Teresa Díaz Tártalo | 18 de diciembre de 2017
«¿De verdad que no te cabe una cuna en casa?» Con este lema, el Departamento de Acción Social de la Diputación Foral de Vizcaya hizo un llamamiento a la sociedad mediante la puesta en marcha de una campaña con la que se propuso buscar familias de acogida para 10 niños menores de 3 años. El vizcaíno de a pie podía toparse, paseando por su ciudad, con una cuna blanca estratégicamente colocada en una vía pública que le interpelaba, planteándole esta necesidad. Se aprovechó dicha campaña para buscar familia también para una veintena de niños un poco más mayores. En todos los casos, se trata de niños a los que sus familias no pueden cuidar por razones de diversa índole (enfermedad, marginalidad social, adicciones y un largo etcétera) y para los que un centro de menores está haciendo las veces de “hogar”.acogimiento
Frente a este provocativo eslogan, es cierto que podemos pensar que para atender a un niño no basta con tener espacio para su cuna, hace falta un espacio del que resulta más difícil disponer: un espacio en la vida. Pero el desafío de las cunas por las calles de Vizcaya apenas buscaba 10 personas: no es tanto.
Nos entretenemos con dicha campaña porque llama la atención cómo se movilizan algunas comunidades autónomas por buscar hogar para unos pocos niños, mostrando una creatividad que, por su bajo coste (se trata de una campaña baratísima), se puede repetir en el tiempo. A esta iniciativa se ha unido ahora una campaña movida desde el Ministerio de Sanidad que busca también concienciar de la necesidad existente de encontrar una familia para los más de 10.000 niños que crecen en centros residenciales en España por carecer de una familia que pueda hacerse cargo de ellos.
Entre estos niños hay algunos que podrían ser adoptados, pero su elevada edad lo hace difícil, pues los españoles suelen buscar niños más pequeños. Otros tienen familias con las que mantienen contacto más o menos regular, aunque nunca vayan a poder hacerse cargo de ellos (es el caso de padres con enfermedades mentales o situaciones sociales críticas que no tienen visos de mejorar). Este grupo de niños son los candidatos a un acogimiento permanente, es decir, podrían llegar a la mayoría de edad en una familia de acogida e incluso, a la luz de la nueva ley vigente desde 2015, podrían ser candidatos a una adopción abierta que les permitiría gozar de los mismos derechos que a un hijo en el seno de la familia que lo recibiera pero velando, al mismo tiempo, por la conservación del vínculo con su familia de origen.
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Por último, hay un reducido grupo de niños que solo precisa un acogimiento temporal porque la situación que provoca que sus padres biológicos no puedan cuidarlos parece ser reversible y, por tanto, es esperable la reunificación con la familia de origen. Para este grupo se buscan familias dispuestas a acogerlos durante un periodo máximo de dos años, mientras la familia de origen se reconstruye o se busca un itinerario más adecuado.
Además, la mayoría de las comunidades autónomas tienen en marcha los llamados programas de acogimiento de urgencia, que están integrados por familias que deben estar disponibles las 24 horas, pues pueden ser convocadas en cualquier momento porque en un hospital se produzca una renuncia de una madre tras el parto, un inesperado abandono, etc. Estas familias han de disponer de un miembro que no trabaje y se les da un pequeño apoyo económico porque se considera que tienen un cierto carácter de profesionalización. El resto de familias apenas recibe una ayuda que compensa escasamente los gastos básicos de un menor que, por lo general, requiere tratamientos psicológicos, de logopedia, etc.
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En cualquier caso, si uno conoce el acogimiento de cerca sabe que, aunque la cuestión de las ayudas que reciben los acogedores deja muchísimo que desear y que se trata de una asignatura pendiente que las comunidades autónomas no terminan de afrontar, a esto uno se lanza por vocación. Es cierto que ninguna familia debería desanimarse ante la posibilidad de acoger por un tema económico; sin embargo, desgraciadamente hay gente que no se lo puede permitir: esto debería cambiar. ¿Cuánto tiempo van a tardar nuestros políticos en darse cuenta de lo absurda que es una forma de funcionar en la que en vez de dar más apoyos a las familias siguen invirtiendo en recursos destinados a los centros residenciales que les salen, literalmente, 15 veces más caros que las familias y que además son una solución que no garantiza el bienestar de los niños como lo hace un entorno familiar?
Seguiremos observando: de momento, le damos la bienvenida a esta campaña ministerial de divulgación, pero “obras son amores…” Desde aquí animamos a los españoles a pensar si puede caberles una cuna o camita en su vida, para lo cual pueden contactar con su comunidad autónoma y pedimos a la Administración que se tome más en serio la recomendación que ya en 2013 le hizo la Comisión Europea, «Investing in children, breaking the cycle of disadvantage», en la que se solicitaba a los Estados miembros que “interrumpieran inmediatamente la expansión del acogimiento residencial y promovieran el acogimiento familiar de calidad».