Juan Cantavella | 19 de noviembre de 2017
Desde muchos países salieron en los años veinte y treinta una gran cantidad de curiosos que ansiaban conocer de primera mano lo que estaba ocurriendo en la Rusia de los sóviets, la Unión Soviética. La reedición del libro de André Gide Regreso de la URSS nos trae al pensamiento los pasos que dieron políticos y periodistas con la misma intención. Entre los españoles, basta recordar los libros de Josep Pla, Diego Hidalgo, Ramón J. Sender, Fernando de los Ríos, Ángel Pestaña o Manuel Chaves Nogales, en los que cuentan lo que conocieron de primera mano y el juicio que les mereció lo que pudieron observar en el “paraíso” soviético.
Hace ahora cien años, una revolución trastocó de arriba abajo lo que había sido la Rusia zarista y este experimento atrajo hacia aquel territorio a un número considerable de gentes inmersas en la política o en las letras (activistas aparte) para comprobar de primera mano lo que estaba sucediendo allí. Las noticias que llegaban hacia el sur de Europa eran sumamente contradictorias, por lo que se creyeron en la obligación de comprobarlo personalmente, conscientes de la repercusión que podía tener en sus países un fenómeno como aquel. Algunos volvieron entusiasmados, mientras que otros se vieron defraudados por lo que tuvieron ocasión de comprobar con sus propios ojos.
El escritor izquierdista francés André Gide fue uno de ellos. No fue de los primeros, ni mucho menos, porque cuando se desplazó en 1936 ya habían sido muchas decenas de intelectuales las que le habían precedido. Lo que pudo observar en las semanas que permaneció en la Unión Soviética, invitado por la Unión de Escritores, lo reflejó en sus libros Regreso de la URSS (1936) y Retoques a mi regreso de la URSS (1937), que pronto se vertieron al español y fueron publicados en Argentina (ahora los reedita Alianza Editorial). No gustó nada a las autoridades de la Unión Soviética ni a los comunistas franceses, que confiaban en la propaganda que podía reportarles.
Gide, iconoclasta en muchos terrenos, tampoco se dejó convencer por quienes solo trataban de mostrarle los logros de la revolución y no le permitían que viera lo que no les interesaba o conversar libremente con cualquier ciudadano. Una de las conclusiones que saca, ante las carencias y lagunas que observa, es que todo estaba “en construcción”. Pero es que los fallos eran más profundos. Y la impresión desoladora la refleja en la toma de postura que adopta: “Desde que aparece la mentira, me siento incómodo; mi papel es denunciarla. Es solo con la verdad con lo que estoy comprometido. Si el Partido la abandona, yo abandono en el mismo instante al Partido”.
Cada uno de los visitantes ilustres que luego reflejaron la impresión que les había causado aquel cambio revolucionario ofrece una mirada distinta, pero en general sus libros tuvieron una buena acogida en función del interés popular con que se esperaban las noticias sobre el antiguo imperio de los zares. Josep Pla se desplazó para enviar crónicas a su periódico barcelonés, La Publicitat, y allí estuvo seis semanas en casa de Andreu Nin para después escribir Viatge a Rússia. Ramón J. Sender remitía crónicas al diario La Libertad, reunidas más tarde en la obra Madrid-Moscú: Notas de un viaje 1933-1934. A pesar de su ideología libertaria, los textos resultan muy comprensivos respecto a la realidad que le pusieron ante los ojos.
Aunque peruano, desde España emprendió César Vallejo un viaje a la Unión Soviética en 1931. Era el tercero. Entusiasmado como se encuentra con lo que está ocurriendo allá, incluso barajó la posibilidad de quedarse a vivir en Moscú. Sus impresiones las da a conocer en un primer momento en la revista Bolívar, una especie de boletín para los estudiantes hispanos que se publicaba en Madrid. Después tomó la forma de libro, Rusia en 1931: reflexiones al pie del Kremlin, que aparece por entonces en la editorial española Ulises (la falta de formalidad en los pagos llegaba a desesperarle, pues necesitaba imperiosamente esa remuneración para sobrevivir). El entusiasmo que le produce lo que puede ver es absoluto, acorde con la ideología comunista a la que se adhirió en París unos años antes. Tanto los libros de Pla y Sender como el de Vallejo han sido reeditados.
Son las “romerías a Rusia” de las que se burlaba Giménez Caballero. Ahora hay quien lo hace a Cuba, China o Venezuela con la misma intención.