Francisco Javier González Martín | 25 de agosto de 2017
La democracia en España, por desgracia, dista mucho de ser un Estado de Derecho en el que la libertad, la convivencia y la educación o la cultura cohabiten adecuadamente en un ambiente de respeto y progreso. Porque la izquierda sociológica cree poseer una verdad absoluta que la habilita para dominar, mangonear, declarar en exclusiva la naturaleza de lo público y, concretamente, la cultura, la vida académica y la universidad, sin que nada ni nadie hagan algo por evitarlo. Vivimos en una sociedad excesivamente aburguesada, indolente a la vez que ensoberbecida por los derechos y, como alguien ha dicho, esclavos de la propia libertad impuesta desde un solo signo ideológico, ajena a toda responsabilidad ética, jurídica y política, en la que, sin duda, todos somos responsables. Unos por permitirlo, otros porque se aprovechan de esa pasividad de eunuco (la frase es de Joaquín Costa).
Este es el marco general en el que todo lo que no sea arremeter contra el franquismo, la Iglesia y la derecha es considerado de forma negativa y cualquier manifestación en este sentido está mal vista. Bajo el dios Augusto es una frase histórico-literaria atribuida a Séneca, autor de De Beneficis (De los Beneficios). Séneca, como otros, tuvo que callar lo malo del régimen y alabar lo bueno de aquella gloriosa época de “pax romana”. Lo que se escribía no era fuente de peligro, pero sí de problemas -no hay más que observar lo ocurrido a Ovidio Nason, según refirió el Vintila Horia del excelente Dios ha nacido en el exilio (Premio Goncour, 1960)-. Bien, pues como cita el propio Pedro Carlos González Cuevas, al comienzo de su capítulo Los guardianes de la historia. Presencia persistencia y retorno: “La historia se repite”, un principio orteguiano, sin duda. Lo expuesto en tiempos de nuestro estoico hispano-romano es aplicable con mucho a nuestros días. No debe sorprendernos que un país como España, que ha alardeado siempre de estar a la moda, siga ejerciendo, a riesgo de «Être demodée», de ser mas demócrata que nadie. Antes era más papista que el Papa, se quemaban herejes y “marranos”, concepto este último que actualiza a los nuevos inquisidores, de cierta moral democrática, identificados con los guardianes de lo políticamente correcto. Ellos son progresistas convencidos de que deben proveernos de un futuro mesiánico, paraíso de “progres”, con objeto de vigilar lo que se dice acerca de ese pasado, tan preocupante, por estos pensadores del mañana, que han convertido en mitos la República, la Guerra Civil, el franquismo… plagados de maniqueísmos y persecuciones demonológicas y que tienen mucho que ver con un nuevo planeta de los simios.
Presentación del libro Bajo el dios Augusto. Una respuesta a la memoria histórica. Guillermo Gortázar pic.twitter.com/FXl9F9egNm
— Guillermo Gortázar (@guigortazar) May 27, 2017
Puede que tengamos que hacer caso de la frase de Nietzsche que decía que “el hombre no era más que un simio furioso con ciertas pretensiones”. Así, por ejemplo, Podemos, cuando no tiene nada que decir, se arroja al hemiciclo muy indignado, exigiendo homenajes y rehabilitaciones a las víctimas del franquismo, lo que se extiende a los ámbitos académicos. Ahora, también la Guerra de la Independencia se presenta entre otras formas como una guerra civil abierta entre españoles progresistas: invasores, afrancesados, de un lado, y reaccionarios-caníbales, patriotas, de otro, de manera que todo se remite a lo mismo en una visión anacrónica interesada. La nación no existe, España no es un estado unitario sino un recortable, un puzle de nacionalidades, como en tiempos de Pi y Margall. Al parecer, todo el mundo tiene derecho a separarse si quiere, en función de un concepto de soberanía -que deja de ser nacional, para ser otra cosa sin fundamento histórico o jurídico- muy particular. Ante esa situación, los historiadores debemos, al parecer, mantener la legitimidad de este “World pride” festivo-permanente, coreado entre chantajes y vejaciones constantes que no hacen sino ocultar un odio cainita reinventado a modo de fiesta revolucionaria.
