Teresa Partearroyo | 08 de agosto de 2017
Estos últimos años, la obesidad, especialmente infantil, ha crecido muy rápido y sigue creciendo en todos los países del mundo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), España es uno de los países de la Unión Europea (UE) con mayor prevalencia de sobrepeso y obesidad infantil. En el periodo infanto-juvenil, la obesidad se ha definido como un acúmulo excesivo de grasa que conduce a un estado ponderal cuyo contenido graso supera un estándar prefijado según altura, edad y sexo.
La patogenia de la obesidad se sustenta en un marco multifactorial sobre una predisposición mediada por las características genéticas que presentan los más pequeños. Pero también confluyen en el desarrollo de la obesidad factores exógenos, como son el consumo de alimentos y bebidas de alta densidad energética, el sedentarismo, un bajo consumo de frutas y verduras, un bajo peso en el momento del nacimiento, la ausencia de lactancia materna, etc. Además del sedentarismo y los hábitos alimentarios no adecuados, existen otros factores de riesgo (ambientales no dietéticos), relacionados con la alta prevalencia de obesidad. El exceso de peso en población infanto-juvenil es, por tanto, el resultado de una ecuación compleja en la que intervienen factores genéticos, ambientales, socioeconómicos y psicológicos.
Investigaciones recientes ponen de manifiesto que un desayuno incompleto (desde el punto de vista energético y nutricional), el nivel cultural de los padres, el lugar de residencia, el ocio pasivo, la falta de sueño, etc., están muy relacionados con la alta prevalencia de sobrepeso y obesidad. Se calcula que un 30% de la obesidad en niños y adolescentes escolarizados se explica por estas influencias ambientales modificables, ya que la base genética de la población no puede haberse modificado de forma tan rápida en los últimos años.
En este sentido, el Estudio ALADINO (2013) ha identificado también factores de riesgo asociados a los problemas de obesidad, entre los que cabe destacar saltarse el desayuno, disponer de televisión, videojuegos y DVD en la habitación, ver la televisión más de dos horas diarias y dormir menos de 8 horas. Asimismo, entre los factores sociodemográficos, cabe destacar la influencia de que los padres sean fumadores (especialmente, si son ambos), el bajo nivel de ingresos económicos de la familia y el bajo nivel educativo de padres y madres (especialmente la madre).
De forma similar, el estudio ANIBES observó que los patrones de estilos de vida menos saludables se producían en familias con un nivel socioeconómico bajo. De manera que el grupo de niños y adolescentes que tenía hábitos de vida menos saludables dormía menos horas que aquellos que presentaban un estilo de vida saludable. También el tiempo dedicado al ejercicio físico era más de tres veces inferior que en el grupo con hábitos de vida saludables. Es más, Singh y col. demostraron que los niños que veían la televisión 3 o más horas diarias tenían un 65% de probabilidad de ser obesos que los niños que la ven menos de una hora todos los días.
Por tanto, la actividad física (AF) y su influencia sobre el balance energético se considera un factor importante en la regulación del peso corporal y la ausencia de la misma, puede favorecer el desequilibrio del balance energético a largo plazo. Otro de los factores ambientales relacionados con sobrecarga ponderal infantil es la influencia de la publicidad en el consumo de alimentos. Por este motivo, en el año 2005, se procedió a la elaboración del Código sectorial (Código PAOS) con el fin de establecer un conjunto de reglas que guiaran a las compañías adheridas en el desarrollo, ejecución y difusión de sus mensajes publicitarios dirigidos a menores de hasta 12 años. Sin embargo, en un reciente estudio se ha observado que el 88% de los anuncios en la actualidad infringe el citado código.
El fuerte aumento del sobrepeso y la obesidad en el conjunto de la población de la UE se encuentra ligado a un importante incremento de las enfermedades crónicas, lo que se traducirá potencialmente en una reducción de la esperanza de vida y calidad de vida. Por ello, la prevención podría ser muy eficaz si toda la población adoptará sus estilos de vida (dieta, tabaquismo, AF) a las recomendaciones. Es más, se ha estimado que podría evitarse un 80% de los casos de enfermedades coronarias, el 90% de los casos de diabetes tipo 2 y un tercio de los cánceres.
Por tanto, es necesario tener en cuenta que la detección precoz de la obesidad constituye un elemento importante en la prevención de la morbilidad y mortalidad de la población adulta. Sin embargo, las evidencias sugieren que un alto porcentaje de esta población no realiza suficiente ejercicio físico, tal como recomiendan las guías actuales, y hasta un 56,3% de los jóvenes no llega a cumplir ese objetivo, por lo que es necesario el desarrollo de intervenciones para aumentar los niveles de AF entre los adolescentes, poniendo especial hincapié en las acciones realizadas en el ámbito escolar, donde los adolescentes se encuentran la mayor parte del día, con especial énfasis en las AF en su tiempo de ocio para reducir sus niveles de sedentarismo.