Elías Durán de Porras | 06 de diciembre de 2017
La obra de José María García Escudero giró en torno al concepto de las dos Españas. Una lucha constante por imponer un modo de entender el mundo que consiguió superarse para dar forma a la Constitución de 1978, éxito que no se debe perder de vista en tiempos convulsos.
Decía Wilhelm Dilthey que toda generación, cuando surge, se hace con el patrimonio espiritual acumulado y, con él, se enfrenta a la realidad de su tiempo, de tal forma que se puede adivinar entre los sujetos que la forman unos elementos comunes, contemporáneos (ethos), derivados de su infancia, juventud y madurez. Es difícil, como explicaba Ortega y Gasset en En torno a Galileo, adentrarse en una generación porque “conocer otra vida que no es la nuestra obliga a intentar verla, no desde nosotros, sino desde ella misma”, con sus circunstancias y sus mentalidades. A pesar de ello, vivir una era contemporánea por encima de la coetánea nos permite entender las pulsiones de un tiempo. las dos españas
Si se me permite unir lo coetáneo y lo contemporáneo, y también la brevedad que debe exigirse a todo artículo periodístico, me gustaría rememorar las dos Españas de José María García Escudero (1916-2002), cuya trayectoria vital e intelectual ejemplifica la enorme carga que debió soportar toda una generación de españoles que nació, creció y maduró en dicho arco temporal; dos Españas que parece han vuelto a despertarse con la crisis catalana, si es que alguna vez han estado dormidas.
José María García Escudero abordó su vida en su autobiografía, Mis siete vidas. De las brigadas anarquistas a juez del 23-F. Un sugerente título que lo dice todo, pues el autor escoge dos momentos vitales que son la puerta de entrada y salida de su vida, de su historia, y que coinciden con tristes episodios de esas dos Españas divididas. De esta manera, transmite al lector hasta qué punto su trayectoria vital se vio sacudida por la Guerra Civil y sus consecuencias en su vida profesional como letrado de las Cortes, notario, general auditor del Aire, director general de Cinematografía y Teatro, consejero redactor del diario Ya y consejero togado del Consejo Supremo de Justicia Militar (fue nombrado por el Consejo de Ministros juez especial con jurisdicción sobre todo el territorio nacional para instruir el sumario del 23F).
En 1976 recibió el Premio Nacional Menéndez y Pelayo por Historia política de las dos Españas, una obra en cuatro volúmenes de la que luego editó un “opúsculo” titulado Historia breve de las dos Españas (1980) y una especie de epílogo: A vueltas con las dos Españas (1979). Tan extensa obra también tuvo un “proemio”, De Cánovas a la República (1951), si bien García Escudero consideraba este libro como algo superado porque “había dejado de reflejar lo que pensaba”, seguramente porque fue escrito desde la edad “de las gallardas simplificaciones juveniles”.
A lo largo de las 2.000 páginas de su Historia política, García Escudero se pregunta cómo se llegó al drama del 36 y cómo se podía recuperar la concordia entre esas dos mitades. Estoy seguro de que esa pregunta se la hicieron todos los españoles que vivieron la Guerra Civil, con independencia de su edad, pero ¿qué decir de los que malgastaron su juventud en ella? García Escudero tenía 15 años cuando llegó la Segunda República y 20 años el 18 de julio del 36. Un periodo vital en que toda persona “escribe” su propia novela de aprendizaje o formación, su Bildungsroman, porque, como explicaba Ortega: “El hombre hasta los 25 años no hace más que aprender, recibir noticias sobre las cosas que le proporciona su contorno social -los maestros, el libro, la conversación-. En esos años, pues, se entera de lo que es el mundo, topa con las facciones de ese mundo que encuentra ahí ya hecho. Pero ese mundo no es sino el sistema de convicciones vigentes en aquella fecha”.
