Fernando Jáuregui | 19 de abril de 2017
Ahora, cuando encaramos la segunda mitad del año, sí que empieza la madre de todas las batallas políticas en este secarral de ideas, sede de tantas pugnas inútiles, llamado España. Podría quizá alguien pensar que me estoy refiriendo a la pelea territorial que tiene como escenario una nación, la nuestra, que se resiste, ay, a serlo. Pero no: esa es una pelea lamentablemente secular. Ahora me refiero a algo más inmediato, incluso más espectacular: esa pugna por ocupar el poder en la izquierda. Un gobierno de progreso. Que de eso, de hacerse con el poder, mucho más que de un debate de ideas, se trata. Y la cosa va a tener consecuencias muy serias.
¿Quién, cuando se llega a la recta final en la carrera por las primarias en el PSOE, se alzará con la hegemonía y se convertirá, por tanto, en el principal interlocutor/adversario del Gobierno centroderechista del PP cuando Mariano Rajoy quiera poner en marcha alguna medida, cualquier medida (y eso incluye la ‘operación diálogo’ con Cataluña)? La verdad es que, ahora mismo, casi nadie puede responder con certeza a esa pregunta: ¿un ‘nuevo’ PSOE, en manos de Susana Díaz? ¿Otro partido socialista, controlado por Pedro Sánchez? ¿O acabará estallando en pedazos, como les ha ocurrido a tantos otros partidos socialdemócratas del mundo, la formación creada hace ciento treinta y ocho años por Pablo Iglesias (Posse), dejando el cetro ideológico a lo que vaya a resultar de Podemos?
Podemos, como el PSOE, es un personaje en busca de autor. Y admitamos que pensar que el Partido Socialista actual es heredero directo del de Felipe González es tan absurdo como creer que este Podemos es el sucesor inmediato de aquel PCE
A responder a estas preguntas dedico mis afanes, desde hace meses y con destino a un libro, sin haber obtenido aún respuestas concluyentes: ningún interlocutor ofrece alternativas. Desde luego, la formación morada va a intentar con ganas hacerse con el timón de la izquierda. Cierto que Pablo Iglesias (Turrión) trató hace dos años, con un éxito solamente parcial, de fagocitar a Izquierda Unida, la coalición (federación) aglutinada en 1986, teniendo al ‘histórico’ Partido Comunista de España como principal ingrediente.
Al tiempo, el líder de Podemos, que no pudo lograr un ‘sorpasso’ electoral al PSOE, forzó una amalgama de fuerzas progresistas en Cataluña, Euskadi, Galicia, Valencia, Andalucía y, sobre todo, Madrid, que sin duda registró resultados satisfactorios en las elecciones celebradas tras el nacimiento de la formación morada: nada menos que cinco millones de votos. Pero, en estos momentos, parece que ese montón de sufragios está en franco declive, como en precario está la unidad de esas fuerzas ‘regionales’. Y como en cuestión se halla el propio caldo de cultivo del descontento que dio origen al movimiento ‘indignado’.
En ese movimiento empiezan a surgir alternativas, si no nuevas, al menos ‘remozadas’. El nacimiento de ‘comunes’ (o como quiera que acabe llamándose la formación aglutinada por Ada Colau en Barcelona) marca el éxito de más o menos pequeños partidos periféricos. Que, contra lo que ocurrió hace cuarenta años, cuando el PCE, legalizado en aquel ‘Sábado Santo rojo’, y el PSOE, que se había desembarazado en 1974 de los ‘históricos’ de Rodolfo Llopis, se inspiran más en lo centrífugo que en lo centrípeto. Justo lo contrario de lo que está empezando a ocurrir ahora. Las formaciones que se reclaman progresistas se atomizan. Hoy, el PCE y acaso Izquierda Unida, aún liderada por un Alberto Garzón que se entregó atado de pies y manos a Iglesias, se encuentran prácticamente desaparecidos.
¿Un ‘nuevo’ PSOE, en manos de Susana Díaz? ¿Otro partido socialista, controlado por Pedro Sánchez? ¿O acabará estallando en pedazos, dejando el cetro ideológico a lo que vaya a resultar de Podemos?
¿A dónde ha ido a parar el millón de votos que IU consiguió la última vez que concurrió a las urnas en solitario? ¿Todos a la formación morada, de la que van desgajándose las mareas gallegas, el Compromís de Mónica Oltra en Valencia, los catalanes de Ada Colau, los andaluces ‘federalistas’ de Teresa Rodríguez? ¿A las múltiples soluciones ‘verdes’, alternativas, también alineadas más o menos con ‘lo morado’?
A saber dónde se acabarán resituando los votos de la izquierda, los que huyen del PSOE despedazado, los que aún confían en que el partido fundado por Pablo Iglesias ‘el viejo’ vuelva a encontrar su lugar, llevado de la mano por un nuevo líder (o lideresa). O los que buscan en ‘soluciones periféricas’, como la que acaba de alumbrar la alcaldesa de la Ciudad Condal, una salida a sus inquietudes, críticas siempre con el sistema actual, en el que ‘la derecha’, o el centro-derecha, impone de manera indiscutible sus criterios, sus doctrinas, sus recetas, su táctica y sus estrategias. Hay veces en las que parece que Rajoy se siente capaz de gobernar como si tuviera mayoría absoluta; y, si no le dejan hacerlo, pues hala, convoca elecciones y las gana, con lo que, para la izquierda, peor puede ser el remedio que la enfermedad.
