Antonio Alonso | 01 de diciembre de 2017
La condena a cadena perpetua de Ratko Mladic ha vuelto a traer a la memoria la horrible situación vivida en el continente europeo hace apenas 25 años. El veredicto también nos hace reflexionar sobre otro asunto: la universalización de la justicia. ¿Quién fue Mladic? ¿Qué hizo? ¿Quién lo ha condenado? Las respuestas a estas preguntas son señales de faro para los actuales tiranos que pueblan aún el globo terráqueo.
Ya casi nadie recuerda qué sucedió en los Balcanes a comienzos de la década de los 90 cuando la “invencible” Yugoslavia del mariscal Tito se deshilachaba. Las declaraciones unilaterales de independencia de algunas de las repúblicas que formaban la Federación de Yugoslavia y el posterior reconocimiento internacional que algunas de ellas obtuvieron -nada más y nada menos que de Francia y Alemania- pusieron en marcha unas dinámicas difíciles de parar, toda una carrera por la salida del yugo eslavo al que se les sometía desde Belgrado, la capital de la actual Serbia.
Ratko Mladic, condenado por genocidio y crímenes contra la humanidad. pic.twitter.com/2EgdKMfAms
— La Vanguardia (@LaVanguardia) November 22, 2017
El movimiento disgregador y secesionista comenzó a reclamar agravios de hacía siglos y el centro del poder ofreció resistencia, especialmente en aquellas regiones más cercanas al núcleo. En resumen, la contienda por Croacia y Eslovenia se solventó en menos tiempo que la cuestión Bosnia. En 1992, de la antigua República Socialista de Bosnia surgieron dos entidades que formaron la Federación de Bosnia y Herzegovina: Bosnia y Herzegovina y la República Srpska.
Precisamente allí, donde más mezcla se daba entre razas y religiones, fue donde se perpetraron los más crueles asesinatos, como la famosa matanza de Srebrenica. En Bosnia, habitada por musulmanes bosnios (bosniacos), católicos (bosnio-croatas) y ortodoxos (serbo-croatas) pudieron convivir más o menos pacíficamente con toda normalidad bajo el régimen socialista. Pero las tensiones raciales y las luchas étnicas hicieron que se multiplicaran los ataques indiscriminados a la población, el genocidio orientado a acabar con los musulmanes en los Balcanes.
Los Acuerdos de Dayton, auspiciados por Bill Clinton en 1995 y apoyados por los grandes líderes europeos del momento (Felipe González, Jacques Chirac, Helmut Kohl, John Major y Víctor Chernomyrdin) pusieron sobre la mesa el acuerdo entre los líderes de Serbia (Slobodan Milosevic), Croacia (Franjo Tudman) y Bosnia (Alija Izetbegovi).
Sin embargo, aquellos acuerdos dejaban una serie de flecos sueltos. De hecho, el propio Milsoevic, firmante del acuerdo, fue posteriormente juzgado por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, creado en 1993 por la ONU «con la finalidad exclusiva de enjuiciar a los presuntos responsables de graves violaciones del derecho internacional humanitario cometidas en el territorio de la ‘ex Yugoslavia’ entre el 1 de enero de 1991 y una fecha que el Consejo de Seguridad determinará una vez restaurada la paz».
El caso de Mladic es algo distinto. Se le acusa de perpetrar crímenes de guerra y contra la humanidad entre 1992 y 1995. El caso más paradigmático fue la matanza de Srebrenica, perpetrada junto a Radovan Karadžić, por la que en 1995 fueron asesinados en aquella localidad de mayoría musulmana alrededor de 8.000 varones con edades comprendidas entre 12 y 77 años. El objetivo parece claro: realizar una limpieza étnica de manual. Las mujeres fueron violadas, siguiendo la lógica de esa «limpieza». Cuando las matanzas empezaron, unos 10.000 civiles y 5.000 combatientes intentaron huir hacia Tuzla, pero fueron interceptados por el general Radislav Krstić, colaborador estrecho de Mladic, y fueron masacrados.
