Luis Núñez Ladevéze | 29 de septiembre de 2017
¿Cómo comprender qué sienten unos y otros catalanes ya separados por el separatismo o qué sienten los demás españoles cuando sufren que puede amputarse su cuerpo? En este ambiente de desasosiego sentimental que nos atosiga como cristianos, leemos la Declaración de la Comisión permanente de la Conferencia Episcopal. El sucinto texto tiene las ventajas y las desventajas derivadas de la anfibología del lenguaje que obliga, inevitablemente, interpretar qué se ha dicho cuando se ha querido decir algo que no está expreso en lo dicho. El comunicado queda expuesto al conflicto de interpretaciones del que avisaba el filósofo cristiano Paul Ricoeur. Como distingue entre “los diferentes pueblos que conforman al Estado” de “lo que el pueblo ha sancionado en la Constitución”, puede quedar claro que “los pueblos” son una cosa imprecisa, mientras que lo que “el pueblo ha sancionado” es una Constitución concreta.
Finaliza la Comisión Permanente de la @Confepiscopal https://t.co/IRuOY3NqHL
— Of. Información CEE (@prensaCEE) September 28, 2017
Esta interpretación me tranquiliza, pero no cura mi desasosiego como cristiano. Ayer vi Operación Antropoid, película de la que sería injusto decir que es un remedo de Los verdugos también mueren, de Fritz Lang. La cinta de Sean Ellis tiene la ventaja, sobre el guion de Brecht, de que construye la trama a partir de los documentos históricos. Lo que pasó en Praga fue que, tras el asesinato de Heidrich, el tercer hombre en importancia del Reich, los asesinos no son desenmascarados en una cena, como el protagonista de Lang y Brecht, sino que están escondidos en una iglesia en la que permanecen hasta que un amigo los denuncia para apaciguar a la bestia nazi en sus represalias contra la población checa.
Me informo entonces de la polémica abierta por las declaraciones del abad de Montserrat, de la homilía televisada del monje que delata la supresión de la libertad de expresión y de reunión, cuando no se ha prohibido siquiera una hoja parroquial, de la toma de partido suscrita por 300 sacerdotes catalanes a favor de la independencia, de los cambios producidos en Trece Televisión a causa de las presiones eclesiásticas catalanas mientras no reparan en la toma de partido de sus sacerdotes… Cuentan que las sacristías, los hospitales y el día de puertas abiertas están preparados para lucir urnas. ¿Algo que añadir para que las iglesias sirvan de refugio a los héroes de la resistencia del pueblo cristiano catalán levantado contra la opresión del tirano constitucional?
El Estado, la Constitución y el Estatuto son reglas, no sentimientos. ¿Cómo hacer comprender que esto no va de agravios colectivos, va de reglas legisladas, no de derechos de los pueblos, sino de los personales, no de si Cataluña es o no “nación”, sino de si se cumplen o se infringen los compromisos traducidos a leyes?
Cuando se exacerba el sentimiento nacionalista pasa lo que Orwell, buen conocedor de Cataluña, describe en sus Notas sobre el nacionalismo: “El nacionalismo es sed de poder mitigada de autoengaño. Todo nacionalista es capaz de incurrir en la deshonestidad más flagrante pero, al ser consciente de que está al servicio de algo mas grande que él mismo, también tiene la certeza inquebrantable de estar en lo cierto”. La apelación emocional toma partido por el sentimiento, si se lo exacerba, lo toma exacerbado, por eso nunca servirá como regla de convivencia.
https://www.youtube.com/watch?v=vWX20gd1YdcLa puntualización orwelliana no juzga el nacionalismo por el sentimiento, sino por la “sed de poder”. Los clérigos buscan salvaguardar la concordia entre hermanos. Pero lo que habrían de plantearse es si su apelación al sentimiento nacionalista ayuda a esa tradición que quieren fortalecer.
Durante cuarenta años, el autogobierno ha ganado paulatinamente competencias al servicio de la clase política dominante que monopoliza el poder y las instituciones; la lengua particular se impone oficialmente; se controla la educación; se abren los consulados en el extranjero; se enmascara la corrupción; las subvenciones se adjudican a dedo del tres por ciento; la televisión pública sirve de instrumento de propaganda; se invaden las administraciones locales; la Policía alcanza autonomía al servicio del enmascaramiento nacionalista; como si no hubiera otra lengua, todas las homilías son en catalán…
Obispos, cientos de sacerdotes y entidades cristianas piden a Rajoy que deje celebrar el referéndum ilegal https://t.co/1lxhjZ7okO
— EL PAÍS (@el_pais) September 23, 2017
De esto no hablan Carles Puigdemont ni Oriol Junqueras. “El buen hombre” señala, gimiente, a los “malos” con el índice. No recuerdan el tres por ciento, ni Penafreta, ni el Liceo, ni el Carmelo, ni las Olimpiadas que transformaron la ciudad. Tras cuatro decenios de dominación política, social y cultural, se presenta el órdago al Estado para aparecer como víctima cuando ni siquiera cumplen las mínimas condiciones representativas que ellos mismos se habían impuesto. Cito a Ernest Gellner, el principal estudioso de referencia académica sobre el nacionalismo: “El engaño y autoengaño básicos que lleva a cabo el nacionalismo consisten en lo siguiente: el nacionalismo es esencialmente imposición general de una cultura desarrollada a una sociedad».
Mayoría parlamentaria, no votos suficientes. La implícita alianza del independentismo ¿cristiano? con la CUP laicista solo puede explicarse desde el cálculo de “la sed de poder”. El órdago se presenta sopesada la debilidad del gobierno vigente; contabilizada la colaboración del nuevo izquierdismo, totalitarismo disfrazado de fuerza electoral que une la CUP a Ada Colau con Podemos; cuando se capta que al PSOE le animan más las zozobras que las convicciones y que el Partido Popular se ve obligado en minoría a pagar el precio de la corrupción propia y de la ajena, incluidas la del tres por ciento, las engañifas de la familia Pujol, los fondos de la disuelta CIU. Es el momento adecuado: ahora o nunca.
Monjes de Montserrat, sacerdotes suscriptores de la carta independentista, religiosos que confían en la vuelta de la buena gente a su redil cristiano: ¿están ciertos de que piensan en los fieles cuando acusan al Estado de represión? ¿Creen de verdad que los totalitarios de la CUP y de Podemos van a cooperar con la cristianización de Cataluña? ¿Es ese el camino a seguir para ahondar en las perdidas raíces cristianas de su descarriada grey? ¿Creen seriamente que esas raíces son distintas de las del resto de España?
Poco importa que la “buena gente” sea o no cristiana. Lo primero es “el autoengaño nacionalista”. Autoengaño que se antepone cuando se anima al independentismo para fortalecer “esas raíces” ya sustituidas por el nacionalismo. Cuatro decenios, y Cataluña está a la cabeza de la secularización anticristiana en el Estado (por no decir España). Es la comunidad donde hay menos bautizos, más abortos, menos matrimonios canónicos, más parejas informales, menos asistencia dominical. El gran triunfo de Montserrat: el exclusivismo catalán en las homilías ha contribuido a la deserción de los que solo son castellanoparlantes. El desamparo sentimental que padecen tantos cristianos españoles, podría contabilizarse en las cruces de la próxima declaración.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.