Cristina Barreiro | 24 de enero de 2018
Acaban de cumplirse cien años de la publicación de las primeras crónicas de Julio Camba en El Sol. El escritor gallego dejaba el periódico ABC, en el que había trabajado desde 1913 –debutando con su célebre Mi nombre es Camba (18 octubre 1913)– para lanzarse a la aventura del que prometía convertirse en el diario renovador y más novedoso de la época.
Homenaje en el centenario de la fundación de “El Sol”, un gran periódico regeneracionista
Camba ya era una pluma de prestigio, de las mejor pagadas de España, junto a la de Azorín, que había ganado fama y notoriedad gracias a sus geniales crónicas como corresponsal desde Alemania (se encontraba en Berlín al comienzo de la Gran Guerra), Zúrich, Londres o Nueva York, las capitales a las que había sido enviado por el periódico de Luca de Tena. Sus escritos ágiles, descriptivos, afilados, pinceladas vivas entre anecdóticas y costumbristas aun en días de pólvora y trincheras, habían cautivado a los lectores del momento. La descripción del general Hindenburg con “cabeza cuadrada, cuello ancho, bigotes enormes, mirada terrible” (ABC, 20 enero 1915), la extravagante representación en las cartas de los restaurants suizos que “luchan con los platos exquisitos de la cocina francesa” y en la que se veía “una serie de nombres alemanes que van imponiéndose por la abundancia y por la baratura” (ABC, 19 septiembre 1914) o su fascinación por la “nación mecánica” que a sus ojos representaban los Estados Unidos, que visitaba por primera vez en 1916, lo convirtieron en una pluma demandada por las redacciones.
El Sol contrató los servicios de Julio Camba al terminar el año 1917 (el primer ejemplar había salido el 1 de diciembre bajo la batuta de Urgoiti, Ortega y Félix Lorenzo), en los días en los que la Revolución Soviética sorprendía al corazón de Europa con la amenaza del “maximalismo”. Atrás quedaba un lustro con ABC. España atravesaba un momento de importantes dificultades internas motivadas por los conflictos sociales que hacían peligrar el modelo restauracionista: desde el Ejército se evidenciaban las voces críticas con la guerra de Marruecos y el conflicto catalán, liderado por Cambó, amenazaba con la desintegración nacional. El destino de Camba iba a ser París, ciudad que ya había cubierto como corresponsal de El Mundo en sus inicios periodísticos. Julio Camba, de nuevo en la capital francesa, volvía a escribir, con su particular estilo, anotaciones sobre el avance de la conflagración y de la vida en un país que se resistía a dejar atrás las horas de diversión, teatro y espectáculo.
Chaves Nogales, Josep Pla y José Díaz Fernández. Tres periodistas en la #RevolucionDeAsturias. @LibrosAsteroide https://t.co/NGFn0WGFgr
— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) January 21, 2018
La primera de las crónicas de Julio Camba en El Sol se publica el 26 de diciembre de 1917 y lleva por título “Les affaires sont les affaires”, en directa referencia al pasional proceso Caillaux (el exministro de Finanzas que renunció al cargo después de que su esposa asesinara al editor de Le Figaro cuando este amenazó con publicar una explosiva carta del político). Lo hace ya como “corresponsal en París”, capital en la que permanece hasta el verano de 1918. Eran los días de la gran batalla de Francia, de la ofensiva alemana contra la capital y, por ello, Julio Camba vuelve a dotar a sus colaboraciones de cierto tono belicoso que ya había utilizado en los primeros meses del conflicto, cuando escribía desde Suiza. En la crónica titulada El pueblo de Gavroche, en los días en los que la lucha se ponía favorable a los ejércitos aliados, escribe: “Fue un sábado al amanecer cuando cayeron sobre París los primeros proyectiles del famoso cañón alemán. Poco después, los bomberos recorrían las calles, tocando la alarma. Todo el mundo creyó en un raid diurno de aviones. París madrugó aquél sábado más que nunca” (El Sol, 2 abril 1918). La ciudad del Sena tiene que afrontar los ataques de los cañones alemanes, los bombardeos por medio de aviones y las señales de alarma; son días de miedo en los que se suspenden los servicios de trenes y tranvías y los teatros echan el cierre a sus representaciones (El Sol, 26 marzo, 2 y 8 abril 1918). Las crónicas de Camba, regadas de ese instinto creativo del literato, son breves y ocupan un espacio destacado en la primera o tercera página del diario, compartiendo relevancia con firmas como la de Mariano de Cavia, el columnista estrella del periódico, Manuel Aznar o Corpus Barga. Desde París, en ese invierno, Camba publicó trece crónicas en El Sol. En ellas, la Gran Guerra vuelve a convertirse en eje angular de sus escritos: textos cortos, sencillos y muchas veces anecdóticos, desordenados y nada metódicos -como era Camba– en los que humaniza el relato, pero en los que también se respira el olor a los gases lacrimosos del conflicto.
Camba regresó a Madrid en junio de 1918. Viajó a Galicia y Bilbao, desde donde continuó remitiendo sus colaboraciones. En España, se sucedían los inestables gobiernos de Romanones, García Prieto, Maura y Dato, mientras muchos soldados dejaban su vida en África. La violencia anarquista y el clima de conflicto social que se respiraba en nuestro país no evitó que Camba volviera a recurrir a la ironía para referirse a la expatriación de refugiados rusos decretada por el Gobierno en febrero de 1919 (El Sol, 23 febrero 1919), ni a satirizar con el parlamentarismo español a raíz de los continuos cambios de gobierno (El Sol, 28 mayo 1919). Desde Madrid, y en los días de las negociaciones de paz y la firma del armisticio alemán, Camba no volvía a hacer referencia alguna a la guerra en sus escritos. Los días de sangre y lágrimas en Europa reabrían el camino del ingenio con sabor español al genial escritor gallego.
Camba permaneció vinculado a El Sol hasta 1927. Durante este tiempo, repitió como corresponsal en Berlín y Roma. Muchas de sus crónicas viajeras se recopilaron en Aventuras de una peseta (1921), Sobre casi todo y Sobre casi nada (ambos de 1927). En esta fecha, en pleno Directorio Civil de Primo de Rivera y cuando la pluma de José Ortega y Gasset era la voz más autorizada de El Sol, Julio Camba regresó al diario ABC. De nuevo desde Nueva York, vuelve a sentirse atrapado por la grandiosidad de los rascacielos. Regresa de Estados Unidos con la Segunda República recién proclamada y el libro La ciudad automática (1932), compilación de sus crónicas en su segunda estancia americana. Al nuevo régimen le dedicó un volumen de artículos, Haciendo de República (1934), muy mordaz en sus críticas y en el que se percibe la ingenuidad con la que se recibió el 14 de abril. Tras la Guerra Civil, Julio Camba continuó vinculado a ABC y, desde 1945, recuperó la costumbre de redimir sus artículos del papel periódico. La editorial Plus Ultra impulsó en 1948 sus obras completas y durante un tiempo colaboró con el diario Arriba. Después de una larga estancia en Lisboa, en 1949 fijó su residencia en el Hotel Palace madrileño, donde murió en 1962. Tenía 78 años. Su obra ha sido bien estudiada por Fermín Galindo, Fidel López Criado, Pedro López García y Almudena Revilla, entre otros, pero en estos días de conmemoraciones no convine dejar pasar el recuerdo de quien, a medio camino entre el periodismo y la literatura, consiguió que en tiempos de guerra la crónica alcanzara un carácter propio.