Pablo Casado Muriel | 18 de enero de 2018
Madrid acoge la primera exposición itinerante sobre Auschwitz. El horror se muestra ante los ojos de un visitante que comprobará cómo es posible que un hombre que basa su proyecto en el odio pueda llegar al poder y poner en marcha sus «fábricas de la muerte».
Auschwitz es la constatación de que el Mal existe en este mundo. Quien ha tenido la oportunidad de visitar este terrible campo de concentración puede dar fe de que, al atravesar sus alambradas, una sensación de pesadumbre y congoja se apodera del cuerpo y del alma. Un sentimiento de dolor compartido que, sin embargo, no es ni tan siquiera comparable a aquel que sufrieron quienes perdieron la vida durante la sinrazón y la barbarie de Adolf Hitler y sus seguidores.
El horror de Auschwitz no ha quedado relegado a los libros de Historia. El tremendo impacto que provocó en la sociedad de su época y en las generaciones posteriores ha dado pie a numerosos libros, películas y otro tipo de documentos. Pocos serán aquellos que, a día de hoy, no conozcan, al menos de lejos, el extremo al que fue capaz de llegar el hombre cuando el odio se apodera de las entrañas de una nación.
A pesar de ello, exposiciones como la que puede verse hasta junio de 2018 en el Centro del Canal de Madrid son necesarias para recordar que “no hace mucho” y “no muy lejos de aquí”, como reza el subtítulo de la muestra, Europa asistió atónita a la transformación de todo un grupo de personas en “seres infrahumanos”. Los judíos se convirtieron en “un virus” con el que hay que acabar, en palabras del propio Hitler; junto a ellos, romaníes, opositores políticos, enfermos y discapacitados, y todo aquel que alzase levemente su voz contra el fanatismo nazi.
Es necesario entender que la barbarie no se instala de un día para otro en un país, que los campos de concentración y las infames cámaras de gas no llegan si no es después de todo un proceso en el que el odio se expande e infecta a todos los estratos de la sociedad. Y precisamente este aspecto es uno de los más destacables en esta exposición sobre Auschwitz.
A modo de cronología, las distintas salas nos describen el avance del antisemitismo desde el siglo XIX hasta llegar a su culmen en los años 30, marcando especialmente el terrible papel de la Primera Guerra Mundial y la utilización de los judíos como chivo expiatorio por parte de partidos como el Nacional Socialista.
Como muestra de esa contaminación a todos los niveles, destaca un juego de mesa, “divertido y para toda la familia”, cuyo objetivo es expulsar a los judíos del interior de una ciudad. Un objeto infantil convertido en arma para el adoctrinamiento y que nos hace entender cómo, posteriormente, fue posible poner en marcha toda una maquinaria destinada a la aniquilación de la vida humana.
Sobre las bases del antisemitismo, la depresión económica y moral de Alemania después de la Gran Guerra, y bajo las promesas de recuperar glorias pasadas, Adolf Hitler llegará al poder en 1933 y poco después destruirá el orden germano, al mismo tiempo que comienza a construir los campos de reeducación en los que opositores de todo tipo sufrirán las consecuencias de desafiar al nazismo.
Siguiendo de nuevo un orden cronológico, la exposición, centrada en el campo de Auschwitz, ciudad polaca estratégicamente situada como nudo ferroviario y punto neurálgico del posterior plan para eliminar a todos los judíos de los territorios ocupados, mostrará la evolución de esta prisión.
El primer campo de Auschwitz sirvió para la reclusión de todo tipo de “elementos negativos” para la sociedad aria que pretendía el nazismo. Hacinados en viejos barracones antiguamente utilizados por el ejército polaco, los allí recluidos conocieron pronto que el lema con el que eran recibidos, Arbeit macht frei (“El trabajo os hará libres”), tan solo era una macabra broma de sus verdugos.
Los dibujos de Jam Komski, superviviente del Holocausto, sirven para mostrar gráficamente el día a día en ese primer campo de concentración. Si el visitante aún no se ha estremecido, un duro látigo utilizado por los kapos (prisioneros alemanes encargados de mantener el orden entre el resto de reclusos polacos) servirá para conseguir que lo abstracto de una imagen tome forma.
Con el paso de los años y, sobre todo, el avance de la Segunda Guerra Mundial, los campos de concentración se convertirán en campos de exterminio, “fábricas de muerte” concebidas por los gerifaltes nazis en la Conferencia de Wannsee. A partir de 1942, y en los 18 meses posteriores, murió “el 80% de los judíos que perdieron la vida en el Holocausto”.
Atravesada esa última frontera del mal, el visitante se encuentra de cara con el horror más abominable. La construcción de un segundo campo a pocos kilómetros de Auschwitz, Auschwitz-Birkenau, supuso la constatación de que el régimen nazi había puesto en marcha una “infraestructura para la aniquilación”. A través de las distintas salas, el espectador descubre, horrorizado, como las SS estudiaron científicamente la forma más eficaz y rápida de segar el mayor número posible de vidas.
Es el turno, pues, de las cámaras de gas, de los hornos crematorios y de las deportaciones masivas desde todos los rincones del conquistado territorio alemán. Dibujos de David Olère, superviviente de Birkenau y miembro de un Sonderkommando (prisioneros judíos encargados de entrar en las cámaras de gas para recoger los cadáveres e incinerarlos), muestran a la perfección y con sumo detalle la crueldad de aquel lugar.
No es posible reproducir el horror vivido en aquellos días, el pánico de mujeres, hombres, niños y ancianos que, desorientados, bajaban de un tren para acabar muriendo en los crematorios. Recreaciones y maquetas de las puertas de esas cámaras, testimonios de supervivientes y hasta latas de Zyklon B, el veneno utilizado para las ejecuciones, espantan y anudan la garganta, pero es imposible ir más allá en el limitado espacio de una sala. Aunque puede que ya sea suficiente.
Visitar Auschwitz es una experiencia difícil de describir, imposible de olvidar y complicada de digerir. La exposición que presenta el Canal es una maravillosa iniciativa que refresque la memoria al mundo en una época de paz en la que corremos el peligro de “olvidar la historia”, algo que, como se puede leer a la entrada, “condena a los pueblos a repetirla”. Sin embargo, quien haya paseado por este u otro campo de concentración saldrá reconociendo que, pisando el suelo que pisaron botas militares y pies descalzos, el estremecimiento y la toma de conciencia se hace aún más real, se evita el peligro de creernos que estamos ante “otro museo más”, algo del pasado que se guarda en vitrinas.
Recorremos salas plagadas de fotografías, objetos personales arrancados de las manos de sus dueños, documentos y relatos que, pese a todo, no son comparables al mirar de frente el paredón situado junto al pabellón 11 de Auschwitz, adentrarse entre las filas de literas en un barracón destinado al ganado y con vistas a las chimeneas de los crematorios de Birkenau, o enfrentarse al horror de una imponente y descomunal vitrina de pelo humano recogido y expuesto en dicho lugar.
Todo esto no le resta valor a la muestra y, simplemente, es una cortés invitación (en la medida de lo posible) a dar un paso más y visitar en persona uno de estos campos de exterminio. No hace mucho tiempo, el Mal se apoderó de un lugar no muy lejos de aquí.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.