Antonio Olivié | 19 de abril de 2017
La autenticidad y la popularidad del papa Francisco están fuera de discusión en la mayoría de los grandes medios informativos. Su capacidad de atracción hace difícil un ataque frontal a quien hace cabeza de la Iglesia. A partir de ahí surge un discurso recurrente, de una gran simplicidad, que logra erosionar el cuadro completo: «Francisco es un buen tipo, pero se enfrenta a una Curia que no le aprecia, conservadora». Esta premisa sirve para justificar errores o descalificar a personas, según convenga en cada ocasión.
La idea es detectar un culpable de todos los males y el término ‘conservador’ ayuda a deslegitimarlo. Al igual que sucedió con la crisis económica en España, donde se hablaba de ‘los mercados’ como un agente diabólico, aquí se presenta ‘la pérfida Curia’ como rémora para el progreso de la Iglesia. Daniel Lacalle desmontó la farsa con su brillante libro Nosotros, los mercados y espero que alguien se lance a escribir un día Nosotros, la Curia.
Un primer capítulo podría narrar cómo la caída de las dictaduras comunistas en Europa del Este fue un logro de Juan Pablo II, secundado por un magnífico trabajo de la Curia Vaticana, de quienes se ocupan de la labor diplomática. Son ellos quienes realizan un trabajo discreto que logra allanar las relaciones entre Cuba y EE.UU., ya con el papa Francisco, o afirmar el proceso de paz en una Colombia profundamente dividida. Sí, el trabajo de la Curia ha sido esencial en todos esos acuerdos.
Un segundo capítulo podría contar cómo el impulso social del papa Francisco, sin la Curia romana, se quedaría en meras palabras. ‘La Curia’ es también monseñor Krajewski, el responsable de la Limosnería Vaticana. Un sacerdote que, además de gestionar un albergue para indigentes, personalmente recorre todas las semanas las calles cercanas al Vaticano para gestionar ayuda concreta a quienes viven sin techo.
El Papa Francisco abre una lavandería para las personas sin techo https://t.co/KtvrcYFbN1
— ROME REPORTS (@romereportsesp) April 15, 2017
Por no hablar del nuevo dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, volcado en ayudar a los refugiados de Siria o Iraq sin salir en la foto. Coordinar la extraordinaria labor social de distintas instituciones de la Iglesia no es fácil y algunos de sus responsables han pasado las últimas semanas respaldando la asistencia médica y alimentaria en la zona, disponible para cristianos y musulmanes.
En el Nosotros, la Curia no debería faltar una mención a la ‘Fabbrica di San Pietro’, el departamento encargado de que la Basílica de San Pedro se mantenga como una maravilla de la humanidad, en perfecto estado de conservación y con acceso gratuito. Además, hacen falta decenas de personas para gestionar que las impresionantes ceremonias del Vaticano funcionen como un reloj, gracias a la denostada Curia.
La unidad de la Iglesia, una característica asombrosa dada la diversidad de quienes la componemos, pasa también por la profesionalidad de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sus orientaciones y directrices frenan a visionarios o iluminados, que podrían dividir la institución en miles de grupúsculos carismáticos, tal y como ha sucedido en el mundo protestante.
La Curia son todos aquellos que se ocupan por armonizar la labor de las decenas de instituciones católicas, de religiosos o laicos, pero siempre de acuerdo con principios básicos. Es el caso de la Congregación para el Clero, la de los Obispos, la de las Iglesias Orientales y el de tantos otros departamentos que dan equilibrio a toda la labor de la Iglesia Católica.
En la Curia romana, como en toda institución humana, también hay personas corruptas. El Papa lo reconoce, pero recuerda que “también hay muchos santos”, que trabajan sin buscar protagonismo. Es evidente que si la mayoría de la Curia desentonara, la orquesta que dirige el papa Francisco no sonaría como una sinfonía armoniosa, sino como un grupo de borrachos.