Javier F. Mardomingo | 29 de noviembre de 2017
Se va Padilla, y con él un icono del mundo del toro y, sobre todo, de puertas para fuera de la propia tauromaquia. Le pese a quien le pese, nos guste más o menos, su valor, su fuerza de voluntad, su parche y su bandera pirata lo han convertido en representante del mundo del toro para quien no vive el día a día del mundo del toreo.
Padilla nació por primera vez en Jerez de la Frontera en 1973 y por segunda en Zaragoza en 2011. Comenzó a ponerse en órbita de la mano de Carlos Zúñiga. Junto a él se hizo un hueco en el escalafón a base de matar lo que fuera necesario. Cuadri, Cebada Gago, Miura, Pablo Romero… Lo que fuera. La tarde del 7 de octubre de hace algo más de 6 años se cruzó en su camino «Marqués», un entrepelado de Ana Romero que en la arena de la Misericordia le dejó sin su ojo izquierdo. Solo se quedó en eso por el capote que le echaron la Pilarica y el doctor Valcarreres. Unos días después, aun sin parche, Padilla anunció desde el hospital que quedaba Ciclón para rato y que volvería.
Padilla hará en 2018 su última temporada. Del Panaderito al Pirata, en imágenes que son historia @Padillaelpirata pic.twitter.com/IZRKiv7vEj
— Manolo Molés (@ManoloMoles) November 27, 2017
Y volvió. Volvió cinco meses después en Olivenza rodeado de una expectación fuera de lo normal. Vestido de verde y oro, con un parche en el ojo y la mitad de la cara inmóvil se caló la montera y saltó al albero pacense. A partir de ese día todo cambió. Juan José Padilla paso de ser Padilla a ser el Pirata, el Ciclón de Jerez y uno de los líderes del escalafón año tras año.
El nuevo Padilla se codeó con las figuras y las ganaderías comerciales. Muchos lo han acusado de renunciar a lo que fue su seña de identidad durante tantos años, matar las duras, pero Juan José ha conseguido poner a muchos de acuerdo y lo más importante: llevar público a la plaza. Los cosos de toda España comenzaron a llenarse de banderas piratas, Padilla cortaba orejas como churros y su adeptos estaban encantados. Todos se interesaban por ver cómo un torero con un solo ojo no solo toreaba, sino que encima seguía poniendo banderillas.
Entre temporada y temporada. Todas cargadas de festejos hasta los topes, Padilla seguía pasando por el hospital. Las secuelas de «Marqués» eran evidentes y cruzar la puerta del quirófano se convirtió en habitual para un torero que sin ser el más puro, el más clásico ni el más técnico, ha sido de los más honrados. Consciente de sus capacidades nunca ha renunciado a torear en ninguna plaza, ni en Madrid, por donde ha pasado sin pena ni gloria los últimos años, ni por Sevilla, que vio en la Feria de Abril de 2016 como el Pirata cruzaba la Puerta del Príncipe en lo que seguramente haya sido el culmen de la carrera del jerezano. Una tarde para el recuerdo personal del torero y de sus adeptos. Un triunfo a fuerza de insistencia y de fe, porque si hay que poner fe al asunto, Padilla es el primero.
Casi el total de los toreros son creyentes a fuerza de necesidad. Es fundamental creer en Dios para ponerse todos los días a bailar con la muerte cara a cara. Pero Padilla no solo es creyente es devoto de Dios, al que como siempre reconoce, le debe todo lo que es. Dios le ha echado demasiados capotes en su carrera. Un cuerpo cosido de cornadas reflejadas en la más mediática, la de Zaragoza, así lo indican.
Resguardado en sus vírgenes y sus cristos continuamente, el Ciclón ha practicado durante toda su carrera la filosofía de que el toro, siempre con permiso del de arriba, pone a cada uno en su lugar, y a él le ha puesto en unos cuantos. Le puso entre los pitones de «Marqués» en Zaragoza. Le puso en Olivenza cinco meses después de perder un ojo y casi la vida. Le puso en la Puerta del Príncipe en 2016 y le pondrá quién sabe donde en 2018. Ese año, el que viene, será el último en la carrera de un torero que para muchos no torea bien, pero que al fin y al cabo llena plazas y eso no se puede ni discutir ni criticar.
Padilla se ha ganado con sangre y jugándose los muslos un respeto más que merecido. En su tour por las plazas de España en 2018 así se verá reflejado. Que nadie dude del calor que le va a ofrecer el público en cada tarde, en cada plaza, en cada paseillo. Y cuando llegue el último y se corte la coleta, se convertirá más aún en un símbolo de que el toro te puede quitar desde un ojo hasta la vida, pero la gloria y el respeto no se lo quitará jamás.