Cándida Filgueira Arias | 05 de febrero de 2018
Los profesores han visto cómo sus condiciones de trabajo se han complicado con el paso de los años. La pérdida de autoridad se ha convertido en un foco de conflictos y faltas de respeto que, en algunos casos, afecta directamente en la salud del docente.
La dificultades que viven muchos docentes para desarrollar su tarea profesional educativa y ejercer en plenitud su liderazgo se ha convertido en un agente de desgaste habitual que incide directamente en su estado de ánimo. Las consecuencias directas son el agotamiento emocional que se genera como resultado de una relación personal, digamos, fría y distante tanto para con los alumnos como para con los compañeros de profesión, por lo que, irremediablemente, se traduce y deriva para las Administraciones en un aumento de la tasa de bajas por depresión y jubilaciones anticipadas en este colectivo.
Analizando la difícil situación, podemos decir que son muchos y muy diversos los problemas y factores que inciden en este desánimo y que sin duda denostan, una vez más, la consideración y valoración social de la profesión de maestro y profesor.
Debemos evitar que haya padres que critiquen a los profesores, que no reconozcan la figura del profesor y sería fantástico que los padres pusieran a disposición sus conocimientos y contactos para crear una comunidad de aprendizaje. @LeoFaracheKing #pactoec17 #CongresoEmociona
— Escuelas Católicas (@ecatolicas) November 17, 2017
El escaso interés por aprender, la indisciplina, el acoso hacia la figura de autoridad, etc., son factores que explican, en un alto porcentaje, que quizás sea el entorno social (minorías marginadas, niños extranjeros con una barrera de comunicación, etc.), junto con la falta de estrategias e intervención en las propias aulas, lo que está permitiendo que muchos profesionales pierdan las riendas y el control de su buen hacer y desempeño como “acompañantes” en la complicada tarea de educar en inclusión y formación personal de los futuros ciudadanos del mañana.
Por otro lado, debemos considerar que la intervención de las familias, cada vez más implicadas en la realidad y proceso educativo, debe discurrir bajo cauces de cooperación con el maestro, participando y colaborando de forma constructiva para lograr, entre todos, el bienestar del alumno. En este sentido, la realidad no obedece a estos cánones, todo lo contrario, y el profesor debe añadir más carga en su devenir cotidiano lidiando con las cuestiones asociadas al ámbito familiar.
No hace más de 20 años, el papel del profesor era incuestionable y apoyado firmemente por las apreciaciones de los padres cada vez que sus hijos manifestaban las incidencias habituales que se producían en el desarrollo cotidiano de las clases. Sin embargo, de un tiempo a esta parte el frecuente cuestionamiento por parte de los alumnos se convierte en juicios sumarios sin opción a defensa por parte de los docentes ante los comentarios de los padres a la salida de clase.
Así pues y debido al elevado índice de bajas por estrés y ansiedad que se diagnostican a muchos docentes, la Asociación Nacional de Profesores de la Enseñanza (ANPE), decidió crear la figura del Defensor del Profesor, un servicio de atención inmediata y gratuita para docentes víctimas de situaciones de conflictividad y violencia en las aulas.
Como referente de los datos obtenidos en las memorias anuales de esta asociación, en 2013 ya se contemplaba que el 21,6% de los docentes tiene alumnos que lo distraen a menudo, el 18% dice sufrir acoso y amenazas en clase y el 5% ha sufrido agresiones por parte del alumnado.
Por su parte, la Universidad de Murcia, en un estudio realizado sobre los profesores de Primaria, Secundaria y Bachillerato, desveló que un 65% de los profesores en estas etapas educativas sufre el llamado Síndrome de Burnout.
Así pues, delimitemos el campo de definición de este Síndrome de Burnout. Además del registro en agotamiento emocional y la angustia que se experimenta cada vez que se expone a los elementos cotidianos conflictivos, el primer tramo del trastorno se comienza a construir bajo una gran indefensión al no poder afrontar el devenir del día a día. Consecuentemente, el docente intenta desarrollar algún mecanismo de defensa para poder superar emocionalmente este estado anímico, es entonces cuando se produce la “despersonalización” que se interpreta elaborando un repertorio conductual disruptivo para generar, cara al exterior, un cierto distanciamiento hacia los agentes del entorno habitual y que son los causantes del cuadro de angustia y ansiedad crónicos establecidos.
'Síndrome de Burnout: estrés laboral crónico #infografia #health #rrhh ' https://t.co/yLXaFLb769
— Recursos Humanos (@TodosobreRRHH) February 2, 2018
Por último, se constata la tercera fase en la que se desarrolla en plenitud el Síndrome de Burnout, por lo que el afectado comienza a cuestionarse qué hacer con el foco o estímulo que ha generado la situación (alumno, padre, pareja, director, etc.). En este contexto, el cuestionamiento de la propia identificación y realización personal aflora de forma intensa y desencadena el desánimo en plenitud y profunda depresión.
Sobre las posibles soluciones y alternativas a considerar para evitar la expansión de este Síndrome de Burnout, hay que reconocer que es muy difícil llegar a buen puerto, puesto que mientras que unos inciden sobre la aplicación de estrategias y programas rígidos sobre los alumnos, otros defienden la permisividad y atención personalizada al estudiante en todos sus ámbitos y entornos. Lo que sí está claro es que las distintas Administraciones educativas de las comunidades autónomas defienden la autoridad del profesor o, al menos, lo intentan, a través de los planes de intervención y asesoramiento psicopedagógicos de prevención en sus centros (Plan de convivencia).
En definitiva, la clave fundamental es el respeto mutuo, tanto fuera como dentro de las aulas, y sirvan estas líneas para poner en alza el papel de nuestros docentes y la inefable labor que desarrollan en los centros educativos.