha terminado.
Y luego está la música en los templos, donde la música sacra se siente perfeccionada en sí misma, pues se interpreta donde y para lo que ha sido concebida. Me consta la dificultad, pero encontrar una catedral, parroquia, iglesia, donde se interprete la música sacra en perfecta armonía con la liturgia es un auténtico deleite para los oídos y el acompañamiento perfecto para la vivencia espiritual. Cada vez más lugares hacen un esfuerzo, destacando en este breve artículo aquellos donde contando con escolanías y coros de cierta calidad, el Triduo Sacro es una explosión de belleza. Ahí están las diócesis de Valencia, Zaragoza, Madrid y muchos más lugares me consta que lo cuidan.
Termino con dos recomendaciones que recogen la tradición y representan al cristianismo europeo y que son de escucha imprescindible estos días, bien en un concierto e incluso en el oficio y, por supuesto, en buenísimas grabaciones que están al alcance de todos: el Officium Hebdomadae Santae de nuestro inigualable Tomás Luis de Victoria y cómo no, la Pasión según San Mateo, del maestro de maestros, Johann Sebastian Bach.