Algunos autores afirman que Mladic fue siempre un ultranacionalista convencido capaz de cualquier barbaridad, pero que lo fue aún más cuando Ána Mladic, su hija, murió en 1994; a partir de ese momento, se volvió incluso despiadado. Como es lógico, varias son las hipótesis que se sostuvieron sobre aquella muerte; la más verosímil es que la joven, de 23 años, se suicidara con una pistola de su padre al ver las crueldades de las que era capaz su adorado progenitor. Mladic, tras ser arrestado en 2011, sabiendo que no volvería a disfrutar de su libertad, pidió ir por última vez a la tumba de su hija en Belgrado.
Este «hombre familiar» siguió celebrando su cumpleaños, siendo recibido con honores y gran alegría en los barracones militares desde los que antes dirigía el exterminio. Y esto sucedió después de la guerra, cuando la OTAN se encargaba de controlar todo aquel territorio y cuando La Haya ya había emitido una orden internacional de búsqueda y captura. No fue hasta julio de 2002 cuando el Parlamento serbio autorizó la extradición de este criminal. Hasta entonces pudo disfrutar de momentos felices junto a su esposa Bosa (Bosiljka), como la boda de su otro hijo, Darko, con una mujer macedonia, Biljana Stojcevska. Las imágenes divulgadas de todos estos eventos familiares muestran un lado más humano de este ser despiadado con el enemigo, pero también muestran el alto grado de protección del que gozó tras el final de la guerra. Obviamente, solo fue una pieza más que se pudo sacrificar en esta partida de ajedrez entre Serbia y la comunidad internacional, especialmente la Unión Europea, que fue quien más presionó para que entregara a todos los criminales que aún albergaba.
La Sociedad de Naciones ya había puesto en marcha un Tribunal Internacional hace ahora casi 100 años, pero limitado a dirimir cuestiones entre dos Estados que aceptaran su jurisdicción. Los Protocolos de Ginebra fueron un gran avance para intentar civilizar un poco la guerra y los Estados se autoimpusieron ciertos límites. Sin embargo, hubo que esperar a los Tribunales de Núremberg y los de Tokio, tras la Segunda Guerra Mundial, para ver condenas por crímenes de guerra y por delitos de lesa humanidad. Después, un largo paréntesis hasta los tribunales especiales para Ruanda y la antigua Yugoslavia. Se esperaba confeccionar un tribunal similar para llevar ante la justicia a Gadafi, pero esto no fue posible.
#UPDATE "Praljak is not a criminal. I reject your verdict." Bosnian Croat war criminal's last words before fatally drinking poison during his hearing at the International Criminal Tribunal for the former Yugoslavia (ICTY) https://t.co/XKvF4fnrJx pic.twitter.com/cHrwH85zTk
— AFP news agency (@AFP) November 29, 2017
En el último juicio de este tribunal, fue condenado a 20 años de prisión Slobodan Praljak, general bosnio-croata. Había sido acusado de nueve cargos de violaciones graves de los Convenios de Ginebra, nueve cargos de violaciones de los usos de la guerra (ius in bello) y de ocho cargos de crímenes de lesa humanidad. Aparte de las atrocidades cometidas por el Ejército que él comandaba, fue el responsable de la destrucción del famoso puente de Mostar durante el tiempo que asedió la ciudad. No cumplirá ningún periodo en prisión, pues a sus 72 años, tras gritar «Praljak no es un criminal», ingirió un potente veneno mientras el tribunal le leía la sentencia y murió horas después en un hospital en La Haya.
En diciembre, habiendo cumplido su misión, este tribunal cerrará sus puertas. Queda por delante toda una labor de investigación de cómo fue establecido, cómo fueron sus trabajos, cómo se han desarrollado sus sesiones y, sobre todo, se podrá evaluar la eficacia de este tipo de tribunales de justicia universal. Con el establecimiento posterior del Tribunal Penal Internacional (entró en vigor en 2002), basado en el Estatuto de Roma, ya hay una instancia judicial internacional que puede juzgar a personas acusadas de cometer crímenes de genocidio, de guerra, de agresión y de lesa humanidad en territorio de sus 123 países parte.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.