Juan Caamaño | 05 de noviembre de 2017
Tres décadas después de la Declaración como Primer Itinerario Cultural Europeo, el Camino de Santiago sigue siendo lugar de encuentro para peregrinos de todo el mundo que buscan grandes valores como la solidaridad, la fe o la acogida.
Ocurrió el 23 de octubre de 1987, en Santiago de Compostela. Ese día, el Consejo de Europa declaraba al Camino de Santiago como Primer Itinerario Cultural Europeo. Difícil referirse a tantas autoridades políticas y religiosas que allí se encontraban, pero sería un «pecado» no mencionar a dos personas sin cuyo trabajo y entusiasmo la declaración no hubiera conocido la luz: Marcelino Oreja Aguirre, por entonces secretario general del Consejo de Europa, y José Mª Ballester, director del Departamento de Patrimonio Histórico del Consejo de Europa, sobre quien había recaído la tarea de definir y desarrollar los trabajos técnicos, científicos y culturales necesarios para conseguir la aprobación de la declaración.
Nuestros dos compatriotas se propusieron como reto, desde los inicios, fijar tres dimensiones fundamentales del Camino de Santiago que debían sustentar la propuesta del Itinerario Cultural: la religiosa y de peregrinación, la cultural y la europea. Unas ideas que, de alguna manera, coincidían con las del alemán Goethe, plasmadas en su famoso aserto: “Europa se conformó peregrinando a Compostela” y que venían a reflejar cómo la sangre común europea corría, como si de verdaderas arterias se tratase, por todos los caminos que desde cualquier lugar de Europa llegaban a su fin en la pequeña ciudad de Compostela. Finalmente, la declaración recogió las propuestas de Oreja y Ballester, consiguiendo que los políticos europeos de entonces reconociesen lo que Europa y la cultura europea debían al Camino de Santiago, cuyo origen y naturaleza nunca pusieron en duda.
Los actos que se llevaron a cabo en Compostela eran viva expresión del espíritu que animaba al Consejo de Europa. Desde la antigua “Puerta del Camino”, por donde los peregrinos entraban y entran hoy en la ciudad, los asistentes recorrieron el tramo urbano del Camino hasta llegar a la Plaza del Obradoiro, donde se descubrió una placa conmemorativa en la losa central del pavimento. En la catedral, ceremonia religiosa, con ofrenda al apóstol por parte del príncipe de Liechtenstein -Estado que ostentaba la Presidencia del Comité de Ministros del Consejo de Europa-, quien reconoció lo mucho que los caminos a Santiago han contribuido a la construcción de Europa, al mismo tiempo que afirmaba querer “renovar la fe y el aliento que movieron a nuestros antecesores en esta empresa pionera de la construcción europea”.
La religiosa fue la dimensión primigenia. Los caminos a Compostela fueron en su origen vías de peregrinación, transitadas por peregrinos cuya fe los llevaba a caminar bajo el signo del arrepentimiento y la esperanza en obtener el perdón que les asegurase la salvación eterna. El abrazo a la imagen del apóstol Santiago, una vez en la catedral compostelana, era el momento para poner a sus pies los sufrimientos y penalidades pasadas, que acompañaban de un rosario de lágrimas, fruto de la emoción que les embargaba.
La dimensión cultural tenía su fundamento en la singularidad propia de estos caminos con respecto a otras vías históricas de peregrinación. En palabras de José Mª Ballester, se buscaba una lectura que trascendía la simple práctica tradicional de visitas a iglesias o monumentos, para “convertirse en una experiencia de aproximación, de cercanía y de penetración en el territorio y en el paisaje… porque caminar es una forma de conocimiento”.
La tercera dimensión, la europea, pretendía mostrar la imagen de la Europa peregrina, caminante, intercultural, de relaciones humanas vividas sobre unos valores permanentes: acogida, convivencia, escucha o búsqueda, cuyas fuentes había que buscarlas en las raíces cristianas sobre las que habían surgido los caminos en el continente europeo.
