Juan Pablo Maldonado | 01 de febrero de 2018
Llama la atención; cuantas más facilidades técnicas existen para reducir la duración de la jornada laboral, más tiempo lleva el trabajo y se rebasan con facilidad los límites de jornada y lugar de trabajo. Ahí está -por ejemplo- el problema de los trabajadores a los que se exige que estén “conectados” a todas horas, o el del cada vez más frecuente trabajador presentista. Es este un término despectivo con el que se quiere caricaturizar al que da una excesiva importancia al hecho de permanecer en el lugar de trabajo el mayor tiempo posible. No nos equivoquemos, un presentista no es el trabajador cumplidor de sus obligaciones, entre las que suele restar la de completar la jornada laboral. Presentista es el que confunde trabajar con su mera presencia en las instalaciones de la empresa, quizás incluso en sus aledaños. Hay trabajadores presentistas, como hay padres presentistas que creen cumplir con sus hijos porque están siempre en casa, cuando tal vez falte el cariño y la comunicación. Hay trabajadores presentistas como hay estudiantes presentistas, que creen ser buenos estudiantes porque se pasan todo el día en la universidad, pero no estudian. Y así ocurre con la vida misma; podemos vivir o tan solo parecer.
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Estar o tener presencia en el lugar de trabajo –tal vez en sus inmediaciones- no es exactamente lo mismo que trabajar. Obviamente, trabajar exige hacerlo en algún sitio, el lugar de trabajo. Pero con estar allí no basta. La obligación del trabajador consiste en trabajar, normalmente en un lugar determinado, durante un cierto tiempo al día, a la semana, al mes o al año. Además, el trabajador tiene un deber de diligencia; está obligado a un rendimiento mínimo, el normal o pactado. Tiene aún otros deberes: el de obediencia -muchas veces olvidado- y los derivados de la buena fe contractual. En ocasiones, se produce un desequilibrio, al darle especial relevancia al hecho de estar en el lugar de trabajo el mayor tiempo posible, postergando las restantes obligaciones del trabajador.
Hay trabajadores presentistas que, por su propia voluntad, incurren en dicha conducta. Pueden existir casos excepcionales, en los que junto a esa dilatada estancia en el lugar de trabajo se rinde también de forma extraordinaria. Pero casos así son más bien excepcionales. En principio, el trabajador presentista no genera mayor mal a la empresa, salvo, en su caso, la falta de rendimiento. El problema viene cuando la conducta del trabajador se propaga y reproduce en el seno de la empresa.
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También hay empresas presentistas, ya sea porque este tipo de conducta se ha tolerado y extendido sin que la dirección le haya puesto remedio, ya porque la propia dirección de la empresa lo fomenta o exige. Tanto en uno como en otro caso estamos ante una patología, que debiera ser tratada cuanto antes. No son precisamente empresas ejemplares. Además, generan daños para el conjunto de la sociedad. Al consumir todo el tiempo y energía del trabajador, dejan a este exhausto y sin tiempo para la familia. La vida familiar y las familias van a menos (uno de cada cuatro hogares no tiene hijos). Mientras tanto, la sociedad española envejece y no se sabe con claridad cómo se van a sostener las pensiones y la economía.
Desde otra perspectiva, cuando en una empresa se instala el presentismo, quienes más sufren son los trabajadores con responsabilidades familiares, por regla general, trabajadoras. Esas empresas en las que es común salir del trabajo poco antes de la cena -incluso después- son empresas que, poco a poco, van relegando a las trabajadoras con familia, cuando no son estas las que acaban buscando fuera posiciones que permitan compatibilizar sus responsabilidades familiares y profesionales. Muy posiblemente, el modo más eficaz de discriminar a las mujeres laboralmente venga por esa vía de retrasar la hora de salida de la oficina, tal vez ensanchando absurdamente el descanso para la comida, que en la metrópoli, ante la imposibilidad de desplazarse hasta el hogar particular, obliga a socializar con el resto de compañeros de trabajo. No solo es la distancia entre la oficina y la casa de cada cual, es que el que no socializa corre incluso el riesgo de quedar marginado de posibles nombramientos y ascensos. Así, las camarillas se instalan en la empresa, en detrimento del resto de los trabajadores y del mismo empresario, que bien pudiera perder el control sobre la misma.
Lo más curioso es que todo esto esté ocurriendo justo cuando los medios técnicos permiten una mayor relajación del tiempo de trabajo en un lugar concreto. Una sociedad bien organizada debiera aprovecharse de ello y saber organizarse de tal manera que permitiera conjugar la vocación profesional y la familiar.