Marcos Hermosel | 11 de mayo de 2017
En estos últimos días o tiempos, se vuelve a dar vueltas sobre una preocupación secular en el ámbito social y de la educación: la lectura, en especial en niños y adolescentes. Quiere el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte que se lea más, una hora al día, amén de otras medidas relacionadas con lotes de libros, clubes de lectura…
No les aburriré con la tabarra de que los alumnos que leen obtienen mejores resultados académicos y sufren poco fracaso escolar, que los países con hábito lector arraigado alcanzan niveles de calidad educativa superiores, etc. Que esto de leer es bueno parece que nadie lo duda y sus beneficios se atropellan en la puerta levantando la mano. Algunos de estos réditos, los más cansinos y que solemos tener en la boca los docentes y filólogos, son aquellos de la expresión, la riqueza de vocabulario, la ortografía… Desde luego es así, pero a nadie (menos aún a un adolescente) le convenceremos con esto para que lea más o mejor.
El ritmo lento de la lectura crea ilusiones más íntimas y genuinas, potencia la reflexión y da tiempo al espíritu para entender, detrás de la gran mentira de lo ficticio, las verdades profundas de lo real
Más interesante parece el músculo que saca la lectura para espolear la imaginación. Creo que hay niños que no aprecian la lectura porque no imaginan, que no es otra cosa que ver, que crear la imagen de lo leído. Quizá las imágenes audiovisuales de ahora, tan a mano, tan realistas y potentes, llenas de efectos especiales y en alta resolución, hayan terminado por convencer a los lectores de que su imaginación es despreciable, nebulosa y pobre. Sería una pena, porque el ritmo lento de la lectura crea ilusiones más íntimas y genuinas, potencia la reflexión y da tiempo al espíritu para entender, detrás de la gran mentira de lo ficticio, las verdades profundas de lo real. El ejercicio de la lectura es activo y creador, pues si el mundo literario lo pergeña el escritor, en el lector cobra una vida propia.
Pero hay un tercer mordisco a la manzana, el que se dirige hacia la belleza. Se habla mucho ahora de que los profesores somos facilitadores, acompañantes, “sherpas”. Ojalá aprendamos a colocar a la persona en el umbral de lo bello, igual que el guía señala en la cornisa de la montaña la brutal hermosura de las cimas. Mostrar que la literatura, en cuanto arte, produce en el lector una experiencia estética debe ser también nuestra dificilísima tarea. A menudo queremos estimular la lectura sea como sea. Creo que es necesario que se empiece por lo poco, para avanzar hacia lo mucho. Ningún bebé empieza comiendo cocido, pero es ridículo que un adulto coma papillas. Hay excelentes libros para niños y jóvenes, obras que recuerdo con mucho cariño y que crearon en mí mundos que siguen en pie. También gracias a ellos, pude luego visitar los universos ricos, complejos y hermosamente espurios de Rabelais, Cervantes, Tolstoi, Shakespeare, Lorca… Sé que es un reto ambicioso, pero si conseguimos que al menos algunos alumnos se asomen al horizonte de la belleza, les habremos hecho el mejor regalo posible.
Para alcanzar algo de todo esto, la propuesta del ministerio a través de su programa de fomento de la lectura (“Leer te da vidas extra”) me parece un acierto: una hora de lectura al día. Aunque el problema, como siempre, será ver dónde cabe esa hora, cuándo, con quién, cuánto vale, cómo están equipadas las bibliotecas de los colegios (si es que existen)… Pero es verdad que el hábito lector se cultiva generando tiempos y espacios. En una biblioteca, a ser posible, sin móviles ni chismes cerca, solo la persona, el libro, silencio y el olor del polvo sobre los estantes y los lomos de los libros. Que podamos volver a disfrutar de estar solos para estar acompañados. Lo dice Nancie Atwell, ganadora del Global Teacher Prize y cuyos alumnos leen una media de 40 libros al año: “Los devoran porque la biblioteca del aula está llena de historias interesantes, porque disponen de tiempo a diario para leer en la escuela y porque confío en que sigan leyendo en casa todas las noches”.
Mostrar que la literatura, en cuanto arte, produce en el lector una experiencia estética debe ser también nuestra dificilísima tarea
Otras medidas también pueden ser bienvenidas: concursos literarios, blogs de recomendaciones de libros entre los mismos lectores, premios, lecturas en voz alta… Pero nada puede sustituir al íntimo acto de encuentro con uno mismo, con los otros (los antiguos y los nuevos) y con el mundo (los mundos) que es la lectura. Leer o no leer, esa es la cuestión.