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Cuando constitucionalismo e independentismo acordaron vivir juntos… y el bien venció al mal

Íñigo de Bustos | 10 de diciembre de 2017

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La convivencia entre constitucionalismo e independentismo se asemeja a la relación entre el bien y el mal que el infante don Juan Manuel describe en su colección de cuentos El Conde Lucanor, célebre obra de la narrativa castellana con marcado tono didáctico y moral. 

Constitucionalismo e independentismo resolvieron vivir juntos. Como quiera que el independentismo es muy inquieto, no para nunca y siempre anda con nuevos procesos, propuso al bien invertir en algún ganado con el que mantenerse. Agradó esto al constitucionalismo y convinieron en criar ovejas. Cuando estas parieron, quiso el independentismo repartir los provechos. El constitucionalismo, como es muy mirado, no quiso elegir primero y entonces el independentismo dejó para su compañero los corderitos y él tomó la leche y la lana de las ovejas. Y al constitucionalismo le pareció bien el reparto. Criaron, después, cerdos y, cuando las puercas parieron, expuso el independentismo que era lo justo actuar a la inversa del anterior reparto y que, por tanto, él se quedaría con los lechoncitos y el constitucionalismo, con la lana y la leche de las puercas.

Propuso el mal cultivar hortalizas y sembraron nabos. Cuando nacieron, dijo el independentismo desconocer lo que había bajo tierra, pues no se veía, pero, para que no hubiera engaño, que tomara el constitucionalismo las hojas de los nabos a la vista, que él se conformaría con lo que hubiera bajo tierra, y así hicieron el reparto. Luego sembraron coles. Y el independentismo, puesto que antes había quedado con lo que había bajo tierra, exigió que le tocara ahora al constitucionalismo hacer lo propio con las coles.

La injusticia de los repartos

Poco tiempo después, quiso el independentismo buscar una mujer que los acompañara y al constitucionalismo le pareció buena idea. Cuando la encontraron, propuso el independentismo que de cintura para abajo la haría suya y de cintura para arriba sería para el constitucionalismo. Como este lo aceptó, durante el día, lo que hacía la mujer aprovechaba a todos, pero llegando la noche solo este la hacía suya. Quedó la mujer embarazada y dio luz a un niño. Pero entonces el constitucionalismo no dio permiso para amamantar al niño. Conociendo el independentismo que no se daba leche a su hijo porque no estaba en su parte, pareció sumirse en grave y profunda pena. Lo que fue ocasión que aprovechó el constitucionalismo para hacerle observar la injusticia en los repartos.

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El independentismo pareció que entendía la razón y verdad de lo que ahora le sucedía y, finalmente, obtuvo la compasión del constitucionalismo, que naturalmente aceptó que se amamantara al niño pensando, además, que quedaba muy favorecido de la providencia con que el independentismo hubiera entendido la situación. Por lo que se contentó con exigirle que saliera con su hijo pregonando la razón de todo lo que había sucedido, lo que agradó mucho al independentismo, que pensó que finalmente había salido muy bien parado.

En realidad, esta es, en síntesis, la historia que don Juan Manuel narra en El Conde Lucanor, a propósito de lo que sucedió al bien y al mal cuando resolvieron vivir juntos, en la que me he limitado a sustituir un par de palabras.

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