Ignacio Saavedra | 28 de abril de 2017
Hace algunos años, el Congreso Católicos y Vida Pública vivió un momento especialmente dramático y apasionante al mismo tiempo. El moderador de la mesa redonda dijo algo muy parecido a esto: “Advertimos de que esta mesa redonda es la única que no va a ser transmitida por streaming. Está terminantemente prohibido grabar o realizar fotografías, ya que eso pondría en serio peligro la vida del ponente y de su familia”. Los asistentes descubrieron entonces quién era el que estaba anunciado en el programa como “testimonio personal”: un seminarista chino que se hacía llamar Santiago en honor a España y que dejó a los asistentes clavados en sus asientos con su testimonio sobre los atropellos a los derechos humanos perpetrados todavía en pleno siglo XXI por el Partido Comunista Chino.
Valga esta introducción para mostrar que Encadenados. Diarios de mártires en la China de Mao no se refiere a una época terrible pero ya cerrada, sino al comienzo de un proceso que continúa y que interpela a los católicos de todo el mundo. Flota en el aire la respuesta a dos preguntas incómodas: ¿No estaremos siendo demasiado acomodaticios con tal de evitar una persecución cruenta? ¿No estaremos mirando hacia otro lado mientras nuestros hermanos en la fe son masacrados?
El libro que acaba de editar Palabra se centra en los primeros años de la persecución contra los católicos tras el asalto al poder por las armas de Mao Zedong. Mao intentó primero domesticar a los católicos chinos por medio de uno de sus famosos eufemismos: el movimiento de la triple autonomía, que escondía la intención de tener a la Iglesia Católica completamente controlada. Los líderes del catolicismo chino comprendieron enseguida que aceptar la propuesta de Mao significaba apostatar de la fe. Comprendieron, por supuesto, que el rechazo de la propuesta significaba que miles de católicos se verían obligados a derramar su sangre por fidelidad a la Iglesia.
Encadenados consta de cuatro testimonios de católicos que sobrevivieron a la prisión, las torturas y los trabajos forzados: un misionero italiano y tres católicos chinos (un obispo, un sacerdote y un laico). No se ahorran detalles estremecedores sobre la crueldad extrema con que el comunismo chino se empleó contra los católicos, pero el poso que deja su lectura es profundamente esperanzador, porque el lector entiende que, incluso en una situación límite, es posible el perdón e incluso el amor a los verdugos. Se comprende con absoluta nitidez aquel mensaje casi póstumo de Cristo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Junto al enriquecimiento espiritual, Encadenados aporta mucha información y muchas reflexiones que interesarán incluso a quienes prefieran soslayar la dimensión religiosa. Se aprende mucho sobre la Historia de la China posterior al Imperio y sobre lo que significa el comunismo. No hay que olvidar que los encarcelados por Mao, junto a las torturas físicas y los interrogatorios interminables, eran sometidos a un intento de adoctrinamiento ante el que no había término medio: o claudicaban o acababan entendiendo a la perfección la perversidad de la ideología del régimen.
No se ahorran detalles estremecedores sobre la crueldad extrema con que el comunismo chino se empleó contra los católicos
La capacidad de encontrar consuelo en medio de un sufrimiento tan intenso llega con frecuencia a extremos casi milagrosos: “Desde los primeros días de prisión sentí una paz insólita: la de testimoniar a Cristo en medio de los padecimientos de una despiadada persecución. Rememoraba la causa de mi encarcelamiento, es decir, no aceptar el cisma de Roma, y experimentaba un gozo inefable”. Esta capacidad de sobreponerse al sufrimiento no pasó inadvertida a los funcionarios maoístas ni a los carceleros; encontramos en este libro ecos de las reacciones de los soldados romanos ante los mártires de la época inmediatamente posterior a Cristo.
El empeño por prohibir la propiedad privada en China ha dejado claro que la propiedad privada es consustancial a la naturaleza humana y, por tanto, la base de la prosperidad económica
El último de los cuatro relatos, el del sacerdote León Chan, es quizá el que más puede aportar en cuanto a la comprensión de la relación entre el comunismo y el desarrollo económico de China. Ya en época de Mao, los dirigentes del partido comunista percibieron que las comunas acabarían provocando tal colapso económico que el pueblo se rebelaría contra ellos y los desalojaría del poder. No por compasión, sino por miedo a la rebelión, empezó a haber concesiones a la propiedad privada en la década de 1960. Igual que el martirio de los católicos chinos ha servido para que resplandezca aún más la belleza de la doctrina católica, el empeño por prohibir la propiedad privada en China ha dejado definitivamente claro que la propiedad privada es consustancial a la naturaleza humana y, por tanto, la base de la prosperidad económica.
León Chan deja en el lector un mensaje positivo y hasta con un toque de humor: “Nunca como en estos años la Iglesia ha sido conocida en China por todo el pueblo; y conocida, además, bajo una luz favorable. ¡Y pensar que este servicio se lo debemos precisamente a los comunistas que querían destruirnos!”