Juan Pablo Maldonado | 01 de diciembre de 2017
Los precios no están subiendo todo lo necesario para mantener la estabilidad económica y financiera de Europa. Sería preciso un incremento anual en torno al 2%. Para el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, esto se debe a que la recuperación económica de la Unión Europea no está siendo acompañada del deseado incremento de los salarios, que apenas repuntan. Aparcado queda por ahora el fantasma de la inflación. ¡Qué tiempos aquellos en que los gobiernos concentraban sus esfuerzos en contener la tendencia de subida de los salarios y frenar así la subida excesiva de los precios en general! Quién nos iba a decir que echaríamos de menos ese problema.
La autoridad bancaria europea parece confiar en que en algún momento los salarios nominales empiecen a despegar. Esta sería –según Draghi- la consecuencia lógica de la recuperación económica que la política monetaria de bajos tipos de interés persigue. Y, ciertamente, esto sería lo lógico, lo lógico en el escenario de las décadas y crisis precedentes. Lo que no está tan claro es que el esperado incremento de los salarios se corresponda con la lógica del momento presente, donde la digitalización aplicada a la producción de bienes y servicios genera un efecto multiplicador del rendimiento del trabajador y trae consigo también –al menos en un primer momento- destrucción de puestos de trabajo y escasez de empleos, sin perjuicio de la espectacular mejora de las condiciones de vida.
Más cotización a empresas que más despidan . El nuevo contrato de protección creciente
Por si eso fuera poco, desaparecida con el euro la posibilidad de devaluación de la moneda por parte de los gobiernos, apenas queda como política de ajuste interna la reducción de salarios, condiciones de trabajo y la reducción de prestaciones de Seguridad Social. Se puede culpar a los sindicatos, que apenas logran subidas salariales a través de la negociación colectiva. Y no es de extrañar; en un horizonte de destrucción de empleo por la aplicación de las nuevas tecnologías, la prioridad de los representantes sindicales es el mantenimiento de los puestos de trabajo. El propio Draghi apunta a que «en la negociación colectiva se está dando prioridad a la seguridad en el empleo por encima de la subida de los salarios». Pero es que, además, la desaparición del trabajo para toda la vida y la escasez del trabajo, en la medida en que contribuyen a la caída de afiliados, debilitan a los sindicatos. Estos se recluyen en espacios productivos tradicionales, poco pujantes. Poco pueden hacer.
Aunque, para Draghi, el estancamiento de los salarios «es algo serio, pero transitorio», no está nada claro que sea algo pasajero. Todo depende de los efectos que la digitalización tenga finalmente sobre el trabajo. Hay quienes creen que con la digitalización ocurrirá como en las revoluciones tecnológicas que la precedieron: destrucción de empleo en un primer momento, recuperación y crecimiento después. Pero cada vez son más los que aseguran que la era digital va a suponer una transformación total de la economía y de la sociedad y, por lo tanto –lo estamos viendo, también de la política. Esto ocurriría, desde luego, si la necesidad de trabajo disminuyera de tal manera que este quedase desplazado de la posición central que hasta el momento ha ocupado en nuestras modernas sociedades.
El trabajo asalariado contribuye a la creación de riqueza y es la mejor forma de distribuir esa riqueza en el seno de la sociedad, al hacerlo entre los trabajadores y sus familias. Cuando esa natural vía de distribución de la riqueza falla, por contingencias que impiden devengar ese salario, las prestaciones contributivas de Seguridad Social –financiadas con cargo al mundo productivo- lo sustituyen. Y cuando estas son inexistentes o se agotan, lo hacen, mínimamente, los subsidios sociales, financiados a través de los impuestos. Este mecanismo -con variantes según opciones políticas- ha permitido a los europeos una razonable convivencia y estabilidad social y ha mantenido alejadas tentaciones radicales y violentas por mucho tiempo.
Esperemos que el trabajo siga presidiendo la sociedad y siendo preciso para la creación de riqueza. De no ser así, habrá que explorar nuevos modos de distribuir esa riqueza entre los seres humanos. Pero mucho nos tememos que ninguna alternativa proporcionará más libertad que la que la sociedad laboral ha permitido.