Manuel Alfonseca | 31 de marzo de 2017
En el Diccionario Espasa 1.000 grandes científicos propuse una cuantificación objetiva de la importancia de los distintos practicantes de la ciencia, utilizando para ello medidas como el número de líneas que se les asigna en enciclopedias de distintos países -para evitar el sesgo a favor de los compatriotas-. Posteriormente, en una obra aún no publicada, La cuantificación de la historia y el futuro de Occidente, apliqué el mismo procedimiento a varias ramas de la creatividad humana: ciencia, filosofía, literatura, artes plásticas y música. En ese estudio quedaron empatados con la máxima puntuación seis científicos: uno griego -Aristóteles- y cinco de Occidente -Descartes, Newton, Darwin, Freud y Einstein-. Podemos, pues, afirmar que Aristóteles fue el científico más grande de la civilización greco-romana.
¿Qué realizaciones científicas han hecho posible que Aristóteles alcance esa situación de privilegio?
Puede parecer sorprendente que, en pleno siglo XXI, se haga un panegírico de Aristóteles, cuyas enseñanzas dominaron la filosofía y la ciencia mundial hasta el siglo XVI. Desde entonces, se ha hecho hincapié mucho más en sus errores, que los tuvo, que en sus aciertos, que fueron abundantes. Pero todo científico ha cometido errores. En eso precisamente consiste la ciencia: en ir corrigiendo poco a poco los errores de los científicos anteriores. También Copérnico se equivocó cuando puso al sol en el centro del universo. Y Newton, porque sus ecuaciones no explican la precesión del perihelio de Mercurio. Y Einstein, que se empeñó en describir un universo estático. Además, puede que Aristóteles tenga un papel importante que desempeñar en la ciencia moderna. Sin ir más lejos, la tesis doctoral en filosofía de la física de Francisco José Soler Gil, escrita en el siglo XXI, se titula Aristóteles en el mundo cuántico.
Aparte de sus teorías científicas y filosóficas, que pueden ser más o menos discutibles hoy día, Aristóteles nos ha legado una nomenclatura, sin la cual hay cosas de nuestra vida diaria que nos resultarían ininteligibles. Voy a poner como ejemplo lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la transubstanciación de la Eucaristía:
Para entender esto, hay que recurrir a la nomenclatura de Aristóteles, según la cual, substancia es lo que algo es, mientras accidente es el conjunto de las propiedades de ese algo. En la consagración de la Eucaristía cambia la substancia, pero no los accidentes, es decir, las propiedades físico-químicas del pan y del vino permanecen sin cambio alguno después de la consagración, por lo que un análisis físico-químico de la hostia consagrada no descubriría diferencia alguna con el pan. No se trata, por tanto, de una afirmación científica, sino de un acto de fe. Muchos ateos, e incluso cristianos protestantes, tropiezan en este punto, porque no conocen la nomenclatura de Aristóteles, que es la que está aplicando la Iglesia, que adoptó esta definición muchos siglos antes de que existiera la Química, por lo que no se puede decir que se trate de un truco para escapar de los avances de la ciencia.
Finalmente, quiero señalar que la Política de Aristóteles se puede aplicar a nuestros días casi sin cambios. En ese libro, por ejemplo, Aristóteles dijo aquello de que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos dos milenios antes que Lord Acton. No lo dijo con esas palabras, como tampoco aparece literalmente en El Príncipe de Maquiavelo la famosa frase que se le atribuye: el fin justifica los medios. Lo que hizo Aristóteles en ese libro fue clasificar los sistemas políticos en tres tipos, de cada uno de los cuales hay una versión buena y otra mala:
Añadamos a esto dos constataciones:
De ahí se deduce que es mejor partir del sistema político menos bueno, la democracia, porque cuando se corrompa, lo cual es inevitable, nos llevará al sistema político menos malo, la demagogia. Que alguien se atreva a negar que todo esto lo estamos experimentando aún en nuestros días. ¡Ojalá todo el mundo leyera a Aristóteles!