El Debate de Hoy | 08 de marzo de 2018
La huelga feminista pretende ser un punto de inflexión en la lucha por la igualdad. La politización de esta iniciativa ha generado una polémica que analizamos en EL DEBATE DE HOY con diferentes voces autorizadas.
Coincidiendo con la celebración del Día de la Mujer Trabajadora, se ha convocado una huelga feminista que pretende reivindicar la igualdad de derechos y oportunidades, así como el fin de todas las formas de violencia machista.
Los términos en los que se llama al paro han provocado una intensa polémica, con un manifiesto en el que se mezclan las consignas feministas por la igualdad con otros asuntos como el antiimperialismo, el cambio climático y hasta el laicismo. En EL DEBATE DE HOY reunimos las voces, a favor y en contra de esta huelga, de mujeres de diferentes sectores de la sociedad para mostrar una fotografía completa de lo que pretende ser el 8M.
No creo en los “derechos de género”, creo en los derechos de la persona. Por lo tanto, no estoy a favor de una huelga de género. Estoy a favor de que se garanticen los derechos de las personas, mujeres y hombres. No hay más que leer el texto íntegro del manifiesto que inspira esta huelga para descubrir su carácter sectario y frentista. Repito, hay que garantizar los derechos de todos, también los de la mujer, ¡por supuesto! Es indecente que miles de mujeres sufran cualquier tipo de discriminación, pero estos grupos que pretenden instrumentalizarnos, a mí, al menos, no me representan.
Existen motivos para secundar esta huelga porque la ausencia de corresponsabilidad real así como de visibilidad de las mujeres conlleva, inevitablemente, la falta de reconocimiento de las contribuciones de las mujeres al progreso de la humanidad y su sostenimiento, las cuales, además, se han realizado sin gozar de los privilegios que el patriarcado concede a los hombres.
Brechas salariales, precariedad laboral, techos de cristal, situaciones de doble discriminación, agresiones sexuales y violaciones, acoso, trata de mujeres y niñas, explotación sexual, vientres de alquiler, violencia en el ámbito de la pareja y la expareja, feminicidio… los obstáculos a los que nos enfrentamos las mujeres son numerosos y, como vemos, constituyen un grave problema social.
Cada vez son más las mujeres que desean deshacerse de las cadenas del machismo, pero esa liberación, si bien pacífica, no está exenta de víctimas ni está siendo un proceso fácil.
No haré huelga este 8 de marzo. Porque no quiero que me utilicen, porque es una convocatoria partidista e interesada por la que un grupo de interés se quiere apoderar de una efeméride que no es solo suya, nos pertenece a todas. No haré huelga porque su manifiesto destila odio hacia los hombres y yo quiero convivir con ellos. Son la pareja, el padre, el hermano, el hijo, el compañero, no el enemigo. No haré huelga este 8 de marzo porque trabajar en libertad me parece la mejor manera de honrar a mi madre y a mis abuelas, que con su trabajo removieron muchos obstáculos, y a mi padre y abuelos, que las respaldaron y apoyaron. No haré huelga porque, aunque en la vida profesional y familiar las mujeres tienen aún barreras y techos que romper, creo que la mejor manera de hacerlo es demostrando nuestra valía. No haré huelga porque yo quiero celebrar el Día de la Mujer Trabajadora reivindicando mi derecho al trabajo.
Para mí, como política, pero sobre todo como mujer, estamos ante un 8 de Marzo histórico y trascendental por la fuerza imparable de un colectivo que supone más de la mitad de la población pero que todavía sufre muchas discriminaciones. Discriminaciones laborales, como es la brecha salarial o más desempleo, en el hogar, en la vida pública y en la vida privada, sufrimos acoso y, lo que es más terrible, la violencia de género.
Nosotras debemos ser un altavoz para todas ellas, en cada una de las movilizaciones, concentraciones y actos feministas de este 8M porque hay que visibilizar el peso y el papel que tenemos en la sociedad y denunciar lo invisibles que todavía somos en los centros de poder y de decisión. Hay que tomar consciencia de que muchas mujeres no podrán secundar estos actos porque precisamente son las que más sufren el machismo. Por todas ellas, hay que seguir empujando este movimiento internacional que es imparable.
Esta huelga, convocada por el feminismo más radical y ofensivo, no merece, en mi opinión, ser secundada. El manifiesto que sirve de base a la movilización victimiza a la mujer frente al hombre y la retrata como alguien sin capacidad para tomar libremente sus propias decisiones. Este manifiesto, esperpéntico, creo que no representa la realidad -en la España de hoy- de la mayoría de las mujeres y no da respuesta a nuestras legítimas inquietudes y necesidades. Me siento mucho más identificada con el «Feminismo Femenino», como lo define el obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, que con este feminismo de género radical.
