Cristina Barreiro | 03 de julio de 2017
Desde Clara Campoamor y Victoria Kent hasta Soraya Sáenz de Santamaría o Irene Montero. En el 40º aniversario de las primeras elecciones de la democracia, se antoja necesario un repaso, a modo de homenaje, a la presencia de la mujer en las Cortes españolas.
Hoy en día, España se sitúa entre los primeros países europeos en cuanto al número de mujeres en las Cortes. En el año del 40º aniversario de las primeras elecciones de la democracia, a todos nos parece un realidad asimilada la participación activa de la mujer en la vida política; sin embargo, esta evidencia tardó más de nueve décadas en consolidarse. La irrupción de las primeras diputadas en el Parlamento supuso un aire de cambio en un país que, parecía, caminaba hacia la modernidad.
#TalDíaComoHoy en 1931, Clara Campoamor y Victoria Kent, se convertían en las primeras mujeres diputadas en España pic.twitter.com/3xD4ZlEe1S
— Congreso (@Congreso_Es) July 4, 2016
Era el año 1931 y la República abría un proceso electoral que sentó, por vez primera vez, a tres mujeres en un escaño: Victoria Kent, Clara Campoamor y Margarita Nelken. Lo hicieron, además, en un sistema electoral -heredado aún del modelo restauracionista- en el que podían ser elegidas, pero no podían votar. Porque la progresiva, aunque lenta, incorporación de nombres femeninos a las aulas universitarias y el espíritu transformador que María de Maeztu había conseguido impregnar en la “Residencia de Señoritas” madrileña se desvelaban como muestra palpable de una transformación en marcha, lo cierto es que las estructuras socio-jurídicas españolas privaban a la mujer de derechos civiles que comenzaban a estar sobre el tablero. Y, aunque conviene recordar cómo durante la dictadura de Primo de Rivera se habían dado muestras de compromiso con los derechos de la mujer, especialmente a raíz de la aprobación del Estatuto Municipal de Calvo Sotelo en 1924 o de la Asamblea Nacional Consultiva de 1927 -en la que participó más de una decena de mujeres y en la que Concepción Loring alzó por primera vez una voz femenina-, el debate en torno a la concesión del sufragio femenino resultó polémico.
La bibliografía en torno a los debates en las Cortes republicanas es extensa, más ahora que los llamados “estudios de género” están dando impulso a líneas de investigación que afloran en publicaciones múltiples de financiación dispar. Los razonamientos enfrentados defendidos en el hemiciclo el 1 de octubre de 1931 han dado lugar a interpretaciones reduccionistas sobre las razones de “oportunidad política” y “aplazamiento” argumentadas por Victoria Kent, flamante directora general de Prisiones y todavía en las filas del radical-socialismo, frente al protagonismo de Clara Campoamor en su empeño, sin ambigüedades ni dilaciones, del sufragio activo para las mujeres, aún en abierta discordancia con su propio partido, el Radical de Lerroux. El semanario satírico Gracia y Justicia llegó a publicar una ilustración en la que se veía a Campoamor boxeando con Victoria. Las sesiones fueron tensas, pero finalmente, y aun con la oposición de diputados como Hilario Ayuso, Novoa Santos o Indalecio Prieto, el artículo 36 de la Constitución de 1931 se aprobó. Sin embargo, Clara Campoamor nunca volverá a revalidar su puesto de parlamentaria: en su libro El voto femenino y yo. Mi pecado mortal, ella misma lo achaca a su resuelto sufragismo.
En adelante, otras diputadas se van a incorporar a las Cortes republicanas. Lo hicieron tras las elecciones generales de 1933, las primeras en las que sí votaron las mujeres y en las que la victoria fue para el centro derecha y la CEDA. El sistema era de listas abiertas y permitía presentarse en más de una circunscripción. Margarita Nelken, todavía militante del PSOE, volvía a sentarse en el Parlamento, ahora acompañada por las también socialistas María Lejárraga -más conocida como María Martínez Sierra-, Matilde de la Torre y Veneranda Manzano.
