Andrea Reyes de Prado | 07 de diciembre de 2016
La medida exacta de lo inmedible. Alcanzar la perfección del movimiento. El equilibrio entre la intensa y desordenada efusividad de la catarata y la serenidad precisa del río. Escritor y editor frente a frente con sus manos como redes. Uno empujando hacia abajo, hacia la profundidad de su ser, hacia todo lo que de sí ha entregado a la literatura. El otro tirando hacia arriba, no; demasiadas palabras, demasiado peso. ¿Qué dejar pasar, qué detener y desechar, qué modificar? «Eso es a lo que tememos los editores. ¿Realmente mejoramos los libros… o sólo los hacemos diferentes?».
EL EDITOR DE LIBROS (GENIUS)
(Reino Unido, 2016)
Dirección: Michael Grandage
GuiÓn: John Logan (basado en la biografía de A.Scott Berg Max Perkins: editor of Genius).
Reparto: Colin Firth, Jude Law, Nicole Kidman, Laura Linney, Guy Pearce, Dominic West
Duración: 104 min
Género: Drama / Biografía
Tras la puerta siempre abierta de su despacho, en la prestigiosa casa de Charles Scribner’s Sons, el discreto, exigente y audaz Maxwell Perkins descubrió y apostó por tres de las voces literarias más importantes de Estados Unidos: F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y Thomas Wolfe. Tres hombres que por encima de hombres eran escritores y, por encima de escritores, tal vez genios. Una cualidad que convierte a quien la posee en un ser tan atractivo y apasionante como complejo, arrasador y difícil de tratar.
La intensa relación entre Max Perkins y Thomas Wolfe durante la publicación de las dos primeras y grandes novelas de éste, El ángel que nos mira (1929) y Del tiempo y el río (1935), es el argumento de El editor de libros, película con la que Michael Grandage, de larga experiencia en teatro y televisión, se estrena en el cine. En ella dirige, por las calles de la Nueva York de los años treinta, a Colin Firth, Jude Law y Nicole Kidman –buena elección para dar vida a estos personajes– en esta adaptación de la célebre biografía de Andrew Scott Berg Max Perkins: editor of Genius (Premio Nacional en 1980). Una recreación en la que se respira un aire clásico y se disfruta de una fotografía esmerada y sobria que recuerda a otras películas de temática o corte similar como La ladrona de libros (2013), El discurso del rey (2013) o Capote (2005).
Dos personas opuestas, dos miradas, dos ritmos incompatibles. La contención y el exceso, el silencio y el grito. Max Perkins (Colin Firth) fue para Thomas Wolfe (Jude Law) lo más parecido a un amigo que nunca tuvo. Alguien que le apreciaba, admiraba y deseaba sacar de él lo mejor que celosamente resguardaba. Y que le decía la verdad. Fue el sosiego y el orden que necesitaba, saber hacerse río. Wolfe en cambio, para Perkins, fue una repentina inundación. Un despertar, una sacudida. Un abrirse a la vida sin pudores, sin complejos, sin prejuicios. Sin miedo. Dejarse llevar por las emociones, jamás frenarlas, abrir la presa y soltar el agua. Ambos necesitaban contagiarse del otro, equilibrar su carácter. Pero esa efervescencia amenazó con consumirlos, a ellos mismos, a su amistad y a sus familias; otro aspecto que destaca la película: cómo el largo proceso de edición de las novelas de Wolfe les absorbió tanto que Louise Saunders (Laura Linney) y, especialmente, Aline Bernstein (Nicole Kidman), mujeres del editor y escritor respectivamente, vieron tambalear su vida privada.
No es fácil que dos lenguajes diferentes se entiendan. Wolfe expulsaba de sí con violencia cada palabra que escribía, cada espacio en blanco, cada letra. Cada coma era una gota de sangre que perdía para siempre, y jamás renunciaba a donar a la literatura menos alma de la que aquella le pedía. Sus novelas eran inabarcables, y para cualquier otro editor hubiera sido imposible la labor de pulir, como una escultura que se prevé hermosa pero es aún piedra tosca, esas profundas historias que hablaban de América, de la sociedad, de lo humano… de sí mismo. Poner puertas al campo. Un reto. ¿Una necesidad? Una osadía.
El editor de libros, película recomendada por su calidad y belleza, especialmente a quienes aman las letras; es una cuidada oda, estética y argumentalmente, a dos importantes figuras de la literatura, a la literatura misma y, sobre todo, al arduo y noble proceso de su creación. Crear. Ese acto del que, en su día, Carmen Conde dijo que «no es en el papel donde lo hacemos; ahí, lo que consta es el resultado final, la síntesis. La creación propiamente dicha es una circulación, un respirar, una inmanencia […]. Vivir cada hora, cada luz y cada sombra sin cortarse de la continuidad que nos constituye, es creación». Eso hicieron Max Perkins y Thomas Wolfe, cada uno desde su oficio, cada uno desde su voz. Vivir la literatura.