Justino Sinova | 29 de septiembre de 2017
Se ha dicho que la rebelión de los independentistas catalanes es el atentado más grave que ha sufrido el Estado español desde el golpe del 23 de febrero de 1981. Discrepo. Por sus consecuencias sociales, es el atentado más grave desde el nacimiento de la democracia. Los golpistas militares de 1981 intentaron, con el más amplio rechazo social, obstaculizar la incipiente democracia para restablecer la dictadura militar desaparecida cinco años antes con la muerte de su fundador. Los golpistas catalanes de 2017 violentan, con numerosos aliados, la democracia mediante la elaboración de leyes para la que no tienen competencia, la convocatoria ilícita de una consulta, el desprecio a la opinión del resto de los ciudadanos, la desobediencia al poder judicial y la agitación de las conciencias para romper la unidad nacional y cometer una ilegalidad contra el Estado de Derecho que ampara a todos los españoles.
Los golpistas militares cosecharon la resistencia de la inmensa mayoría de la sociedad, que respondió a la intentona y aplaudió las condenas –aunque a muchos les parecieron escasas- a los responsables, entre ellas tres de 30 años de prisión (para los generales Milans del Bosch y Armada y el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero). Los golpistas catalanes, en cambio, han logrado ya dividir a la sociedad, que es uno de los peores resultados de su locura política inaudita. Hay división entre los partidos nacionales (Podemos apoya a los golpistas, el PSOE los condena aunque a veces también censura a quienes legítimamente los reprimen, mientras el Partido Popular y Ciudadanos permanecen firmes en la defensa de la Constitución). También hay división entre los partidos regionales, donde los proetarras animan el aquelarre secesionista y los nacionalistas vascos se ponen de perfil cuando más se les espera.
"@PPopular @PSOE @CiudadanosCs deben ir unidos contra los que quieren fracturar España" Por F. Rayon @ArsMagazine https://t.co/QVN0MVnxRz
— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) September 25, 2017
La división ha calado también entre la gente. La atribución de culpas al Gobierno nacional por la batahola secesionista ha creado en una parte de los ciudadanos la especulación de que Mariano Rajoy es en gran parte responsable de la deriva excéntrica que lidera ahora Carles Puigdemont, heredero de la obcecación de Artur Mas. Si los líderes socialistas redundan en la tergiversación, muchos les van a seguir, aunque Pedro Sánchez dé muestras de enredarse cada vez que habla de nación, y si los jefes populistas siguen diciendo que es legítimo un referéndum ilegal, muchos se van a preguntar por qué España tiene un Gobierno antidemocrático.
Las cesiones a #Cataluña que prepara el @PSOE de @sanchezcastejon tras el #1Oct. Un artículo de @carloscuestaEM #dbhttps://t.co/PeJejYvYfz
— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) September 25, 2017
Los golpistas catalanes han sido ayudados a insuflar en la sociedad el engaño de que ellos son las víctimas de un Gobierno autoritario y ya no es difícil escuchar el comentario espontáneo de que convendría que la Guardia Civil y la Policía no intervinieran aquí o allá para no provocar un conflicto. La cólera del español sentado que observaba Lope se ha mudado en la confusión del español desorientado intencionadamente. El delincuente que se construye un disfraz mediático de víctima tiene las de ganar en esta sociedad multiconectada a rumores, chismes, fábulas y despistes. Parte de culpa es de este Gobierno que, mientras se ha empeñado en el cumplimiento riguroso de la ley, ha descuidado la gestión del convencimiento, pero es un exceso asombroso recriminar a los buenos e indultar a los malos.
Pase lo que pase en el referéndum y sean cuales sean las exigencias de responsabilidad a los culpables, el daño ya está hecho. Los golpistas han sublimado el odio a los diferentes. El desprecio al “charnego” alguna vez causó gracia, pero hoy es la expresión de la superioridad fatua y del aborrecimiento. Quienes no quieran un referéndum a las bravas no merecen ser considerados catalanes y no tienen sitio junto a la raza preferente. Por eso piden independencia en la calle los inmigrantes africanos, avisados de que es la forma de obtener integración. Los golpistas han logrado establecer la división entre ellos y nosotros, un daño social que va a costar lustros y duras penas superar, que no se circunscribe a Cataluña sino que se extiende a toda España, por cuyas entrañas corre ya desde hace un tiempo el escalofrío de la indignación.