Fernando Jáuregui | 17 de julio de 2017
Faltan dos meses y medio para el temible 1-O y ya no caben distracciones ni lanzar balones fuera. Cataluña es un problema serio y conviene empezar a considerarlo así, sin que ya quepa encogerse de hombros diciendo que no habrá referéndum porque no es legal ni independencia porque es imposible. Y no será con meras palabras a lo Rajoy, con hablar de “radicalismo”, o de situación ” próxima a la dictadura”, o de “purgas”, “caza de brujas”, o “depuraciones” como se arregle la cuestión. Ni se solucionará con referencias vagas, nunca concretadas, a una reforma constitucional que “guste a los catalanes”, como hacen los socialistas: ¿qué reformas son esas, señor Sánchez, señor Iceta? Ni llegará el arreglo simplemente dando la espalda a toda veleidad nacionalista, como hacen los de Ciudadanos. Y menos aún, poniendo una vela a Dios y otra al diablo, diciendo sucesivamente sí y no a un referéndum al que se quiere matizar y (des)calificar, como los de Podemos.
Benvinguts els nous consellers i la nova consellera del @govern de Catalunya. #Govern1Oct pic.twitter.com/WQ1TSQC4xt
— Carles Puigdemont (@KRLS) July 14, 2017
Hay en ciernes, o ya ni siquiera en ciernes, un conflicto muy importante, agravado día a día con planes y ocurrencias nuevos procedentes de la plaza de Sant Jaume. Lo último, esa remodelación del Govern de Puigdemont para asegurarse fidelidades de cara al referéndum secesionista que el molt honorable pretende celebrar dentro de, repito, solamente dos meses y medio. Así que ahí, a la vuelta de la esquina, tenemos la prueba de fuego más seria para la democracia española –e incluyo el ‘tejerazo’ del 23 de febrero de 1981—y aquí, como si nada. Con el hatillo listo para irnos de vacaciones. Ante este panorama de secarral ‘en Madrit’, Puigdemont, de huida hacia adelante, va y remodela su Govern a base de echar a los tibios –con reconocimiento expreso a sus méritos, lo que no ha engañado a nadie—y los sustituye por ‘duros’ a los que el incumplimiento de la legalidad les parece lo más normal y natural del mundo, y desoír las resoluciones el Tribunal Constitucional, justo lo mejor que hay que hacer en la vida.
Saben que no está el horno para bollos de tibios y entonces el molt honorable nos trae, perdón por el mal juego de palabras, a Forn. Joaquim Forn, un ‘alter ego’ del president en su fanatismo independentista al que se le ha encargado nada menos que la jefatura, control y coordinación de los mossos d’esquadra, las fuerzas de seguridad autonómica que tendrían que impedir, llegado el caso, la celebración del referéndum. Y lo tendrían que hacer por encargo del Ministerio del Interior del Gobierno central, un ministerio que ocupa el señor Zoido, al que pocas cosas le hemos escuchado en relación con el problema catalán. Bueno, en realidad no es solamente Zoido el que calla en un Gobierno que, como su jefe, es más bien silente. Tanto que a veces uno, llevado por la euforia, siente la tentación de pensar que esas bocas cerradas y abiertas solamente para lanzar tópicos y advertencias albergan un plan secreto para contrarrestar las locuras de la Generalitat. Sí, pero, ¿qué plan?
Asistimos a un espectáculo en Cataluña con un gobierno autonómico ensimismado en sus rencillas que purga a los dudosos y premia a radicales pic.twitter.com/Vl1Hq6kdl2
— Mariano Rajoy Brey (@marianorajoy) July 14, 2017
En fin, la penúltima de estas locuras se llama Forn. Reemplaza Forn al conseller Jordi Jané, un político al que bien se conoce en Madrid de sus tiempos de diputado en el Congreso: me pareció siempre un hombre afable, moderado, legalista… y poco convencido sobre las posibilidades de que la consulta independentista llegue a buen puerto. Así que Puigdemont ha hecho buena la amenaza bíblica, “porque eres tibio estoy a punto de vomitarte de mi boca”, y se ha cargado, entre elogios, eso sí, a Jané y a otros tres miembros del Govern, también tenidos por no precisamente entusiastas del ‘procés’ tal y como ahora anda el patio. Los ha echado el molt honorable no porque sean traidores, disidentes o incompetentes: los ha echado del Govern porque son realistas y se han atrevido, en el país del nunca jamás, a poner en duda el buen término del ‘procés’. Y eso sí que no.
Forn no va a hornear panes de dudas, ni cuestionará jamás métodos ni resoluciones, por muy suicidas que sean. Él, como Puigdemont, dicen quienes lo conocen, se lanzará de cabeza a las llamas si hace falta, en aras de la independencia: todos quieren ser héroes como Companys, aunque, eso sí, sin que les toquen vidas o haciendas. ¿Quién los frenará, si el influyente vicepresident Junqueras parece también actuar mucho más de pirómano que de bombero? ¿Quién, si el Gobierno central parece a veces maniatado en sus dudas hamletianas?
Cualquiera puede ver con claridad que se masca el conflicto. Los mossos tendrán, si las llamas llegan hasta ese punto, que obedecer bien al Govern, bien al Gobierno central, que es, esto último, lo que indicaría la legalidad, esa legalidad que es de temer que el conseller Forn se pasará, llegado el caso, por el arco del triunfo. Y entonces, ¿qué?
El @PSOE siempre va a estar del lado de la legalidad y la Constitución, pero es importante dar un paso y una salida política. #Cataluña pic.twitter.com/ZpgPU0Ghnt
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) July 4, 2017
Buena pregunta para que Mariano Rajoy la responda –que no la responderá—en su próxima comparecencia ante los periodistas. ¿Hay un plan B? Incluso ¿hay un plan A? ¿Hasta dónde está el inquilino de La Moncloa, hasta dónde estamos todos, dispuestos a llegar? ¿Combinando palo y zanahoria, reformas con aplicación de la legalidad, negociación con firmeza? Inquietantes cuestiones para los próximos dos meses y medio, en los que muchas cosas podrían cambiar en España. Sirva como mera anotación no tan al margen el hecho de que los parlamentarios nacionales tendrán que tomar sus vacaciones estando, por si las moscas, contactables, según se les ha indicado. No vaya a ser que hayan de formalizarse algunas de las disposiciones contenidas en las leyes. ¿Cuáles disposiciones? Sigue el silencio oficial, pero los nubarrones se perciben de lejos.
Yo también, como usted, espero que no llegue la sangre al río. A mí, como a usted, como a cualquiera, también me gustaría que todo se disuelva como un azucarillo, hop, ya no hay problema, porque, como a Rajoy le gusta, se ha podrido. Pero la insensatez de Puigdemont, increíblemente secundado por un personaje al que la mayoría consideraba con algo de sentido común y cierta talla política, como Oriol Junqueras, está poniendo al Estado contra las cuerdas. Y me da la impresión de que ni conviene poner al Estado entre la espada y la pared ni, por su parte, el Estado puede seguir mirando hacia otro lado, apelando a que la catástrofe no es posible porque no estaba prevista. Algo, por fuerza, tendrá que ocurrir de aquí a dos meses y medio. Algo tendrán que pensar quienes tienen la responsabilidad de hacerlo, porque el choque de trenes, en el otoño caliente, puede ser grave. Muy grave.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.