Juan Pablo Parra | 17 de julio de 2017
Un alto cargo del Ministerio de Trabajo, ahora Empleo, me confesó una vez que, cuando los sindicatos se empezaban a poner demasiado insistentes en las reuniones, hacía el esfuerzo de recordar que, gracias a ellos, él, como todos los trabajadores, tenía 30 días de vacaciones pagadas al año, truco que lo mantenía cordial y receptivo. Muchas cosas debemos a estas organizaciones, aunque no nos demos cuenta en el día a día de nuestra actividad laboral.
Si buscamos una imagen de la defensa de los derechos de los trabajadores, es probable que, antes o después, nos venga a la cabeza El Cuarto Estado, obra del pintor Pellizza da Volpedo, famosa por emplearse en el cartel de la película Novecento. La pregunta es si esa imagen de obreros yendo a la fábrica y la actividad sindical tienen sentido en la era digital. Algunos acontecimientos ocurridos la pasada primavera propician la reflexión.
Empezaremos en este joven periódico de más de cien años. El pasado mes de abril, el profesor Juan Pablo Maldonado publicó en EL DEBATE DE HOY un muy recomendable artículo sobre las fisuras de la huelga como medio de presión, a raíz de una sentencia del Tribunal Constitucional. Este pronunciamiento venía a abrir la puerta al “esquirolaje tecnológico”, es decir, la sustitución de trabajadores en huelga, no por otros trabajadores (práctica prohibida), sino por medios técnicos.
Este varapalo a la noción tradicional de huelga no impidió a Pepe Álvarez, secretario general de UGT, amenazar con “parar las fábricas” en su discurso del Primero de Mayo. Es dudoso que un millenial, precario pero con móvil de última generación, entienda la amenaza de parar las fábricas y se sienta amparado por ella. Hubiera sido más eficaz amenazar con parar Instagram o Twitter.
Parecía, así, que la actividad sindical tradicional perdía uno a cero contra el siglo XXI, cuando los estibadores iniciaron una huelga a la antigua usanza contra el real decreto ley que reformaba su sector con perjuicio para ellos. La imagen de estibadores a la entrada de los puertos no dista mucho del cuadro de Pellizza pero, en este caso, la huelga a lo Novecento, “parar los puertos”, le ha funcionado a este colectivo y la patronal ha tenido que asumir sus reivindicaciones. Empate a uno entre la economía de vapor y la de fibra óptica.
Ante este golpe a la modernidad, alguien podrá decir que la estiba es esencialmente la misma desde los fenicios y que, con cuatro neumáticos ardiendo y una barricada, se puede parar un puerto, cosa que no vale para nada en los tiempos de la digitalización y la “on demand economy». ¿O es posible continuar el partido en la economía actual?
Es verdad que las concentraciones de obreros en las factorías, origen de los sindicatos, son impensables en una economía digital, donde un smartphone es suficiente para entrar en el proceso productivo, esté donde esté el trabajador. Pero precisamente esa misma tecnología está uniendo a los trabajadores en el nuevo modelo productivo, con un alcance muy superior al pasquín y el cartel. “Las Kellys” (camareras de piso) o “Ridersxderechos” (repartidores de comida) son iniciativas de las redes sociales que, ajenas a los grandes sindicatos, realizan una actividad perfectamente identificable como sindical.
La Constitución de 1978 otorga a los sindicatos y a las asociaciones empresariales el carácter de instituciones básicas del Estado, colocándolas en su articulado entre los partidos políticos y las Fuerzas Armadas, como expresión de su peso en la vida económica y social. El desarrollo del modelo constitucional se ha dirigido a dar relevancia a unas pocas organizaciones sindicales, que sirvan como interlocutor estable ante empresarios y poderes públicos.
Con cierta similitud a la desaparición del bipartidismo en la política, existe actualmente un riesgo de que los sindicatos “tradicionales” se queden en la fábrica, mientras la actividad económica se muda a internet. En esta transición del modelo productivo se corre el riesgo de que nuevas organizaciones, carentes de una visión global y coherente de la defensa de los trabajadores, asuman un liderazgo social que pueda generar más conflictividad que acuerdos y más dificultades que soluciones. Los buenos abogados reconocen las ventajas de negociar con una representación sindical asentada y experimentada y estas mismas ventajas son extrapolables al conjunto de la economía.
En este sentido, el presidente de la CEOE, quien está al otro lado de la mesa, expresó en la celebración del 40 aniversario de esa organización que “los llamados agentes sociales estamos reflejados en el artículo 7 del título preliminar de la Constitución y somos, debemos ser los elementos claves para todo tipo de acuerdos económicos y sociales con todos los Gobiernos sirviendo de apoyo y colaboración.”
Se hace, pues, absolutamente necesario que los sindicatos instalen wifi en el cuadro de Pellizza. Veremos.