Sería necio obviar que el hecho de que la sociedad española se remueva en pro de la igualdad de la mujer en derechos y deberes es esperanzador, aunque esto no implica que todas tengamos que ser transigentes con las reivindicaciones de determinados sectores, que han aprovechado una cuestión tan necesaria para incluir proclamas que más tienen que ver con ideologías concretas que con el papel real de la mujer en la sociedad. Pero estas reivindicaciones y el rechazo a las mismas no deben desviarnos del hecho de que España, todavía, en gran medida sigue siendo machista.
Las mujeres cobran menos, tienen menos acceso a las cúpulas de las empresas, no tienen apoyo en materia de conciliación, las tareas del hogar siguen siendo desequilibradas y siguen siendo las principales víctimas de la violencia en la pareja, por citar varias cosas de las que nos conciernen. Sumarse o no a la huelga es una decisión muy personal, difícil de calificar de forma general, pero obviar que existe un problema es no colaborar en su solución.
Finalmente, a nosotros como Iglesia nos compete también hacer autocrítica, como hace el papa Francisco desde el inicio de su pontificado. Hace pocos días, el suplemento Donne Chiesa Mondo del periódico de la Santa Sede, L’Osservatore Romano, publicó un reportaje en el que varias religiosas al servicio de cardenales reconocían de forma anónima que realizaban servicios domésticos en condiciones humillantes. El machismo sigue existiendo, dentro y fuera de nuestras filas.
No hay motivos, en absoluto, por quien la convoca: pues detrás hay corrientes que se nutren de un feminismo radical y de género; por los modos que utiliza: ya que se fomenta un enfrentamiento entre el hombre y la mujer, y considero que las personas no estamos llamadas a enfrentarnos sino a comprendernos y ayudarnos; por la metas y objetivos que plantea: en los que mezclan reivindicaciones muy diversas y de muy distinto tipo. No comparto la operación propagandística que hay detrás, ni las etiquetas y clichés que se proponen para todas las mujeres. No cabe duda de que el ámbito familiar, laboral, educativo, sanitario, etc. y, en definitiva, la sociedad entera necesita mucho la riqueza que aporta la mujer como madre, como trabajadora, como esposa y como compañera de trabajo, pero también creo que el valor, la dignidad de la mujer, de la maternidad y de su trabajo no se defiende de este modo, en el que se incita a la lucha y al enfrentamiento, sino en una perspectiva de familia, en el que cada uno de sus miembros es valioso, digno y querido por sí mismo. La maternidad necesita la paternidad y viceversa. Los hombres y las mujeres queremos entendernos en todos los ámbitos de la vida, deseamos ser felices y esto no se logra con luchas y enfrentamientos sino con entendimiento, respeto y buen hacer por ambas partes.
No voy a seguir el paro porque tengo mucho que hacer. Porque no me gusta el revanchismo. Porque amo a mis hijos varones tanto como a mis hijas. Porque quiero construir por y para la familia, porque me gusta trabajar con hombres. Porque no me creo esa superioridad femenina que se nos predica. Porque ser complementario no es ser contrario. Porque la igualdad requiere de equidad. Porque esto no va a ningún lado salvo a la creación de estereotipos forzados que nos reducen en nuestra feminidad y en su masculinidad. Porque el feminismo debe ser integrante e integrador, generador de vida y acogida.
Nosotras, las mujeres, representamos la mitad de la humanidad. Nosotras, las mujeres, somos seres dotados para toda clase de habilidades: trabajadoras dentro y fuera de casa y en la casa, cuidadoras, esposas, madres, hijas, enfermeras, organizadoras, administradoras de la economía familiar. La lista sería interminable pero no suficientemente valorada. No afirmar que hemos avanzado mucho sería negar la realidad, pero queda mucho por hacer: igualdad de salarios a igualdad de funciones, formación, cultura y trabajo como arma efectiva para escapar de la lacra de la violencia machista, valorar la maternidad como un bien social y no como un contratiempo a la hora de ser contratada para la vida profesional. En mi opinión, este legítimo afán por la igualdad no puede ni debe convertirse en una cruzada contra los hombres porque ellos son nuestros padres, nuestros maridos, nuestros hermanos y nuestros hijos. Solo sobran los maltratadores, los machistas y aquellos que por ser hombres se creen superiores. Con los demás, mejor caminar de la mano y en complicidad por un mundo más justo.
