Carmen Fernández de la Cigoña | 13 de diciembre de 2017
La economía del bien común. Un título como este hace apetecible a un lector profano en la materia adentrarse en lo que a priori parece el complicado mundo de la economía. Si a eso le unimos el que el autor, Jean Tirole, premio Nobel de Economía de 2014, confiesa que lo escribe ante las peticiones del “gran público” de un libro que resultase suficientemente accesible para todo el mundo, la prevención que a veces genera el suponer que por falta de conocimientos específicos la lectura va a resultar demasiado ardua se diluye.
Efectivamente, creo que una de las primeras cosas que hay que señalar con respecto a este libro es que es de lectura fácil, casi divulgativo, y que además aborda temas muy concretos que están en la realidad social actual. Temas que de un modo u otro no nos resultan ajenos sino todo lo contrario.
Sin embargo, creo que también hay que advertir al lector que puede estar esperando otra cosa con respecto al desarrollo del libro. Todos sabemos que no se deben juzgar los libros por la portada, pero en este caso es precisamente desde ahí desde donde se nos invita a cuestionarnos ¿qué ha sido de la búsqueda del bien común? ¿En qué medida la economía puede contribuir a su realización?
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— Editorial Taurus (@tauruseditorial) December 8, 2017
Y me toca ahora a mí confesar que ese fue otro de los alicientes para abordar La economía del bien común, la preocupación por el bien común y el convencimiento de que desde la economía se puede y se debe contribuir a él. Aunque mi punto de partida era distinto al del autor.
En cuanto a la consideración del bien común, el libro trata la cuestión desde el punto de vista de las ciencias sociales, quizá desde el propio del derecho o de la economía. Bien común es aquel que no es propiedad privada de ninguna persona sino que, por el contrario, corresponde a todos y es utilizado por todos. Sin embargo, esto es una deformación de lo que muchos entendemos por bien común, probablemente desde una perspectiva más humanista. Esto serían los bienes comunes, aquellos que no son privativos y cuyo uso y disfrute corresponde a todos, al menos en teoría.
Quizá pueda tildarse de ingenuidad en el lector, en una parte de los lectores, el esperar la consideración del bien común como las “condiciones sociales que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de su propia perfección”. Digo ingenuidad porque no son esos los presupuestos de los que parte el autor. Y aun agradeciendo que se traten los temas desde perspectivas más amplias que la puramente econométrica, se nos sigue quedando un poco cojo el planteamiento.
Jean Tirole, Nobel de Economía: "El #bitcoin es una pura burbuja; sin confianza su precio será cero" https://t.co/y1x1h0tdqQ pic.twitter.com/fHuGaxqi8i
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No es que no sea necesario hablar de esos bienes comunes y de la posibilidad de acceso a ellos por parte de todos. Es cierto que, en la actualidad, ese acceso no se da suficientemente en determinados ámbitos. El papa Francisco, por ejemplo, se refiere a ello en la encíclica Laudato sí desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia y aporta las consideraciones que estima relevantes. Pero, junto a eso, podíamos esperar la consideración del bien común desde la perspectiva de que todos, personas e instituciones, tenemos un fin concreto y específico al que debemos tender. Y que para ello debemos utilizar los medios adecuados al hombre, considerado en su naturaleza objetiva. Y esto no lo hace el autor.
Cuando él se refiere al velo de la ignorancia o tiene en cuenta lo que denomina “los sesgos cognitivos” en la toma de decisiones, ¿dónde queda la consideración del bien y la adhesión al mismo? ¿Dónde queda la virtud o el convencimiento de que las cosas hay que hacerlas porque eso es lo adecuado para el hombre, y no solo porque no vaya a ser que yo ocupe una posición más precaria en la sociedad que se vaya a construir? ¿Es que acaso ya hemos desistido de que estas realidades –bien, verdad, justicia (más allá de la legalidad)- también formen parte de nuestra toma de decisiones? Personalmente, espero que no.
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Hecha esta advertencia y volviendo ya al desarrollo de La economía del bien común, el autor dedica una buena parte del libro a cuestiones muy concretas. El mercado, el desafío climático, el cambio digital, Europa… Realidades que modifican el mundo actual y que hay que tener en cuenta como elementos fundamentales que van a marcar el desarrollo de la sociedad. Y el desarrollo económico, no sé si tanto de la economía. Tirole, por ejemplo, insiste en la necesidad de proteger a los trabajadores, no tanto los empleos, que probablemente serán en un futuro más bien próximo completamente distintos. Hay que afrontar el futuro desde el conocimiento de los cambios que ya estamos viviendo. Ignorarlos nos dejaría en una posición de desventaja que no llevaría a ningún otro sitio que a la realidad de distintas y nuevas crisis.
Probablemente este sea el gran desafío. En él no se puede pasar por alto el que en este mundo, en el que la globalización es un hecho y en el que hay una serie de bienes a los que todos deben tener acceso, es necesario volver a humanizar las relaciones familiares, empresariales, políticas, internacionales… para procurar que el Hombre sea el vencedor del mismo. Ojalá seamos conscientes de que, desde todos los ámbitos de conocimiento, también desde la economía, y tanto desde la teoría como desde la práctica, debemos contribuir a ello. Y por ahí pasará nuestro futuro.
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