Juan Caamaño | 27 de febrero de 2018
Los lectores de EL DEBATE DE HOY hemos podido leer hace unas semanas un titular que decía así: “La fractura del centro derecha es un hecho. El PP debe recuperar el humanismo cristiano”. ¿Algo que llame la atención para hacer alusión al titular? Que haya fractura en el centro, derecha o izquierda no creo sea motivo de sorpresa; que el PP debe hacer parada en su caminar y poner la mirada en cada huella impresa en el camino que lo ha llevado hasta el lugar que hoy ocupa tampoco debe sorprendernos; pero que la invitación sea a recuperar el humanismo cristiano, eso puede ser más llamativo, no tanto por la certeza que guarda la invitación como por la mención a un concepto últimamente muy olvidado.
El hecho señalado me permite hacer una reflexión, a través de diferentes escenarios y diferentes actores, sobre ciertas actitudes y posturas que se tienen frente al humanismo cristiano y su vigencia en nuestros días.
La fractura del centro derecha es un hecho . El PP debe recuperar el humanismo cristiano
Seis años han pasado desde que la señora Cristina Cifuentes presentó una enmienda al congreso del Partido Popular en la que pedía que se retirase la palabra ‘cristiano’ de la ponencia social que decía que el partido «está inspirado en los valores de la libertad, la democracia, la tolerancia y el humanismo cristiano”. Su argumento era que una formación política no podía proponer valores correspondientes a una convicción religiosa y su propuesta, sustituir «humanismo cristiano» por «humanismo occidental o europeo».
La enmienda no fue aceptada, lo cual no debió preocuparle mucho a la señora Cifuentes, teniendo en cuenta que en estos seis años el PP ha dado muestras más que suficientes de que nunca ha tenido la intención de mantener en sus principios y sus formas los fundamentos del humanismo cristiano. Pero más que analizar el argumento utilizado -por su pobreza en cuanto a rigor doctrinal e histórico- interesa poner la atención en la propuesta, pues la destacada política, muy dolida a raíz de la polémica que se suscitó, no se cansaba de afirmar que ella creía profundamente en los principios del humanismo cristiano.
El mensaje de Jesús es incómodo y nos incomoda, porque desafía el poder religioso mundano y provoca las conciencias.
— Papa Francisco (@Pontifex_es) February 16, 2018
Con demasiada frecuencia observamos cómo el uso del término «cristiano» en el ámbito de la política, la educación u otros sectores significativos produce tal rechazo que se llega en unos casos a su eliminación y en otros a buscar un nuevo concepto o término más difuso, más light y que no «chirríe». También con frecuencia somos testigos de cómo la defensa de los principios y las ideas en los que se cree, y que se consideran son los más adecuados para trabajar en favor del bien común, queda aparcada o relegada a un segundo plano en beneficio de otros intereses, por vergüenza o por el sometimiento a las ideologías dominantes. Y esto ocurre entre los creyentes y no creyentes. En este sentido, se entiende que la propuesta a la que hacemos mención llevase el calificativo de «occidental o europeo», de la misma manera que podía llevar el de «tolerante», «asimétrico» o «progresista», términos mucho más afines al pensamiento posmoderno. Pero que esto ocurra no debe llevarnos ni a la sorpresa ni a los lamentos sino a la acción, a buscar la respuesta adecuada, cuyo primer paso ha de ser tener los argumentos que la razón y la fe nos proporcionan para defender aquello en lo que creemos y, en segundo lugar, estar prevenidos para no caer los propios cristianos en las «trampas» que el secularismo nos ofrece.
Tengamos en cuenta que a lo largo de la historia han aparecido muchos humanismos con diferentes caras, y aunque el análisis y valoración del aspecto humano se pueda considerar como un elemento común a todos ellos, nada más lejos de la realidad; precisamente por su referencia a Cristo, el humanismo cristiano será el único que ofrezca una visión del ser humano como imagen de Dios y, por ello, ensalza su dignidad y su libertad.
El gran filosofo Julián Marías, un firme humanista cristiano, ya advertía sobre la progresiva despersonalización del ser humano, que podía acabar convirtiéndolo en un animal, un objeto o una cosa: “Ha sobrevenido históricamente una despersonalización, venida desde fuera, a causa de interpretaciones teóricas que han ido haciendo su camino hasta desplazar la evidencia inmediata de la personalidad”.
Para evitar los presagios de Julián Marías -muchos de ellos ya cumplidos-, los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI pusieron gran empeño. En el año 2003 se celebraba en Roma un congreso internacional dedicado al Humanismo cristiano en el III Milenio. Se reunieron más de quinientos filósofos, teólogos y profesores, a los cuales se dirigió Juan Pablo II invitándoles a tratar las principales causas y factores que consideraba que eran un obstáculo en el camino del humanismo cristiano: pérdida de confianza en la razón y en su capacidad de alcanzar la verdad, rechazo de la trascendencia, nihilismo, relativismo, olvido del ser, la negación del alma, el predominio de lo irracional o del sentimiento, miedo al futuro y la angustia existencial.
Doctrina Social de la Iglesia, una respuesta válida ante los desafíos de nuestra sociedad
Años más tarde, el 28 de enero de 2010, precisamente día de santo Tomás de Aquino, Benedicto XVI se dirigía a los miembros de las Academias Pontificias para resaltar la importancia de su labor e invitarles a que “sean hoy más que nunca Instituciones vitales y vivaces, capaces de percibir agudamente tanto las preguntas de la sociedad y de las culturas como las necesidades y las expectativas de la Iglesia, para ofrecer una contribución adecuada y válida y promover así, con todas las energías y los medios a disposición, un auténtico humanismo cristiano”.
El pensamiento de Benedicto XVI había sido analizado y apoyado en el libro Dios salve la razón (2008), donde diversos intelectuales de diferentes países, culturas y tradiciones religiosas coincidían en proponer un nuevo humanismo que integrase de manera nueva la relación entre fe y razón. En la presentación del libro, uno de sus autores, Gustavo Bueno, buen conocedor de la escolástica, se permitió decir: “Extiendes la vista por el mundo y ves que el papa Benedicto XVI es de lo poco aprovechable que anda por ahí”.
¿Cuál sería la conclusión a estas reflexiones? Que el cristianismo exige acomodar la propia conducta a la fe profesada. La Iglesia y sus pastores guían a sus fieles, pero a nosotros, los laicos, nos corresponde la acción, ser “almas-lámpara”, que decía Ángel Herrera Oria. Y estas reflexiones se exponen en un medio que, en palabras de su director, “pretende analizar la realidad desde los planteamientos del humanismo cristiano”, como no podía ser de otra manera, siendo una obra de la Asociación Católica de Propagandistas. El mismo espíritu que guía al Instituto de Estudios de la Democracia, que analiza y reflexiona sobre los problemas de la sociedad desde el respeto a los principios básicos del humanismo cristiano, porque, como ha dicho en numerosas ocasiones su presidente, José Manuel Otero Novas: “La operatividad social del humanismo cristiano es inmensa, es la doctrina social más implantada en el mundo… la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 es una rotunda apología del humanismo cristiano”.