La huelga del 8M es una nueva y buena muestra de la manipulación que se produce bajo el pretexto de reivindicar cuestiones justas con las que todos estaríamos de acuerdo. Porque junto a pretensiones lógicas y que deberían ser una realidad, como la igualdad salarial en las mismas condiciones sin que sea un factor determinante el que el trabajador sea varón o mujer, los convocantes añaden otras reivindicaciones que para muchas mujeres suponen una opresión y una discriminación porque no pensamos así. El aborto libre y gratuito, la difusión y la imposición de la ideología de género, incluso la coacción en la libertad de expresión, porque según los convocantes “queremos que la Iglesia no se meta”, son los motivos por los que muchos de nosotros, hombres y mujeres, jamás secundaremos esta huelga.
No existen motivos para secundar la huelga del 8 de marzo porque, en primer lugar, es una huelga política que no defiende los derechos de los trabajadores. El único argumento «laboral» de esta huelga es la brecha salarial, que no existe. Esta huelga está organizada para protestar contra el capitalismo, el liberalismo y el patriarcado como supuestos enemigos de la mujer, siguiendo el guion de la ideología de género. Las mujeres tenemos que ser conscientes de que somos iguales en derechos y deberes a los hombres, pero no sus enemigas. No debemos dejarnos manipular ni permitir que las actuales feministas nos callen ni nos impongan cómo pensar, qué decir ni cómo vivir. Esta huelga no nos quiere libres, nos quiere sumisas a su ideología.
No me gusta la huelga feminista porque las mujeres no tenemos un patrón al que exigir nuestros derechos. Sí que hay razones para la lucha, pero ahora luchamos contra una inercia ciega y sin voluntad, fruto de siglos de una dominación explícita. De donde surgirá el cambio, que sí necesitamos, será de la intimidad de los hogares, donde se toman las decisiones de responsabilidad, incluso de la intimidad de nuestras conciencias, donde decidimos qué tiene valor y qué es descartable. Y en esos ámbitos estoy viendo por primera vez un debate sobre el feminismo que no había visto nunca.
La verdad es que una huelga nos obliga a tomar posición en un entorno donde nuestra reputación es vital, como el trabajo. Es fácil salir indemne de una manifestación, pero dejar de trabajar o seguir trabajando cuando tus compañeras paran exige saber darse razones profundas del porqué y en ese sentido la huelga se ha convertido en un gesto exigente que está llevando ese debate hasta los rincones donde tenía que llegar. Lo ha llevado incluso al interior del propio feminismo, donde se están alzando voces discordantes contra una corriente homogénea que parecía haberse apropiado de nuestra representación.
Tengo gran respeto por los gestos que se hacen de forma comunitaria: aplaudir en un teatro, abuchear, ponerse en pie, salir a la calle con un lema, guardar silencio… Por eso no me gusta aplaudir cuando no me ha gustado la obra o guardar silencio si no voy verdaderamente a dejar que el motivo de ese silencio me conmueva. Me proponen ahora «hacer un paro por ser mujer» (lo llevo siendo desde hace 40 años) y las razones por las que me lo proponen no me parecen nuevas, tampoco creo que hayan sido agravadas últimamente, y ni siquiera creo (en realidad, estoy segura) de que con el paro se vayan a convertir en un aldabón para la conciencia. Realmente considero que es un gesto que ha perdido la fuerza para ganar en ruido. Anhelo profundamente un diálogo.
La huelga feminista no es más que un instrumento de manipulación. No hay duda de que la igualdad de derechos y deberes ha de defenderse cada día. La sociedad debe luchar para erradicar la vergonzante cosificación de la que la mujer es víctima en muchos lugares del planeta. Sin embargo, el feminismo radical no fomenta esa paridad, sino el odio hacia el hombre. Sus reivindicaciones se cuelan por la rendija que la ausencia de pensamiento, formación y personalidad deja entreabierta.
Ningún sexo es superior al otro y ambos poseen idéntica dignidad. El hombre no es nuestro enemigo, es nuestro compañero de vida. Si nos lamentamos porque durante siglos de historia el varón ha decidido en nuestro nombre, evitemos que otras mujeres guíen nuestros actos ahora.
El 8M las mujeres estamos llamadas a dejar de trabajar, de estudiar, de cuidar a la familia… Como en toda huelga, el sujeto pasivo se convertirá en la víctima. La única consecuencia de la convocatoria será la falta de servicios al ciudadano, el colapso de las ciudades, las pérdidas económicas y, en especial, la desatención a los nuestros. Mañana la sociedad no amanecerá más justa, pero sí más enfrentada.