Tres dimensiones que reflejan en el tiempo y el espacio lo que han sido y son los Caminos de Santiago, cuya singularidad reside en el hecho de haber unido a su carácter espiritual la acción de toda una sociedad que se manifestaba en el arte, la literatura, las infraestructuras, la hospitalidad, lo económico o el derecho. Lo dejaba claro la declaración: “Que la fe que ha animado a los peregrinos en el curso de la historia y que los ha reunido en un aliento común, por encima de las diferencias y de los intereses nacionales, nos impulse también a nosotros en esta época, y particularmente a los jóvenes, a seguir recorriendo estos Caminos para construir una sociedad fundada en la tolerancia, el respeto al otro, la libertad y la solidaridad”.
Marcelino Oreja no se conformó con fijar los fundamentos de la declaración. Consciente de la necesidad de articular el lanzamiento del Camino de Santiago, definió la necesidad de llevar a cabo unas acciones concretas: identificación de los caminos, su señalización y su reanimación a través de la restauración material y su promoción.
En este contexto es donde surge la concha de vieira para simbolizar los caminos de Santiago. De los diversos diseños que se presentaron, el emblema elegido correspondió a los diseñadores españoles Macua y García Ramos, destacando tres elementos significativos de la realidad de los caminos que el Consejo de Europa quería resaltar:
– Una concha estilizada como muestra de sencillez.
– La orientación hacia el oeste, dando una sensación de marcha y progresión.
– La confluencia de los caminos sobre el territorio europeo hacia un punto único.
Los colores escogidos, amarillo y azul, recordaban los colores de la bandera de Europa: doce estrellas de oro sobre fondo azul.
El pasado día 23 de octubre, Santiago de Compostela celebraba diversos actos institucionales en recuerdo de aquel lejano día de 1987 y de nuevo Marcelino Oreja habló con la misma emoción que entonces de los valores del Camino que permanecen vigentes, reconociendo también que el Camino necesita ser cuidado y protegido.
Transcurridos 30 años, el Camino de Santiago tiene hoy grandes desafíos a los que enfrentarse. En lo religioso, el Camino de Santiago es un lugar privilegiado para percibir el cambio en la formulación que se ha producido en los últimos años, donde lo religioso se sustituye, en el mejor de los casos, por la experiencia vivida en forma de simple emoción espiritual; pero pretender ignorar o, peor aún, borrar la dimensión religiosa del Camino es como si al hablar de un gran río nos olvidásemos de los afluentes que le proporcionan el agua. Y respecto a la cultura, el peligro se encuentra en la excesiva promoción del Camino de Santiago como “producto” turístico -que el Consejo de Europa quiso evitar desde un principio- fomentado desde las administraciones públicas y privadas, que en muchos casos difícilmente consiguen el equilibrio entre el componente económico y el cultural.
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— FGaliciaEuropa (@FGaliciaEuropa) October 25, 2017
Algunos de estos problemas son específicos de los Caminos a Santiago, pero otros tienen una mayor amplitud, no son más que un reflejo de los retos a los que se enfrenta la propia Europa. Decía el papa Francisco en su discurso al Parlamento Europeo -la Europa “oficial”- que “desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio, de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz”. Pero frente a esa Europa “longeva”, en el Camino de Santiago se descubre y se vive una Europa joven que se hace presente en cada peregrino. En muchos casos comenzará su Camino bajo una lectura espiritual-religiosa, posiblemente atea o agnóstica, también esotérica o simplemente turística, pero en su dulce o sufrido caminar irá descubriendo aquello que el Camino le ofrece: silencio, escucha, solidaridad, acogida, naturaleza o piedras milenarias; descubrirá que quien camina a su lado no es “otro” sino un peregrino que como él necesita ayuda y siente deseo de compartir las pertenencias de su mochila o, mejor aún, sus propias reflexiones.
El historiador Claudio Sánchez-Albornoz, al referirse al hecho jacobeo, escribía en su libro España, un enigma histórico: «Creyeron los peninsulares y creyó la Cristiandad y el viento de la fe empujó las velas de Occidente y el auténtico milagro se produjo». Un milagro que permanece tras doce siglos de caminar y que hoy recordamos al cumplirse los 30 años de ser declarado el Camino de Santiago como Primer Itinerario Cultural Europeo.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.