Carmen Sánchez Maillo | 05 de diciembre de 2017
En las últimas semanas, ha sido continuo y generalizado, en todos los medios, el seguimiento de un juicio sobre una agresión sexual a una joven por un grupo (la ‘manada’). El caso ha servido de pretexto para una campaña generalizada en los medios de comunicación de concienciación sobre los abusos sexuales. Sin embargo, este caso ha puesto de manifiesto muchos otros semejantes, en otros lugares semejantes (Oktoberfest, fiestas vecinales o conciertos masivos, etc.) que revelan conductas inaceptables pero repetidas como un patrón indeseable en ciertos hábitos de ocio: juventud, desinhibición, abuso de alcohol o drogas y violencia sexual, lo que plantea legítimos interrogantes.
El discurso dominante, deudor de un cierto feminismo que las elites políticas tratan de imponer y los medios aceptan explica esta violencia masculina sobre las mujeres como consecuencia de los reductos religiosos anticuados y machistas que están incrustados en la cultura de muchos países y en la mentalidad de sus hombres. Resurge la anticuada terminología feminista, algo apolillada pero que da una explicación, aparentemente satisfactoria, a este residuo indeseado que produce estos coletazos: el patriarcado.
Sin embargo, esta explicación se revela como esquemática, parcial e ideológica, pues los datos sociológicos, políticos y sociales parecen desmentir claramente este diagnóstico. Los datos de violencia crecen en sociedades en las que, como la española, se han ido aprobado leyes, con consenso político y finalmente social: sobre el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo; sobre la desvinculación entre concepción humana y familia. Sociedades en las que la secularización es un hecho incontestable, en las que el consumo de estupefacientes se ha generalizado con un cierto consenso social como complemento del ocio, en las que el discurso de la Iglesia o de las Iglesias no tiene eco y en las que la figura patriarcal es un fenómeno casi arqueológico. De hecho, es un dato estadístico, repetido en las encuestas, que los peores datos de violencia de género los proporcionan los progresistas y socialdemócratas países escandinavos.
Iñaki, sobre 'La Manada': "Es importantísimo dejar muy clara la severidad social ante comportamientos que han terminado por banalizar de tal manera el sexo y a la mujer que han llevado las cosas a un terreno casi de la patología social."
— La Voz de Iñaki (@lavozdeinaki) November 29, 2017
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Estando así las cosas, uno de los lugares comunes de la “supuesta” formación sexual que se ofrece a los niños en los colegios, al gran público en los medios de comunicación, presente en numerosas películas y series resulta una cierta banalización de la sexualidad. “To have fun” es un lema que los herederos de la revolución sexual del 68 han patrocinado, como si la práctica sexual fuese equiparable a una diversión cualquiera, un modo inocuo del ocio. La liberación de los instintos no tiene coste, se asume. Es un mensaje, una y otra vez repetido y presente en estas mismas sociedades que asisten perplejas al crecimiento de esta violencia, en principio, incompatible con el destierro de los tabúes de antaño. Lo cierto es que nuestros jóvenes crecen conscientes y acostumbrados a esta violencia, justo cuando el sexo ya no es algo trascendente, vinculado a la llegada al mundo adulto y a la aceptación de sus obligaciones y roles.
Paradojas y contradicciones de Occidente . Abusos sexuales en la sociedad del siglo XXI
El poder y su discurso dominante no tienen visos de rectificar en su diagnóstico ni en sus medidas para afrontar esta realidad social amarga, molesta e incompatible con estos tiempos de amplísima y fomentada libertad sexual. Tiempos en los que somos educados en los prodigios de todo tipo de actos y relaciones sexuales, en los que las campañas en contra de la violencia machista y la igualdad se han hecho sitio en todas las instituciones sociales y estatales, en los que la igualdad de derechos se ha plasmado en todos los textos legales.
A la vista de lo anterior, no puede dejarse de preguntar si esta mirada sobre la sexualidad humana que el poder ha adoptado y que promueve, unidireccional, privada de trascendencia y ayuna de responsabilidad, no está en directísima relación con la tristísima constatación de que, precisamente, en las autopistas del ocio que el Estado de Bienestar ha creado, la ‘manada’ no para de crecer.