Juan Caamaño | 09 de enero de 2018
Si por algo los españoles somos merecedores del asombro del mundo es por el eterno problema al que tanto esfuerzo hemos dedicado en los dos últimos siglos y para el que difícilmente encontramos solución; problema que se sintetiza en una sencilla pregunta: ¿Qué es España? Hoy la pregunta permanece y las respuestas, al igual que hace cien años, se articulan alrededor de nociones como Patria, Nación, Estado nacional, de las autonomías, plurinacional o federal, conceptos que jurídicamente tienen un valor en sí mismos, pero que no consiguen resolver el dilema, de lo cual se deduce que los españoles tenemos serias dificultades para definir y sostener una idea clara y sustantiva sobre qué es España y cuál su identidad. nación
Las dos Españas que se entendieron en 1978 y que no deben repetir los errores del pasado
Políticos, historiadores, juristas o intelectuales de diferentes disciplinas, ya sean de ayer o de hoy, se han pronunciado y hasta sentenciad0 y… el problema persiste. Cuando el político Agustín de Argüelles presentó el 19 de marzo de 1812 al pueblo gaditano el texto de la nueva Constitución, cuyo primer artículo decía: «La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios», lo hizo al grito de «Españoles, aquí tenéis vuestra patria», afirmación que poco se parece al pensamiento del expresidente del Gobierno Zapatero, para quien la nación es una idea polisémica y, por tanto, concepto “discutido y discutible”. Los historiadores suelen recurrir al término “idea de España” apoyándose en el legado histórico que acabaría dando lugar a una realidad política y cultural, lo cual no impidió a Sánchez Albornoz considerar a España un “enigma histórico”. También los filósofos han participado en tan compleja cuestión. Gustavo Bueno consideraba que la cuestión de España era un asunto estrictamente filosófico, diferenciando entre «los problemas de España» y «el problema de España». Pero tal vez sea Ortega y Gasset quien haya manifestado la gran tragedia del problema; eternamente preocupado por la realidad de España y su futuro, percibía la falta de un concepto positivo de España que transmitir a los españoles, llegando a decir con cierto dramatismo: “Dios mío, ¿qué es España?”
Otros españoles, más que dar respuestas han expresado sus sentimientos. Miguel de Unamuno, quien se consideraba “español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio”, con gran tristeza llegaría a decir: “me duele España”. O el romántico Mariano José de Larra, cuya visión de España, oscura y gris, lo llevó a preguntarse: ¿Dónde está España?
Miguel de Unamuno a las afueras de Salamanca en 1934. pic.twitter.com/cZnUa1Jl2A
— Archivos de la Hist. (@Arcdelahistori) December 10, 2017
Una sencilla reflexión nos lleva a pensar que tal vez el dilema no esté en la propia España, sino en sus queridos hijos. Pensamiento que sustento al amparo de las palabras de George Borrow, más conocido como “Jorgito el inglés”, personaje enviado a España por la Sociedad Bíblica Británica y que recorrió la geografía española entre 1835 y 1840 con la misión de difundir el Nuevo Testamento. Fueron, dijo él, los mejores años de su vida; conoció la España ‘oficial’ y la ‘real’ y, a pesar de algunas penalidades que hubo de soportar, su visión de España es cuando menos gratificante: «Siento por España una admiración ardiente; es el país más espléndido del mundo, probablemente el más fértil y con toda seguridad el de clima más hermoso. Si sus hijos son o no dignos de tal madre, es una cuestión distinta que no pretendo resolver».