La obra la constituyen cinco pasajes de otros tantos historiadores de dilatada experiencia -serios y me atrevería decir que insobornables– como Guillermo Gortázar, diputado nacional, que destaca como uno de los pocos hombres políticos actuales preocupados por el desarrollo de la Historia y que abre el libro con Reyes y batallas. El retorno a la historia narrativa y política, tras la presentación que también es suya. Le siguen Antonio Moral Roncal, con varios premios nacionales e internacionales de Historia Contemporánea, profesor titular de la Universidad de Alcalá, en el capítulo titulado El contemporaneísmo español en la segunda mitad del siglo XX. Entre la ciencia y la política, dedicado al desarrollo de la Historia desde el franquismo a la Transición y sus consecuencias políticas; el muy veterano José Manuel Cuenca Toribio, catedrático de Historia Moderna y Contemporánea y emérito por las Universidades de Córdoba y CEU, que desarrolla una crítica a La dorada pátina de la historiografía marxista; Alfonso Bullón de Mendoza que, como el anterior, no necesita de presentación en un órgano como este, miembro de una saga de historiadores y empleados públicos al servicio del Estado español, autor del apartado De la parcialidad de algunos historiadores españoles, y el profesor titular de la UNED Pedro Carlos González Cuevas, igualmente de una muy amplia experiencia docente e investigadora, autor del último capítulo: Los guardianes de la historia. Presencia, persistencia y retorno.
Todos ellos denuncian, con su acostumbrada profesionalidad, de una forma muy analítica, las amenazas existentes contra la libertad de cátedra y la actividad investigadora, que han ido reduciendo aun más el papel de la erudición, cuando esta labor se ve diferenciada de la de divulgación. Muchas de las expresiones recogidas por estos autores son vivencias personales, combinadas con una profunda preparación, cientos de lecturas, especialmente de historiadores anglosajones, proveen de esa serenidad formal que, parafraseando al embajador alemán Klemens von Ketteler, respecto del embajador británico Mr. Maxwell McDonald (David Niven) en 55 días en Pekín, en el momento del estallido de la rebelión bóxer “hace pensar que la Providencia debe ser británica”. Herbert Butterfield, Christopher Dawson, John Vicennt, R. J. Evans, A. Tynbee o G. Elton salen con frecuencia en estas páginas.
El profesor González Cuevas habla en términos muy claros en el último capítulo del libro de que “a veces la sociedad española es incapaz de progresar, está condenada a ciclos periódicos de ascenso y decadencia” y, desde luego, “no existen figuras que puedan destacarse en los siglos XIX y XX en España con un Carlyle, Renan, Taine, Michelet, Mommsen, Ranke, Tocqueville, Guizot, Thierry, Macaulay, Pirenne, Braudel, Febvre o Thompson”. Para colmo, existe una guerra ideológica y desgaste que alimenta el morbo y el mercado editorial: la Guerra Civil. No somos capaces de superar esta lacra temática por inercia, incapacidad y cainismo. Cabría pensar si es preciso prohibir hablar de la Guerra Civil durante una década, con objeto de abrir horizontes temáticos a la inmensa relación de contenidos de la Historia Universal y de encontrar cauces para una historia de nuestra cultura, de la civilización occidental. Sí conviene emular la historiografía de Estados Unidos o Gran Bretaña, a autores como Peter Watson y su Historia intelectual del siglo XX, Donald Sassoon en Cultura, el patrimonio común de los europeos o a Judith Coffin y Robert Stacey, ambos autores de la Historia de Occidente.
De hecho, hay otra idea subyacente en el libro: la de cimentar la influencia positiva de lo que se intenta denominar ciencia histórica; algo que es más discutible, pues la Historia no es una ciencia. Los que defienden tal cosa es para salvarla del complejo de inferioridad que parece marcar, por comparación, el resto de los saberes en una era tecnológica, es un valor que tiene mas que ver con la medicina y la antropología que con la mecánica cuántica, desde luego, al margen de las presiones políticas o veleidades partidistas. Pero es indudable que existen otros campos, metodologías y formas de hacer Historia, pues hace ya treinta y cinco años que leímos el Por qué la Historia de Tuñón de Lara, un periodista metido a historiador y que está ya superado.
Conozco a la mayoría de los citados, tengo el honor de trabajar con varios de ellos y puedo decir, con humildad, así como con sincera honradez y orgullo, si me cabe, con alguna discrepancia estrictamente formal, de haberla -son estrictamente positivistas-, que por su intachable trayectoria profesional, constituyen –no obstante- lo mejor de la voluntad regeneradora o de cambio de nuestro país. No son los únicos. Este escrito es una invitación a leer y participar de gran parte de las ideas expuestas; este deseo concentrado en el presente libro, esencial para el desarrollo de la capacidad de pensar en el marco de una libertad ciceroniana, es decir, dentro de los principios del derecho, la ética, el respeto y el buen gusto. Esto es ya de por sí una óptica interdisciplinar, dado que todo es historiable y tiene, a veces, un común denominador. Pues, sin duda, Historia magister vitae est et testis temporum, la Historia es maestra de la vida y testimonio de los tiempos, en De oratoria et oratores. La Historia, como el Derecho, es espíritu y materia, letra y espíritu, es la ley que rige el comportamiento de los hombres.