Juan Velarde | 07 de marzo de 2018
Asombra mil veces que, a estas alturas, se sostengan ciertas tesis. Por un lado, se encuentra el mensaje populista, que una y otra vez se ha expuesto cómo nos llevaría, si se pusiese en acción, a un cataclismo económico. Por si se quería una contrastación empírica, ahí está el caso de Grecia, que aceptó electoralmente el triunfo de planteamientos populistas, con gran entusiasmo, por ejemplo, en los populistas españoles. En 2017 solo ha logrado crecer un 1,3% el PIB y ha pasado a tener una tasa de paro del 20,5% en septiembre, con lo que ha conseguido superar la tasa española con gran amplitud y, además, tiene un déficit en la balanza por cuenta corriente de mil millones de dólares, un déficit del 0,7% y, para terminar de fastidiar cualquier intento de mejora, los tipos de interés de los bonos gubernamentales a 10 años están en el 3,70%, cuando en España están en 1,70%.
Los tres hitos de la economía española durante la crisis . No todo se debe a los vientos de cola
Pero, simultáneamente, también surgen otras propuestas para empobrecer. Esta, concretamente, es la que realmente se ha expuesto basándose como autoridad económica en ese gran literato que es G.K. Chesterton, jamás tenido en cuenta como experto en ciencia económica. Léase el artículo Formas de egoísmo, publicado en XLSemanal por Juan Manuel de Prada. Intenta secundar en él las diatribas contra el capitalismo de Chesterton y para ello propone cortar el tráfico comercial internacional, porque la mercancía “que recolectan en Marruecos o fabrican en China” es fruto de personas mal remuneradas, pero a causa de eso, por ejemplo, al ser productos más baratos, ha tenido que cerrar la “sastrería de la esquina porque se quedó sin clientes”.
Y según este testimonio, además, “la mercancía que llega de China o Marruecos es mucho más insípida que la que se cultivaba aquí en el huerto vecino y, desde luego, está más torpemente confeccionada que la que comprábamos en la sastrería de la esquina”.
La solución, pues, es el retorno al proteccionismo; ese que había reducido el hambre y el analfabetismo. Cuando vemos las estadísticas de hace un siglo, comprobamos que eso afectaba a muchísimos españoles que dependieron del huerto y del esfuerzo de ese sastre ponderados en este artículo. Hace sencillamente un siglo, cuando en España habían triunfado esas políticas que cortaban la llegada de productos de Marruecos, de China y de casi todas partes, el resultado era, por ejemplo, como derivación de la pobreza existente, que la tasa bruta de escolarización de los niños de 5 a 14 años fuese el 43,1%. Además, respecto al hambre y sus consecuencias, hemos pasado, gracias a esa apertura al comercio internacional relacionado con el mecanismo de los precios a comienzos del siglo XXI, a situarnos dentro del grupo de países de desarrollo humano muy alto. Ocupamos en ello el puesto 15 mundial, entre Austria y Dinamarca. Además, los países del ejemplo, China y Marruecos, se han situado en desarrollo humano medio, y precisamente por esa actuación de sus políticas económicas.
Y ya que por motivos documentales se cita en ese artículo a Chesterton, ¿no vale para los católicos más la cita que Juan Pablo II escribió, precisamente sobre el capitalismo, en la encíclica Centesimus annus? Y esa diferencia se debe a que Juan Pablo II sí estudió lo que dicen los economistas, esos despreciados por Juan Manuel de Prada.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.