Juan Orellana | 06 de octubre de 2017
«La cabaña» es un film inolvidable que seguramente haga mucho bien.
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En La cabaña, Mack Phillips (Sam Worthington) es un padre de familia marcado por el dolor de la pérdida traumática de su hija pequeña, Missy. Un día, recibe una misteriosa carta que le invita a pasar el fin de semana en la cabaña donde se encontraron los últimos rastros de su hija. Desesperado e intrigado, decide acudir, encontrándose con unos anfitriones inesperados, la Santísima Trinidad: Dios Padre (Octavia Spencer), Jesucristo (Aviv Alush) y el Espíritu Santo (Sumire Batsamaru). Ellos le enseñarán a mirar su dolor de otra manera y a descubrir el poder sanador del perdón.
Esta extraña película del director británico Stuart Hazeldine se basa en la novela de William Paul Young, un hijo de misioneros protestantes, víctima reiterada de abusos sexuales y que, finalmente, rechazó cualquier pertenencia a una iglesia institucional, algo que se deja notar en algún diálogo de la película.
Dado que se trata de un film cuyo argumento es explícitamente teológico y moral, y cuya intención es claramente didáctico-pastoral, y aunque una crítica de cine no es el recipiente adecuado para un análisis de esta naturaleza, parece necesario ofrecer al menos algunas claves generales que permitan entender mejor las aportaciones y carencias de la película.
Partimos de la base de que la valoración que hacemos de La cabaña es muy positiva, incluso desde una perspectiva católica, a pesar de la clara impronta protestante de algunos de sus planteamientos. Propone una interesante catequesis –digámoslo así- sobre el perdón, incluso el perdón a uno mismo, así como sobre el dolor como ocasión de bien. También se podría decir que es una historia sobre el Amor y la Misericordia. Y, además, el guion abandona el terreno de lo políticamente correcto para llegar a plantear, sin rodeos, el perdón de lo humanamente insoportable, como es el caso del perdón al violador y asesino de la propia hija. Y, para ello, trata de exponer la forma en la que Dios mira y ama a cada ser humano, mostrando directamente Su punto de vista, de una forma que probablemente no se había hecho hasta ahora en la historia del cine. Obviamente, se trata de una decisión de guion muy arriesgada, que requiere mucha complicidad y libertad imaginativa del espectador, pero no parece mal resuelta.
Hay algunos aspectos susceptibles de matizar y que, en ningún caso, suponen una objeción insalvable o enmienda a la totalidad. En esa especie de terapia trinitaria, se echa de menos alguna alusión mayor al sacrificio redentor de Cristo, que en ciertas escenas hubiera sido absolutamente necesaria. En la versión americana del film, sí que se encuentra una escena explícita, que en la copia que se distribuye en España, desgraciadamente, no está. También podría haber sido más rico y desarrollado el tratamiento de la libertad humana, insuficientemente subrayada al hablar de las acciones perversas del hombre. Más bien, el film habla de un Mal que actúa y que Dios no puede impedir. Pero, quizá, lo más llamativo es el sutil tono de manual de autoayuda buenista que atraviesa todo el proceso de transformación del personaje y que, inevitablemente, está aderezado de voluntarismo y, sobre todo, de moralismo, por otra parte, de raíces tan protestantes. Pero no es previsible que en España mucha gente perciba esto como un defecto, ya que esa mentalidad moralista protestante hace mucho que se instaló en nuestro catolicismo.
Os compartimos las impresiones de #LaCabaña de algunos de los pases previos que se han realizado. Este viernes en cines! pic.twitter.com/i2m0Hnlz04
— La Cabaña (@lacabanapeli) October 4, 2017
Finalmente, como es de suponer, La Cabaña subraya la relación directa con Dios y en ningún momento se presenta la comunidad cristiana como el lugar donde vuelve a hacerse tangible la presencia real e histórica de Cristo. Además, la propia biografía del director le hace subrayar lo inadecuado de las “religiones institucionales”. Pero estas cosas van de suyo en una película protestante.
A pesar de todas estas matizaciones, el film deja un buen sabor de boca, probablemente porque su reflexión sobre el dolor y la misericordia es muy verdadera, las experiencias que se cuentan tienen muchos elementos de autenticidad y se conjugan bien con la insistencia del pontificado del papa Francisco sobre estas cuestiones, y porque pone el énfasis en el cambio de la persona, más que en el de las estructuras.
Respecto a que Dios sea una mujer, de raza negra, o que el Espíritu Santo sea una joven oriental de evocaciones hippies no parece demasiado relevante. Es pura corrección política, pero no tiene nada a priori reprochable. Es una solución dramática a una cuestión imposible de resolver en términos plásticos y, por tanto, no tiene mucho sentido buscarle lecturas que nada tienen que ver con la propuesta del film. Un film inolvidable que seguramente haga mucho bien.