Juan Caamaño | 12 de octubre de 2017
«La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros«. Así definía Miguel de Cervantes, en el prólogo de las Novelas Ejemplares, la batalla naval que el 7 de octubre del año 1571 enfrentó en Lepanto a las dos grandes potencias de la época: la España de Felipe II, que, junto a sus principales aliados, los Estados Pontificios y República de Venecia, formaban la Santa Liga, y, enfrente, la flota del Imperio Otomano, gobernado por Selim II, un peligro para la Cristiandad ante su avance en el continente europeo y su expansión por el Mediterráneo.
La constitución de la Liga había sido un objetivo de los pontífices desde que, en el año 1453, la ciudad de Constantinopla, el último recuerdo del Imperio Bizantino, había sido ocupada por los turcos. En 1521, habían tomado Rodas, en 1565 Malta y en 1570 comenzó el asedio a Chipre, que cayó al año siguiente. Finalmente, gracias al empeño del papa Pío V, en mayo de 1571 se firmó el tratado por el cual se constituía la Santa Liga por un período inicial de tres años, correspondiendo a España la mayor contribución en dineros, buques y hombres.
Escultura de don Álvaro de Bazán en la Plaza de la Villa de Madrid
La victoria tuvo diferente interpretación para los dos actores principales. El papa Pio V, que dio a la batalla el carácter de cruzada, atribuyó la victoria a la intercesión de la Virgen María, mientras que para el monarca español la victoria supuso la oportunidad de mostrar a los aliados y, sobre todo a los enemigos, dos aspectos centrales de su monarquía: la defensa del catolicismo y su extraordinario poder militar.
Los historiadores coinciden en la importancia que supuso la victoria cristiana de Lepanto, aunque esta tuviera realmente un carácter más simbólico que estratégico, pues los turcos no tardaron mucho tiempo en recuperarse; cuentan que el sultán Selim II, al ser informado de la derrota, comentó: «Me han rapado las barbas: volverán a crecer con más fuerza».
La jefatura suprema de la Liga recayó en don Juan de Austria, que contó con un consejo privado constituido por expertos marinos y militares, muchos de ellos, caballeros de la Orden de Santiago, de los cuales destacamos algunos de los principales:
Como lugar de concentración de la Santa Liga, se designó Mesina (Sicilia), cuyo puerto se iba llenando, desde finales de agosto, de naves, y la ciudad, de marineros, soldados y hombres ilustres. Una vez reunida toda la flota, llegaron a concentrarse 200 galeras, 6 galeazas y 26 fragatas, siendo la aportación del monarca español 90 galeras, 24 naves y 50 fragatas y bergantines. En cuanto a los efectivos embarcados, se repartían entre 13.000 marineros, 43.000 galeotes y 31.000 soldados.
El 16 de septiembre, al son del repique de las campanas, las galeras engalanadas salían del puerto en formación ante el nuncio del Papa que, a bordo de un bergantín, les daba su bendición. La mayor flota cristiana nunca vista ponía rumbo hacia el Oriente en busca del turco.
Pasados los años, Cervantes celebra la victoria por lo que esta había supuesto de motivación para el mundo cristiano: «Y aquel día, que fue para la Cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar, en aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada».
444º aniversario de la Batalla de #Lepanto Cervantes combatiendo en el esquife de la galera Marquesa. pic.twitter.com/WeRgDRI7hE
— Fund. Museo Naval (@Museo_Naval) October 7, 2015
Como soldado del Tercio de don Miguel de Moncada, embarcado en la galera Marquesa, nuestro insigne escritor fue partícipe de los sangrientos y encarnizados combates que tuvieron lugar, a resultas de los cuales recibió dos disparos en el pecho y perdió la mano izquierda, herida de la cual se sentía orgulloso, pues como él mismo escribió: «La tiene por hermosa, por haberla cobrado… militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlos V, de feliz memoria.»
De las muchas enseñas que arbolaban las galeras que aportaba España, tenemos referencia de dos en las cuales estaba representado el apóstol Santiago y que, tras la batalla, se entregaron, una a la catedral de Santiago de Compostela, y, otra, al Santuario de Nuestra Señora de Atocha en Madrid, esta última perdida en la segunda mitad del siglo XIX. El gallardete de la catedral de Santiago, regalo personal de don Juan de Austria y que se supone estuvo arbolado en la galera real, se colgó durante muchos años en la nave central, durante la Novena, al apóstol. Tiene 17,40 metros, es de lino y decorado al temple con representaciones del Calvario y Trono de Gracia, blasones de Venecia, de la Casa de Austria y de Génova, e imágenes de san Juan Evangelista, Santiago Apóstol y san Juan Bautista. Hoy, tras una intensa restauración llevada a cabo en 2009, se puede ver en el museo de la catedral.
La victoria de la Santa Liga encontró pronto su eco en la pintura, donde sobresalían las escenas de carácter bélico y religioso, siendo, en estas últimas, la Virgen protagonista principal. El papa Pío V, dominico y muy devoto del rezo del Rosario, a raíz de la victoria instituyó el 7 de octubre la fiesta de la Virgen de la Victoria ordenando, además, que se añadiera en la letanía de la Virgen la invocación Auxilium Christianorum, ora pro nobis. A su muerte, el papa Gregorio XIII, en reconocimiento a su antecesor, cambió en 1573 el nombre a la fiesta por el de Nuestra Señora del Rosario, motivo por el cual es esta advocación de la Virgen la que pintan los pintores.
Repostero de la casa ducal de Fernán Núñez, 1690 | Museo Naval de Madrid
Tras la victoria de Lepanto, los vencedores debían cumplir con la formalidad del reparto del botín: en total, 117 galeras, 13 galeotas, 117 cañones, 17 pedreros, 256 piezas menores y 3.486 esclavos. Esto, en lo que se refiere a las presas mayores, pero también eran muchos los recuerdos que los señores principales querían guardar y presentar a familiares y amigos a su vuelta a España.
Uno de los señores principales que participaron en la batalla fue don Alonso Gutiérrez de los Ríos y Sotomayor, XIII señor de la villa de Fernán Núñez, en tierras cordobesas. Como recuerdo, reliquia y trofeo de la batalla, se llevó a su casa-palacio un gran trozo de vela de una de las galeras turcas. Un siglo más tarde, la que un día fue vela turca acabó convirtiéndose en un repostero, siguiendo el diseño de los estandartes de galera del siglo XVII. Sería uno de sus descendientes, Francisco Gutiérrez de los Ríos y Córdoba, quien mandó revestir la vela de seda adamascada roja y encargó al pintor Francisco Meneses Osorio, discípulo de Murillo, que plasmase las imágenes que hoy podemos admirar en el Museo Naval de Madrid, donde se encuentra el estandarte desde el año 1929.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.