Javier López-Galiacho | 04 de julio de 2017
Inconsolable
Javier GomáDel 28 de junio a 23 de julio de 2017Teatro María GuerreroCalle de Tamayo y Baus, 4 (Madrid)Sitio webEste Inconsolable, por su profundidad y el alcance de su reflexión, es uno de los ejercicios dramáticos más sinceros que uno ha visto encima de un escenario, salido de un hombre que tan solo frisa los cincuenta, edad donde uno debe renovar las fuentes del entusiasmo.
Con la dirección de Ernesto Caballero, director del Centro Dramático Nacional, y representado por un actor de la solvencia de Fernando Cayo, un cómico que se ha dejado varias suelas por los escenarios de España interpretando obras de Chéjov, Shakespeare o Lope de Vega, el telón para Inconsolable se levantó el pasado 28 de junio.
Siempre hemos creído en la función higiénica del teatro. Es decir, salir de la sala mejor de como se ha entrado. Y para eso es fundamental que la obra se base en un buen texto y que se ponga en escena por actores sólidos. Este reto lo supera sobresalientemente Gomá, pues su texto es un ejercicio arrebatador de sinceridad ante la verdad de la muerte y la condición mortal del hombre, mientras que el actor Cayo y el director Caballero lo aprueban.
Gomá Lanzón, también director de la Fundación March (los March se rodean siempre de inteligencia unamuniana), perdió a su padre a finales del año 2105 y en 2016 nos regaló en el diario El Mundo el texto de este monólogo.
En él describe un itinerario emocional sobre los primeros 40 días tras la muerte del padre, donde los sentimientos son de tal naturaleza que pueden ser calificados de acontecimiento. Un hecho, el de la pérdida de los padres, al que todos, como dice el autor, llegamos vírgenes, ayunos de experiencia, ante esa realidad dolorosa de la orfandad filial.
Creo que ese acontecimiento solo lo entendemos los que hemos perdido al padre, como en mi caso, o a la madre. Es como la pertenencia a una cofradía de melancólicos de la orfandad, y no en todos los supuestos, pues hay familias donde cuecen mal habas y el recuerdo del padre o la madre quema de dolor. No es el caso de Gomá, rodeado de una familia unida, cosida y liderada desde la ejemplaridad de los padres.
La puesta en escena de Inconsolable corría varios riesgos y Javier Gomá los ha superado, casi todos, con nota.
El primero, el riesgo de hacer un simple ejercicio de ego, salpicándonos de “yoísmo” y anecdotario de tertulia a través este monólogo. Nada más lejos. Gomá ha evitado despeñarse por la ladera narcisista y lo ha hecho naturalmente, porque su pensamiento filosófico está marcado por la presencia permanente del otro, del prójimo. Toda su fabulosa tetralogía de la ejemplaridad, que le ha dado un sitio privilegiado en el panorama intelectual español, es una propuesta para mejorar esta sociedad plana que nos ha hecho iguales, sí, pero no mejores, ni mucho menos.
El autor plantea su experiencia, inesperada a pesar de la avanzada edad de ese patricio romano (como lo bautiza) que fue su padre, como una moneda común para ser usada, desde la reflexión, por el prójimo. No intenta contar su propio duelo, sino aquellos aspectos que pueden importar y servir al otro.
También corría el riesgo de haberlo hecho ininteligible, porque la obra filosófica de Gomá alcanza altas cotas y niveles de profundidad para el lector de sus libros, que podía haberse convertido en un boomerang para la compresión del espectador teatral, y más en una día como el del estreno, en que estaba arropado por muchos amigos y autoridades culturales.
Otro riesgo más asumía el monólogo, como es el que esta clase de solitarios actos teatrales están hoy muy categorizados dentro de lo cómico y lo liviano, tipo Club de la Comedia. Y el hecho de aparecer un señor para contarnos en hora y media un informe sobre su duelo no deja de ser un riesgo, pues esta España acelerada y superficial, no es la de Delibes y Lola Herrera en su soberbia Cinco horas con Mario.