Como tantos de su generación, García Escudero se enfrentó al drama de la Guerra Civil. En su caso, a través de su Historia Política, donde se observa el poso trágico del 98 unamuniano y machadiano: “Para el español, convivir ha sido siempre prevalecer sobre los demás […] Soberbia y envidia, los dos grandes pecados nacionales”. El conflicto sería, de esta manera, una prueba más de esa maldición que sufrían los españoles, carentes desde tiempos inmemoriales “de sentido de convivencia y de continuidad”. El autor consigue a lo largo de sus páginas unir esas reflexiones con las de Ortega, Marañón, Madariaga, Menéndez Pelayo, Gerald Brenan, Menéndez Pidal, Sánchez Albornoz, Américo Castro, Díaz Plaja y García Morente, entre otros, de tal forma que acaba por construir una obra intergeneracional que interpela a todos los españoles de su tiempo: “¿[Las dos Españas] no las lleva dentro de sí cada español, como un reto para que las integre? Al escribir su historia, ¿no he estado narrando también la mía?”
Porque, para García Escudero, los “pecados de las derechas y las izquierdas”, de esas dos Españas, han determinado nuestra vida contemporánea y han eclipsado los valores que ambas corrientes políticas poseen.
De la derecha, elogia el sentido de la autoridad, del orden y de la jerarquía, pero critica su miedo a la “libertad, a la innovación y al egoísmo”. La derecha, según el historiador, ama al pueblo, pero “paternalísticamente” porque lo teme. Como consecuencia de ello, se ha resistido siempre a “la institucionalización y a la representación, desconociendo que, en política, el primer mandamiento es la autoridad, pero inmediatamente después, y con el mismo rango, viene el diálogo”. “Frente a la revolución, ¿qué digo revolución?: frente a la mera evolución, la actitud típica de la derecha ha sido el inmovilismo. Lo cual explica su resistencia a todas las aperturas, tanto religiosas, como políticas y culturales”, sentencia.
De la izquierda, loa su intuición de la marcha de la historia y tres valores concretos: “el sentido de la libertad política, el de la apertura intelectual y el de la justicia social”. Sin embargo, en las izquierdas hace una distinción entre la burguesa y la proletaria, de tal manera que la primera no está tan interesada en la justicia social como la segunda, ni la proletaria en la libertad política o intelectual como la primera. “Los grandes defectos de la izquierda han sido: haber llevado su amor a la libertad hasta el odio a la autoridad (o, al menos, a la autoridad de derechas), la falta de realismo y el resentimiento”, recalca.
Lo negativo para García Escudero no fue “que las dos Españas existieran, sino que no se entendiesen”. “También hay dos Francias, o dos Inglaterras, o dos Alemanias; lo malo que entre nosotros las dos mitades, en vez de completarse, se opusieron; en lugar de integrarse, se combatieron”, resalta. Y ese es, a su juicio, el error de los españoles, que tienen “anverso y reverso, cara y cruz, pero si la cara es su magnífica, subyugadora, personalidad, la cruz es el personalismo que hace para cada uno tan difícil entenderse con los que le rodean”. Por eso, la historia contemporánea de España ha sido, a su juicio, “un fracaso político descomunal: una sucesión de victorias de signo contrario, que mutuamente se han anulado”.
Es evidente que este libro se escribe en un momento muy concreto de nuestra historia reciente, cuando se está articulando la España democrática. García Escudero apela entonces a la “España del sentido común”, a la conciliadora y posibilista que en algunos periodos históricos fue nexo entre las dos mitades; a la que haría posible lo que más tarde se conocería como la “Constitución de las dos Españas”, la del 78.
El legado vital e intelectual de García Escudero se caracteriza por su búsqueda de la reconciliación y la tolerancia entre los españoles. Es, en mi opinión, lo más valioso de su Historia Política y de su obra periodística. Al fin y al cabo se había formado en la Escuela de Periodismo de El Debate de Ángel Herrera Oria y fue miembro de la Asociación Católica de Propagandistas, que jugó un papel muy destacado durante la Transición. Como la gran mayoría de su generación, García Escudero superó los conflictos juveniles para construir una España mejor.
La actualidad de la crisis catalana ha devuelto a los españoles a esa realidad que analiza García Escudero en su obra. La de esas Españas interesadas en imponer su yugo en vez de convivir y comprenderse: “¡cuánta tragedia nos habríamos ahorrado si se hubiera abierto la puerta a las Españas y estas hubiesen querido franquearla, en vez de recluirse en el cultivo morboso del hecho diferencial!”
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.