El papel de Fernando de los Ríos en su apuesta por la incorporación de algunas mujeres a las Cortes, especialmente en un feudo tan señero como era entonces Oviedo, es ciertamente relevante. Pero, sobre todo, llama la atención la llegada a las Cortes de la gran olvidada de entre las parlamentarias de la época: la católica Francisca Bohigas, única representante femenina de la derecha en todo el periodo republicano. Aunque nacida en Barcelona, se había trasladado como maestra a León, donde entró en contacto con instituciones católicas, fundó la Acción Femenina Leonesa (paralela a la derechista Acción Agraria) e ingresó en la lista de los siete candidatos de CEDA-Agrarios por León (entre ellos, el propio José María Gil Robles) que la llevaría, en noviembre de 1933, a las Cortes Españolas.
La “señorita Bohigas Gavilanes” -como la trataba el diario El Debate– lo hacía con el respaldo de 72.811 votos. Tenía 40 años y se convirtió en la única diputada en sintonía con las posiciones gubernamentales durante el segundo bienio. Centró toda su actividad parlamentaria en asuntos relacionados con la enseñanza y contó con el respaldo de la prensa afín a los intereses católicos que siempre defendió. Fue miembro del consejo de redacción de la revista Ellas, del que también formaba parte la destacada líder carlista María Rosa Urraca Pastor, bien estudiada por el profesor Moral Roncal en diferentes trabajos académicos. Bohigas no revalidó su escaño y volvió a su puesto como inspectora de Enseñanza Primaria, abandonando todo protagonismo político. Fue la única diputada de la República que permaneció en España una vez terminada la Guerra Civil.
Las elecciones de febrero de 1936 –de recobrado protagonismo gracias a la minuciosa investigación de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García– supusieron un vuelco en la composición de la cámara, con el retorno de una discutida mayoría de la izquierda. De nuevo, volvían a sentarse en el Parlamento Margarita Nelken, ahora más próxima a las posiciones que defenderá en su artículo titulado “Las hembras de los señoritos”, publicado en Claridad, el 28 de agosto de 1936; Victoria Kent -que presidirá la Comisión de Justicia e Incompatibilidades-; Matilde de la Torre, directora general de Comercio y Política Arancelaria en el Gobierno de Largo Caballero, y se incorporará por primera vez al hemiciclo Dolores Ibárruri. La líder comunista, diputada por Oviedo, pronunciará en la sesión del 16 de junio de 1936 su resonante discurso contra los dirigentes de la derecha Gil Robles y José Calvo Sotelo. Presidirá, durante la guerra, la Agrupación de Mujeres Antifascistas, será secretaría general del PCE y volverá como flamante diputada a la Cámara en 1977 -41 años después de la primera vez- para presidir, en compañía de Rafael Alberti, la mesa de edad de las Cortes.
En 1939, el nuevo modelo político franquista empezaba a gestarse. No será hasta la aprobación de la “Ley constitutiva de las Cortes” de 1942 cuando un órgano consultivo vuelva a sentar a procuradoras en la cámara, aunque lo sean ahora sin función soberana. En las primeras legislaturas (1943-1966), los nombres de Pilar Primo de Rivera y Mercedes Sánz Bachiller toman protagonismo. Pilar Primo de Rivera, como consejera nacional del Movimiento, ocupará su puesto como procuradora hasta junio de 1977. Por su parte, la viuda de Onésimo Redondo y fundadora de Auxilio Social lo será como jefe de la Obra Sindical de Previsión Social. Cuando en los años sesenta -en una etapa de evolución hacia la “democracia orgánica” y en pleno ascenso de la tecnocracia a las altas esferas políticas- se incorpora el denominado tercio familiar (1967), tres mujeres más pasan a formar parte de esta minoría femenina: Belén Landáburu, Carmen Cossío Escalante y Ana Bravo Sierra. A ellas, se sumarán, en 1971, Mercedes Sanz Punyet, Montserrat Tey y las representantes de la Sección Femenina Teresa Loring y Mónica Plaza de Prado. Estas últimas se abstuvieron en la votación de la Ley para la Reforma Política.
El papel de las mujeres en la Transición ha sido trabajado por el profesor Álvaro de Diego, en diferentes estudios que, en estas fechas de conmemoraciones, recobran toda su actualidad. En las elecciones de 15 de junio de 1977, solo un 13% de los candidatos al Congreso fueron mujeres: 21 obtuvieron acta de congresista en aquellos comicios. Conviene, por tanto, poner en valor en estos días el lento acceso de la mujer a la vida pública y hacerlo también en un tiempo de tránsito desde un régimen autoritario a una democracia parlamentaria. “De la ley a la ley”, sin quebrar la legalidad establecida por el sistema precedente.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.