#Inconsolable, hoy estreno. La muerte del padre como llamamiento a la vida digna y bella. https://t.co/qcZhcMdJCphttps://t.co/QqCiCyITJ1
— CDN (@centrodramatico) June 28, 2017
Inconsolable, aunque se asuma que nunca hay consuelo para la pérdida del padre, describe las diferentes fases del duelo de ese acontecimiento que nos cae como una piedra en el alma y para el que nunca sabemos si estamos preparados, porque, como dice Gomá, el hombre siempre es un misterio para sí mismo, hasta que se autodescubre.
El texto es un cuaderno de bitácora del proceso de duelo. El camino de la resistencia ante el hecho biológico de la finitud, del intento del autor de adaptación a lo que no tiene ya remedio (soberbia lección de vida es la anécdota de Alemania con sabor a limón y a merluza, hecha consejo por el padre: “Javier, hay que adaptarse”).
Un itinerario, el del duelo, donde se juzga la propia vida ante la muerte del padre, para concluir si uno se ha hecho merecedor de ser hijo, esa piedad filial de la que hablaban los clásicos.
También una etapa de dolor en la que los seres queridos empujan al autor para regresar a lo cotidiano, a esa rutina cinematográfica, que al final le estalla, rebelándose a aceptar la ausencia del padre. Es en este momento cuando la obra alcanza el clímax escenográfico, bien planteado desde el inicio por Paco Azorín, pero también de interpretación de Fernando Cayo y de dirección por Caballero.
No era fácil el reto para Cayo, un actor hecho en el teatro clásico, cuya elección pasa cierta factura a la puesta en escena de un monólogo profundo en su construcción, pero que debería ser muy liviano en el decir, nada engolado. No vamos a discutir a estas alturas la profesionalidad y la talla actoral de Fernando, ni mucho menos. Pero este monólogo está condicionado porque no es algo que se escribe para crear un personaje y que tenga vida propia.
"Se podría producir una especie de beso entre la filosofía y el teatro" @JavierGomaL rueda de prensa #Inconsolable pic.twitter.com/FrQmmVRIOK
— CDN (@centrodramatico) June 26, 2017
Inconsolable es la experiencia en primerísima persona del autor, que no es un cualquiera, además. La producción del pensamiento que vuelca en el texto está muy identificada con Javier Gomá, una mente privilegiada, muy formada, en cierta manera aristocrática, en el sentido de aristos o poder de los mejores, y perteneciente a un mundo de “elite” a la francesa.
Por eso, no cuadra un actor para este papel como lo ha pensado el director Ernesto Caballero, también solvente su prestigio donde los haya. El protagonista de este monólogo no puede ser un personaje pisando el escenario con zapatillas deportivas y la camisa blanca sacada por fuera. No es un personaje de caña de un bar, ni un hombre más, que reflexiona sobre la mortalidad en mangas de camisa.
Durante la hora y media que duró, como espectador de teatro yo me tenía que haber olvidado de Javier Gomá y, en cambio, me pasé la hora y media buscándolo por el escenario (a pesar de tenerlo en el palco contiguo), porque por quien él hablaba, ni me lo creía, ni me identificaba.
A lo mejor solo me pasó a mí, pues soy muy “gomista”, por admirador de su obra y su elocuencia y, además, tengo la suerte de conocerlo y apreciarlo.
Inconsolable es un soberbio texto, porque reflexiona profunda y brillantemente sobre una ventaja que tiene el hombre frente al puro y desagradable hecho biológico de la muerte, como es su mortalidad, fuente consciente de inspiración para los mejores y más bellos momentos de la humanidad, donde el hombre se hace digno e injusta su muerte.
Aplaudo el tramo final del monólogo donde, superado el duelo, aparece el Gomá evangelizador de la necesidad de mejorar el hombre actual, para dejarnos sobre escena una sabia receta para mejorar la imagen de nuestra vida, esos breves ejemplos morales que legamos a nuestros hijos.
Todo conocimiento es póstumo, recuerda Gomá, y este monólogo ayuda, desde la conciencia de ser mortal, a ese oficio, tan difícil y apasionante, de ser hombre. Todo lo demás, está de más.
Felicidades, Javier, por darnos luz en tiempos de penumbra.