Porque reconozcamos que Podemos, como el PSOE, es un personaje en busca de autor. Y admitamos que pensar que el partido socialista actual es heredero directo del que Felipe González sacó de Suresnes en 1974, apoyado por Willy Brandt y, un poco menos, por Mitterrand, es tan absurdo como creer que este Podemos es el sucesor inmediato de aquel PCE que, a base de realismo y cesiones, Santiago Carrillo logró que fuese legalizado en 1977. Todo ha cambiado mucho, puede que demasiado, en los prados de la izquierda…
Bueno, y en todos los prados, también en los de la derecha, tanto en el panorama nacional como en el europeo y el mundial. Ya no existen ni la Internacional Socialista como tal ni, desde luego, la ‘fraternidad’ comunista, que se cayó con el muro de Berlín en 1989. Hoy, el socialismo europeo se debate entre la fórmula ‘gauchiste’ del candidato francés Benoît Hamon, que ha dejado en la cuneta al muy, muy moderado Manuel Valls, la del extremista británico Corbyn y la del realista alemán Martin Schulz, única esperanza, Tsipras y el portugués Costa aparte, de ver próximamente a alguien medianamente de izquierda en un gobierno de la ‘primera línea’ de la UE.
La posibilidad de un gobierno que pudiésemos llamar ‘de progreso’ está cada vez más lejos. Quizá a las ambiciones personales de Iglesias y de Sánchez, el ex secretario general del PSOE y aspirante a lo mismo, hay que ‘agradecérselo’
Porque lo que es en España, ahora que encaramos la cuadragésima conmemoración de aquellas Cortes de facto constituyentes de junio de 1977, eso, la posibilidad de un gobierno que pudiésemos llamar ‘de progreso’, está cada vez más lejos. Y quizá a las ambiciones personales de Pablo Iglesias (Turrión) y de Pedro Sánchez, el ex secretario general del PSOE y aspirante a lo mismo, hay que ‘agradecérselo’. Quisieron a Rajoy en la oposición y, a base de torpezas y arribismo, lo han fortalecido en el sitial de La Moncloa, símbolo del máximo poder, que es algo que el presidente sabe manejar con harta soltura.
La izquierda española no parece actualmente capaz de oponer ideas a los que esa izquierda llama ‘tópicos’ con los que gobierna –pero, en fin, gobierna- la derecha. De manera excesivamente rápida, nos han ido decepcionando desde el trepador Sánchez hasta el ahora silente, agazapado, Errejón. Pasando por el ‘ideólogo’ de difícil sonrisa Madina, el jovencísimo inexperto Garzón, el auto-emergente Urquizu o la propia ‘lideresa’ andaluza, parece que más aficionada a los discursos que a los ‘programa-programa-programa, que era el lema por el que se regía el hoy ‘podemita’ Julio Anguita. Los cito a todos ellos así, en deliberada mezcolanza, porque a veces no se logra distinguir bien lo que dicen –y, sobre todo, no dicen— unos y otros; no hay un pensamiento propio digno de tal nombre en los prados del progresismo.
Y conste que reconozco que algunas proclamas interesantes se han alumbrado hace tres semanas en la ‘cumbre’ de los nuevos comuneros catalanes –Cataluña siempre ha sido fértil tierra de ideas políticas nuevas, desde la FAI hasta Esquerra, aunque luego se adulteran o se corrompen- : pero la verdad es, tenemos que reconocerlo, que ni Ada Colau ni Oriol Junqueras son Pablo Iglesias o Joan Tardá. O los enloquecidos de la CUP. O los ‘separatistas avant la lettre’ de Bildu, a los que erróneamente se sigue ligando con la desaparecida ETA. Si hay fórmulas nuevas para el debate territorial, social y económico en España desde un prisma progresista, creo que los Colau y Xavier Doménech tendrán algo, quizá no demasiado, pero algo, al menos, que decir. Ojalá lo que digan no pase por la palabra ‘independencia’, que no es precisamente un referente de lo que la izquierda, internacionalista por definición, ha querido encarnar desde siempre. Separatismo para nada es progresismo.
Se inquietan los fieles al ‘susanismo’, junto con el Ibex y otras muchas instituciones, quizá esté preparándose para dar un corte de mangas y votar contra el ‘establishment’, es decir, posibilitar el regreso de Sánchez a la secretaría general
Con la perspectiva que nos da el tiempo, comprobamos que ni Vistalegre 2 sirvió para depurar mensajes y debates, más allá de ver por cuánto derrotaba Iglesias a los errejonistas en fuga. Ni de la pugna interna, feroz, en el PSOE, está surgiendo más idea para la mejora del país que la proclamación de que Patxi López sería mejor mandando en Ferraz que Sánchez o que Susana Díaz y viceversa. Así que, en este plano, todo va a depender de ‘las bases’. Y la militancia, se inquietan los fieles al ‘susanismo’, junto con el Ibex y otras muchas instituciones, quizá esté preparándose para dar un corte de mangas y votar contra el ‘establishment’, es decir, posibilitar el regreso de Sánchez a la secretaría general. Y, de paso, dar una patada en las espinillas a la Historia, representada por Felipe González, Guerra, Rubalcaba, Bono, los ‘barones’ y otros símbolos del pasado ‘caduco’, que -¿para mejor? ¿para peor?- no volverá, seguramente.
Ahora, a ver con qué lo sustituimos. Nos estamos, todos, izquierda, centro y derecha, jugando mucho en este drama cuyo desenlace tendrá lugar en mayo y junio. O sea, dentro de muy pocas semanas: ¿estamos preparados para lo que viene, sea lo que sea?
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