Ricardo Morales | 11 de abril de 2017
¿Mejor que Breaking Bad? Esa será la pregunta que se han de formular, con morro arrugado y mirada traviesa, aquellos que en su momento esculpieron el siguiente veredicto sobre tuit de piedra: “Breaking Bad es la mejor serie de la historia”. Y lo harán cuando a ustedes les toque hablar de las bondades y aburrimientos que han supuesto las dos primeras temporadas de su spin-off, Better Call Saul.
O puede que nada de esto suceda. Porque se codea con auténticos seriéfilos; de tempo relajado, de los que vieron The Wire con paciencia y sin sobresaltos, de los que aprecian las subtramas que yacen entre los machetazos de The Walking Dead y las exuberancias de Juego de Tronos.
Quien se ha peleado lo suficiente con Vince Gilligan, creador de las dos criaturas, sabe que la comparación tiene algo de tediosa y de alfalfa para fans romanticones
Quien se ha peleado lo suficiente con Vince Gilligan, creador de las dos criaturas, sabe que la comparación -aunque pertinente por los guiños y paralelismos al universo del profe de química y narcotraficante Walter White- tiene algo de tediosa y de alfalfa para fans romanticones. ¿Por qué?
Porque, si nos olvidamos del Top Ten de Filmaffinity y nos sumergimos en la serie, descubriremos que Better Call Saul es extraodinaria. Como lo fuera/es Breaking Bad. Y aun teniendo el mismo cocinero de fotogramas detrás, son radicalmente distintas.
Si nos sumergimos en la serie, descubriremos que Better Call Saul es extraodinaria. Como lo fuera/es Breaking Bad
A las puertas de la tercera temporada, aquí van algunas contextualizaciones para aquellos que todavía no se han tropezado con Jimmy McGill y sus hazañas.
La serie vuelve a estar ambientada en Alburquerque. En esta ocasión, nos remontamos varios años atrás, antes de que Walter White comenzase a fabricar junto a su exestudiante de colegio, Jesse Pinkman, meta azul en una caravana.
La serie vuelve a tener desierto, narcos y abogados. En este paraje irrumpe James McGill (Bob Odenkirk); en el pasado, Jimmy “el resbaladizo” -un estafador de poca monta- que paulatinamente, capítulo a capítulo, se irá convirtiendo en Saul Goodman -la válvula de escape cómico de Breaking Bad y el abogado más corrupto de Nuevo México-.
Sobre la descomposición moral de este perro callejero, reconvertido en abogado de oficio y que termina como picapleitos de narcos, trata la serie. Esta es la elipsis narrativa
Pero, ¡ay! ¿Qué me dices de los detalles? Ahí es donde se gana el cum laude la última creación de Gilligan. En los enfrentamientos dialécticos, entre los mamporros de Mike (que ya repartía leña en Breaking Bad), entre las jugarretas de los Salamanca, en los sueños americanos que Jimmy recrea en su despacho -ubicado en el almacén de un salón de belleza- o en las visitas de Bob Odenkirk a la casa “desenchufada” de un soberbio Michael McKean (en la serie, Chuck McGill, antítesis de su hermano, Jimmy. Abogado de éxito y que sufre una aversión nerviosa hacia todo aparato con campo magnético propio).
Los dos construyen un perfecto equilibrio entre el ser, el deber ser y lo que termina siendo. Una amalgama de pasiones y rencillas que parten, como viéramos en dramas seriales del mismo estilo (Boardwalk Empire) del entorno familiar, donde una discusión entre hermanos parece más compleja de resolver que cualquier encuentro con Crazy 8.
Tampoco debemos dejar atrás los cameos del siempre exótico y garantía de acción, Tuco. O la historia de tira y afloja, ternura y canalladas entre Kim Wexler y Jimmy McGill.
Better Call Saul es honesta. Es lo que ves. No tiene pretensiones de reminiscencias raras (muy a pesar de los futuribles haters de la serie) respecto a su proyecto madre. Es independiente, con una trama independiente y con personajes que solamente dependen de sus acciones, dotando a guionistas e historia de una libertad de acción que hace de esta serie un gran espectáculo televisivo.
Es un regurgitar de angustias y penurias de un miserable al que cada capítulo ves avanzar con paso firme y corazón hacia el abismo. Y ese camino, merece la pena verlo.
Sin miedo a spoilers, nada más esclarecedor que el final de la primera temporada.
O la experiencia de vértigo del final de la segunda.
Para comienzos de 2017 cabe esperar de Better Call Saul una sucesión de tropiezos por parte de sus personajes que terminen por definirlos, por ubicarlos en un punto de inflexión definitivo, donde hay pocas opciones de retorno para Jimmy y su carrera hacia el bien.
Los mensajes de AMC -la productora de la serie- alientan a alquimistas y profetas virtuales. ¿Volverá Gus Fring (ya presente en la serie, en forma de anagrama en los títulos de los capítulos de la segunda temporada)? ¿Es posible que el dúo policial de Hank y Gómez aparezca en Better Call Saul y se ponga a husmear las turbulentas gestiones de McGill y compañía? ¿Se rizará el rizo hasta que Breaking Bad y Better Call Saul se lleguen a rozar? ¿Es posible que volvamos a ver a Aaron Paul y Bryan Cranston, quien ya ha mostrado su interés por la serie, de nuevo junto a un extinto Jimmy McGill, renombrado como Saul Goodman?
Cerramos con la cita de Walt Whitman (¡Muy pertinente, dirán los romaticones de Breaking Bad!) recogida por Chesterton en “El Club de los Negocios Raros” y que, paradójicamente, sintetiza de forma fabulosa el espíritu de la serie y de su protagonista: «Algo pernicioso y temible, algo incompatible con una vida mezquina y piadosa, algo desconocido, algo absorbente, algo desprendido de su anclaje que bogara en libertad».