Gonzalo Fuentes | 29 de octubre de 2017
Cuando uno se sienta a ver Big Little Lies y pasan los primeros minutos, parece que versa sobre un grupo de mujeres de clase alta, que viven en mansiones de lujo con vistas al mar y disfrutan de preciosos atardeceres, mientras beben copas de Romanée-Conti y se preocupan de los que parecen ser “problemas del primer mundo”. El universo opuesto de la vida en Sudán, Burundi o El Congo, donde la preocupación diaria es encontrar comida. Pero, precisamente, el valor de la trama creada por David E. Kelley (Ally McBeal, Boston Legal) y dirigida por Jean-Marc Vallée (Dallas Buyer Club, Alma Salvaje y ganador del Emmy por su labor en la serie), curiosamente dos hombres, es precisamente que nos importen, y mucho, el devenir de cada una de esas féminas, las entendamos y queramos que nos acompañen el mayor tiempo posible.
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El test de Bechdel, de 1985, es un método para evaluar si una narración (sea película, serie, obra literaria…) evita la brecha de género. Y es que, pese a que las mujeres son la mitad de la población mundial, no están lo suficientemente representadas en la ficción. Para poder pasar dicho test, debe haber al menos dos personajes femeninos, que en algún momento hablen entre sí y que esa conversación no trate sobre un personaje masculino. Por sorprendente que parezca, muchísimas obras no pasan este sencillo test. Por ejemplo, de los 108 filmes nominados al Oscar a la Mejor Película entre 2000 y 2016, tan solo el 55% superó la prueba. Pero Big Little Lies la pasa con creces, y provoca una comprensión y empatía en el espectador con los personajes femeninos pocas veces vista en la pequeña o la gran pantalla.
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— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) October 27, 2017
La historia comienza con un flashfoward de un nocturno asesinato, luces de la Policía, caras sorprendidas y llantos desconsolados. Durante toda la narración, se intercalará un interrogatorio sobre el delito a diferentes personajes de la ciudad, con la historia de tres protagonistas: Jane, Celeste y Madeline. Jane (Shailene Woodley, conocida por su papel de Beatrice Prior en la trilogía Divergente) es una joven madre soltera que acaba de llegar a la ciudad huyendo de su pasado. Celeste (Nicole Kidman, en lo que a mi parecer es el mejor papel al que se ha enfrentado en su extensa carrera, de ahí su merecido Emmy) es la más elegante y comedida del grupo de amigas, una mujer con una vida familiar teóricamente perfecta y un esposo “ejemplar”. Finalmente, Madeline (Reese Witherspoon, que ha sabido exprimir óptimamente su eterno papel de pija metida en problemas, y aquí le va como anillo al dedo) es una líder nata, amante de la popularidad, pero que debe lidiar con su exmarido y la hija adolescente que comparten. Las tres formarán una alianza en una población llena de hipocresías, máscaras y formalidades sociales. Esta es Monterrey, en California, que casi se puede erigir como un cuarto personaje, con sus preciosos paseos, sus kilométricas playas y lujo, mucho lujo. El reparto lo completan Alexander Skarsgard, como marido de Celeste, y Laura Dern (ambos ganadores del Emmy como mejores actores secundarios), entre otros muchos personajes.
La miniserie está basada en la novela Pequeñas Mentiras, escrita en 2014 por la australiana Liane Moriarty, y tiene ciertas reminiscencias con la serie Mujeres Desesperadas (2004-2012), aunque tratando los temas con una mayor profundidad y madurez, desprendiéndose prácticamente del humor y abordando asuntos tan escabrosos como la violencia machista física y psicológica, en una sociedad de apariencias y falsedades en la cual la sonrisa de las féminas debe ser perenne. Además, es poco habitual encontrarse en Hollywood personajes femeninos de más de treinta años y aquí casi todas sobrepasan la cuarentena, ofreciendo un prisma más maduro y profundo de la mujer actual en la sociedad occidental.
Finalmente, otro de los grandes valores de Big Little Lies es que huye de la victimización, esa corriente que advierte a la mujer de los peligros del hombre (“no dejes que te maltraten”, “protégete contra el acosador”), en lugar de demonizar al agresor. Todo esto queda plasmado en la miniserie, pero no ahondo más para evitar spoilers. Y es que el problema no está en una falda corta o en un maquillaje exuberante, sino en la mirada irrespetuosa y lasciva del que se encuentra delante.