Gonzalo Fuentes | 11 de febrero de 2018
“Ríe y el mundo reirá contigo; llora y llorarás solo». Esta frase, comienzo del poema Soledad, de Ella Wheeler Wilcox, podría ser el epicentro narrativo de Feud: Bette and Joan y el universo del cine que es reflejado a la perfección. De todos es sabido que el éxito y la fama en el séptimo arte suelen ser efímeros, que el aplauso de hoy es el abucheo y el desprecio del mañana. A partir de ahí, cada artista trata de tomarse las nuevas etapas, lejos de los focos, de la mejor forma posible. Pero este no es el caso de Joan Crawford y Bette Davis.
Crawford (interpretada por Jessica Lange) fue una de las principales estrellas de Hollywood de los 30, 40 y 50. Con una irradiante belleza y un Óscar bajo el brazo, las ofertas laborales con los principales magnates de la industria no dejaban de sucederse. Pero llegaron los 60, y con ellos su declive, de la mano de su vejez.
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— FEUD: Bette and Joan (@FeudFX) October 9, 2017
Por otro lado, está Davis (Susan Sarandon), más joven que Crawford y fan de esta al principio de su carrera, cuyo éxito se concentró en finales de los 40 y principios de los 50. Aunque era menos agraciada físicamente, lo compensaba siendo un portento interpretativo, hasta el punto de ser nombrada como la segunda mejor actriz de todos los tiempos, solo por debajo de Katharine Hepburn.
El fragmento temporal escogido para la miniserie de la cadena FX abarca desde 1960 hasta 1978, una etapa difícil para ambas actrices, cuya rivalidad crecía conforme menguaba su prestigio. Ellas se ven obligadas a entenderse, aceptando trabajar juntas para la película What ever Happened to Baby Jane?, dirigida por otro renegado de la industria, Robert Aldrich (papel que encarna Alfred Molina). El film resulta ser un éxito y reaviva la llama del éxito de ambas, pero se refuerza su enemistad hasta cotas muy desagradables.
Uno de los momentos más duros y a la vez brillantes se produce con las nominaciones a los Óscar tras el estreno de la película. Bette Davis resulta candidata a mejor actriz, no así su compañera Crawford, que llevará a cabo una campaña, en colaboración con la periodista Hedda Hopper, usando todos sus contactos de la Academia para desprestigiar a Davis.
Ryan Murphy, responsable de American Horror Story y American Crime Story, deja de lado temporalmente el terror de contraluces, brujas, freaks y vampiros, para adentrarse en unos miedos mucho más profundos y reales: los de las terribles decisiones que toman los propios seres humanos contra sus semejantes (actualmente se encuentra preparando la segunda temporada de Feud, que versará sobre la relación entre Carlos de Inglaterra y Diana de Gales).
La miniserie muestra las vilezas de las que son capaces en Hollywood con tal de mantener su estatus. También se desarrolla hábilmente el desprestigio y olvido de la industria por el avance de la edad, en especial en el mundo de las actrices, que muchas veces valoran la belleza física por encima de la calidad interpretativa. Y es que el rol de la mujer en esa época está muy limitado y el ámbito creativo está reservado a los hombres. Un gran ejemplo es el personaje de Pauline Jameson, asistente de dirección de Aldrich, quien se plantea el salto a la dirección con un guion propio, pero se ve imposibilitada por el simple hecho de ser mujer.
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También el inmenso poder de la prensa en esa época se ve representado a través de Hedda Hopper, quien alimenta el amarillismo dantesco para vender más ejemplares, con afirmaciones más o menos verídicas e historias entre bambalinas que poco tienen que ver con el séptimo arte.
Todos los personajes principales ofrecen muchas aristas, profundidad y son difícilmente etiquetables (singularidad que encumbra la obra). Nadie es malo o bueno, sino que sus acciones son fruto de sus inseguridades y frustraciones. Tanto Jessica Lange como Susan Sarandon están inmensas en sus respectivos papeles, y con razón han estado nominadas al Globo de Oro y al Emmy a mejores actrices. Pero hay un papel a reivindicar, a simple vista secundario, y es el de Mamacita (Jackie Hoffman), la sirvienta de Joan Crawford. Ella es la voz de la razón, la sinceridad, apoyo constante y abrigo. También la que anima a Pauline a dirigir y hace estupendos alegatos en pro del feminismo, adelantándose radicalmente a su época.
El último aspecto a destacar en la obra es la crisis de identidad sufrida por los artistas a lo largo de su carrera. El personaje público que se crea para presentarse en sociedad acaba por confundir al auténtico ser que se esconde tras el intérprete. Sobre este tema recomiendo encarecidamente el reciente documental Jim y Andy, sobre el actor Jim Carrey y su transformación emocional cuando interpretó a Andy Kaufman. En Feud, la principal declaración al respecto es dicha por Crawford entre lágrimas: “Pasé toda mi vida siendo Joan Crawford, una mujer que creé para los demás. No sé quién soy cuando estoy sola”.