Don ‘Jorgito’ puede ayudarnos, si no a resolver el problema, al menos a encauzarlo siguiendo un camino diferente: antes que definir a España hay que buscarla, vivirla y quererla, que ya habrá tiempo para discusiones políticas, históricas o filosóficas. Y buscarla requiere sentir el deseo de encontrarla. Se puede seguir el curso de los ríos, dejar nuestras pisadas en los caminos, ahondar en el misterio de las piedras milenarias o acompañar a las nubes en su lento vuelo, pero, sobre todo, obliga a descansar en pueblos o aldeas y conversar con sus gentes. Es la España que nos regalan los juglares y poetas, cuyas palabras no envejecen ni se pliegan a tendencias e ideologías. Es la España de leyendas y tradiciones, que no son historia pero sí son historia popularizada, pues en ellas encontramos hechos, vivencias, virtudes y puros sentimientos propios de gente sencilla.
España nos espera en las aguas que bañan sus costas: azul Mediterráneo, verde Cantábrico, misterioso Atlántico. Es el mar el perenne abrazo que a España acaricia. Una gaviota, en el libre vuelo de cada día, nos enseña a sentir la emoción ante la belleza de las aguas dejando su vida en playas o acantilados; también nos recuerda que por ese camino de olas llegaron dioses, héroes, santos y gentes de guerra, en una mano la espada y en la otra su cultura. Y ella, la tierra, que el nombre de España estrenaba, guardó su recuerdo que aún hoy perdura: Túbal, Hércules, Gerión, Teucro, Sant Yago, nombres legendarios fundadores de leyendas y tradiciones. Con ellos comenzó la historia de España y todos llegaron a lomos de una ola. Unos tomaron asiento ante tanta riqueza y hermosura, mientras otros, siglos más tarde, dejaron su tierra en una barca de vela con lágrimas y tristeza, descubriendo su amor a España cuando lejos de ella estaba. Lo expresa Eugenio de Nora en su poema “España pasión de vida”:
A España hay que buscarla en el campo, origen natural de los pueblos, donde el hombre se encuentra a sí mismo. Un águila, vigilante en su atalaya, nos dice que nace España en cada aurora. Su regio vuelo le permite contemplar campos de trigo, encinares y olivares, cumbres nevadas, lomas, alcores, viñedos y girasoles, ríos y valles; puede percibir el vigor de los árboles ibéricos y adivinar el murmullo de las fuentes aliviando la sed del hombre cansado. Todo un mosaico de bellos paisajes, diferentes tierras unidas en la gran tierra madre. Así la vio García Nieto en su poesía; buscador de Dios y del paisaje, el poeta encontró un tesoro de nombre España que a su hijo entregó en un hermoso poema, “Dedicatoria”:
La virtud de los grandes poetas es ofrecernos palabras cuando ellas nos faltan, o cuando intereses partidistas nublan nuestra mente. No dan respuestas a preguntas, pero nos motivan a detener nuestros pasos, mirar a nuestro alrededor y reflexionar sobre nuestra identidad. Al polaco Adam Zagajewski, premio Princesa de Asturias de las Letras 2017, su alma de poeta lo llevó a decir en el discurso de aceptación del premio: “En el mundo actual todos quieren hablar solo de la comunidad y de política, y es cierto que esto es importante. Pero también existe el alma particular con sus preocupaciones, con su alegría, con sus rituales, con su esperanza, su fe, su deslumbramiento que a veces experimentamos”.
A nosotros, los juglares y poetas nos ayudan a reconocer con humildad serena que España no “es”, sino “somos”, que no hay en España otra frontera que aquella señalada por el cauce del río, la que levantan las montañas en su elevar al cielo o la ofrecida por los árboles en sus bosques. Al igual que el cofre guarda en su interior las joyas bien ganadas, así España, sabiéndose formada por perlas plateadas, las engarza todas ellas en collar que a sus hijos entrega. Son perlas de historia, de leyendas y poesías; perlas que nos hablan, perlas que florecen en su escudo: castillos, leones, barras, cadenas y coronas representan la extraordinaria riqueza histórica de un pueblo viejo e hidalgo y, junto a tanta historia, unas altivas columnas, memoria de un héroe mitológico, nos recuerdan que es España una leyenda hecha realidad. nación
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.