Juan Pablo Maldonado | 15 de enero de 2018
Hace décadas no era extraño ver repartidores de periódicos en bicicleta. Cómodos e irrompibles ciclomotores sustituyeron pronto a aquel viejo medio de reparto. Durante mucho tiempo pensé que no volvería a encontrar más repartidores en bici. Estaba equivocado: desde hace unos años, los repartidores en bicicleta inundan nuestras calles, muy especialmente en servicios de comida a domicilio. Es de lo más idílico, desde luego, pero no tanto.
Paradójico: al mismo tiempo que el ciclismo profesional -deportivo- se desprestigia a causa de los continuos escándalos por dopaje, renace el reparto en bicicleta. No se entiende muy bien. A medida que la política y los controles antidopaje se incrementan, las competiciones ciclistas pierden seguidores. Sin embargo, el reparto en bicicleta por la ciudad, entre coches, camiones y autobuses, tragando humo y jugándose la vida, parece gozar de buena prensa. Estamos muy preocupados por la salud de nuestros ciclistas profesionales -la salud de la competición, más bien-, pero no parece que la de los repartidores en bicicleta inquiete demasiado.
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— Riders Deliveroo (@RidersDeliveroo) January 8, 2018
Y la cosa es para inquietarse. ¿Están esos repartidores preparados físicamente para realizar todos los días los kilómetros que precisan para ganarse un jornal? ¿Pasan revisiones médicas periódicas? ¿Es sano hacer todos esos kilómetros sin calentamiento previo? ¿Cuál será el estado de salud de esos trabajadores dentro de unos años? Y, además, con esos cubos gigantes a modo de mochila, ¿no sería más sensato que lo llevaran en el portaequipajes? Sería mucho mejor el uso de ciclomotores eléctricos, mucho menos agresivos para la salud del repartidor.
Por si fuera poco, parece que la mayoría de esos repartidores trabajan como si fueran autónomos, sin estar dados de alta en la Seguridad Social en calidad de trabajadores asalariados. En esto comparten suerte con otros trabajadores de la llamada «economía colaborativa». Bajo el argumento de que este tipo de plataformas solo ponen en contacto a repartidores y chóferes con clientes, se pretende las más de las veces eludir responsabilidades laborales que al empresario corresponden. Poco a poco, la realidad se va imponiendo: la autoridad laboral actúa, los ciclistas accidentados o despedidos demandan y los jueces dictan sentencias encauzando el tema. Tan modernas y avanzadas plataformas o empresas no han tenido ningún tipo de escrúpulo en ocultar y negar derechos laborales a los trabajadores a su servicio, imponiendo así condiciones de trabajo a su antojo, como si las normas laborales solo rezaran para la empresa tradicional. Muy avanzado, muy avanzado, precisamente, no parece que sea todo esto.
Sin duda, frente al taxi, una de las grandes ventajas competitivas de las nuevas empresas que ofrecen servicios de vehículo con chofer radica -las cosas son como son- en la calidad del servicio: puntualidad, chofer perfectamente trajeado, amabilidad exquisita, sin ruidos ni malos olores. Todo ello no parece que sea debido precisamente al carácter colaborativo del sector emergente, sino que más bien es fruto de una organización y dirección típicamente empresarial, en sentido laboral; uniformidad incluso. Se aprecia sin dificultad la existencia de un poder de dirección sumamente eficaz.
La desaparición de los taxis es cuestión de tiempo . La competencia lo transforma todo
Pero son empresas colaborativas. Con eso se les perdona todo. No pasa nada. Pero lo cierto es que todas las empresas son colaborativas. La empresa y la economía, por definición, lo son. Referirse a las nuevas plataformas y empresas de la nueva economía digital como “colaborativas” no deja de ser un secuestro del lenguaje, otrora propio de la ideología política, hoy utilizado por el marketing empresarial. Qué duda cabe: el adjetivo “colaborativo” es muy amable. Pero si la salud del trabajador se desatiende y las obligaciones laborales se eluden, no sé dónde está lo nuevo, ni lo colaborativo; más bien, se imponen así, graciosamente, como quien no quiere la cosa, modos de explotación del trabajador bien antiguos y antipáticos.
Y si lo avanzado fuera simplemente una vuelta al pasado, por lo que al reparto se refiere, mejor que hacerlo en bicicleta sería recuperar el reparto mediante caballos, mulas y asnos. Podrían incluso habilitarse nuevos carriles para “equinos” y estos podrían abrevar en las fuentes de parques, bulevares y paseos. Claro, que no creo que animalistas y otros grupos de la sociedad bien pensante lo permitiesen. ¿Cómo se va a tolerar que tan sufridos animales hagan la barbaridad de millas que hacen los repartidores en bicicleta y sean utilizados de esa manera? Eso sería una salvajada, impropio de una sociedad tan avanzada como la nuestra.