Max Römer | 06 de julio de 2017
La Venezuela de hoy está sumida en una lucha por el control de la veracidad de la información. Las redes sociales se han convertido en el terreno sobre el que el Gobierno de Nicolás Maduro y todo su aparato mediático esgrimen una labor contrainformativa y el ciudadano común busca esclarecer la realidad que le rodea, aunque sea en 140 caracteres de algún comunicador que le pueda decir qué está pasando.
Mientras los líderes opositores denuncian agresiones documentadas por los manifestantes con sus teléfonos móviles, el gobierno bolivariano en salas de posproducción hace montajes y doblajes en los que se puede ver a Leopoldo López o a Lilian Tintori defendiendo a la constituyente. Todo un proceso de (in)comunicación y (des)información que hace mucho más perversa la realidad que vive el venezolano a diario. Manipulaciones mediáticas que terminan siendo parte de la era de la posverdad.
Una tarea ardua la de los comunicadores venezolanos y sus colegas apostados como corresponsales en Venezuela: el desmontaje de la propaganda de un régimen que, por momentos, luce fuerte y, a ratos, parece que se desvanece. O, por el contrario, tratar de hacer coherente el storytelling de la oposición, una historia con demasiados actores como para seguir el hilo de la trama.
El problema fundamental está en que todo el sistema de medios de comunicación ha sido desmantelado desde hace mucho. Hace diez años, Hugo Chávez expropió a Radio Caracas Televisión -RCTV- con una acción vengativa contra Marcel Granier, presidente de ese canal, por los resultados del paro petrolero de 2002-2003 y el golpe de Estado que cometiera Pedro Carmona Estanga en abril de 2002. Las expropiaciones de medios de comunicación han sido el sino de los gobiernos chavistas. Solamente en materia de estaciones de radio, 240 señales han pasado a manos del Estado. Ante la presión gubernamental, algunos propietarios de televisiones han cedido vender sus concesiones a afectos al régimen, como lo fue el caso de Globovisión, y otros medios han tenido que plegar sus criterios editoriales ante la posibilidad de ser expropiados. Si se trata de medios impresos, igual destino tuvo el diario más antiguo, El Universal, por citar uno. Y los que resisten apenas sí circulan por no tener acceso al papel para imprimir.
Los ciudadanos han tratado de tomar en sus manos el control informativo con el apoyo de periodistas que creen, significativamente, en el valor del acceso a la información. Las redes sociales y WhatsApp se han convertido en el medio ideal de transferencia de información de todo tipo. Adoptan el rol de servicio público, como búsqueda de medicinas, denuncian los movimientos de los militares para cercar a los manifestantes entre calles, destacan los restos de la institucionalidad.
Los periodistas van procesando toda esa información, buscando tener la mayor de las sindéresis para alcanzar la veracidad esperada en todo proceso de comunicación y, nuevamente, los ciudadanos se convierten en los multiplicadores de los mensajes con sus herramientas de bolsillo. Todo un ejercicio de información y comunicación que traspasa las fronteras del cerco mediático del gobierno o dan lustre a lo que el chavismo quiere hacer ver.
Mientras todo eso ocurre, los laboratorios de manipulación de información del chavismo hacen lo propio por crear la cara amable régimen. Editan, transforman, circulan tergiversaciones de la realidad, crean espectros, hacen ver normalidad donde hay indefensión, dan alternativas alimentarias, plantean soluciones políticas, hacen tiros de cámara en los que se hace creer que el líder del PSUV está rodeado por un baño de masa roja y, como última carta, cuando merman los recursos mediáticos, difunden la felicidad de gobernar que siente Nicolás Maduro como danzante de salsa. Una acción de endiosamiento al liderazgo dictatorial en ese régimen populista.
Cuando los políticos y los partidos merman en su acción hacia la construcción de Estado, los medios de comunicación y los periodistas adoptan un rol cívico fundamental: darle visibilidad al ciudadano otorgándole institucionalidad a su vida en sociedad. Una labor altruista la de los comunicadores que, por adoptar ese rol, son perseguidos en diferentes latitudes, especialmente la latinoamericana.
EN VIVO | Efectivos llegan a la Plaza Altamira para reprimir a los manifestantes que se encuentran en la zona https://t.co/jTExKUnKFE
— NTN24 Venezuela (@NTN24ve) July 4, 2017
Esa situación ha generado que muchos profesionales de la comunicación y del periodismo hayan tenido que migrar desde Venezuela hacia diferentes naciones y es desde sus nuevos puntos de vista que esgrimen sus plumas para la denuncia de los desmanes del chavismo o, en otras ocasiones, para esclarecer las posturas que, desde la oposición, se pretenden destacar. Son observadores y, con esa capacidad de adoptar la posición del equilibrio informativo, llevan a los lectores de los medios, a esos voraces participantes de las redes sociales, contenidos documentados para luchar con la mejor de las armas contra las dictaduras: la información.
Así, si el gobierno usa a los medios de comunicación que le son afectos, o de su propiedad, para la difusión de mensajes manipulados que hagan creer que todo se normaliza o que los líderes de la oposición están supuestamente plegados a las propuestas de esa nueva institucionalidad que pretende la asamblea constituyente; los comunicadores, en alianza con los ciudadanos, desbaratan con argumentos y pruebas la verdad del hambre y la opresión que se vive en las calles venezolanas desde hace casi dos décadas y, en especial, desde hace tres meses.
Un ejercicio de sindéresis informativa, de equilibrio comunicacional para tratar de comprender cómo es la Venezuela de hoy.
En síntesis, tiempos de (in)comunicación y (des)información. El ciudadano crea para sí una posverdad aterradora, porque no sabe a ciencia cierta a qué atenerse y, así, adopta lo que más le conviene. Liderazgos que emergen, se desvanecen, se tiñen de adalides, construcciones idealizadas desde Twitter. Realidades que no se sabe si existen o no. Indefensiones que mantienen al ciudadano en vilo.