Antonio Martín Puerta | 12 de marzo de 2018
En tiempos de desasosiego y desorientación como los actuales tienden a florecen falsos oráculos, posturas milenaristas, sentimientos apocalípticos, pesimismo e irracionalismos. Nada nuevo en realidad, pero siempre aparecen también mensajes que desde la sobriedad y una perspectiva elevada y espiritual recomiendan el retorno a la razón, que, en su recto sentido, incluye el reconocimiento de la presencia del misterio. Del misterio de la permanente presencia de Dios en medio de un caos que también tiene su finalidad y su sentido. Este es el recordatorio que aparece en el fascinante libro de Rafael Sánchez Saus, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Cádiz y en su momento rector de la Universidad CEU San Pablo, Dios, la historia y el hombre. El progreso divino en la historia.
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Tras una notable síntesis de posiciones de analistas de la filosofía de la historia, nos sitúa ante el hecho central: la razón humana no puede explicar plenamente el sentido de la historia, pues esta se incardina en el tiempo. Mas el cristiano sabe que el tiempo de Dios no es el tiempo de los hombres, sobre lo que comenta: “Nos parece importante subrayar que el encuentro definitivo del tiempo de Dios y del tiempo de los hombres necesitó, para inscribirse plenamente en la historia, de un espacio concreto donde realizarse”. Se trata del momento de la Encarnación del Verbo en un concretísimo lugar del tiempo y del espacio. Sobre ello alerta el autor: “Nos resulta dolorosamente claro que un efecto inevitable de esta tendencia tan arraigada en nuestra cultura, de la visión cínica, negativa y desesperanzada que señorea los movimientos ideológicos y utopistas en relación con la historia, es la radical desaparición en ella de la huella de Dios”. Algo que conduce “a la visión negativista y autodestructiva que denunciamos”. Ello basado en una errada perspectiva y una equivocada metodología, pues “la universalidad que hoy se discute a la historia no es más que una consecuencia de la crisis de identidad de Occidente, que al retraerse de su misión de ofrecer al conjunto de la humanidad un sentido de la historia común ha provocado la quiebra de aquella idea”.
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Sánchez Saus nos alerta en Dios, la historia y el hombre. El progreso divino en la historia: “La Historia no es, como pretendía Hegel, aquello que nos hace ‘entender todas las cosas’, sino en medida muy importante aquello que, precisamente al contrario, nos enfrenta en cada época a lo paradójico, erróneo y en gran medida incomprensible, también al mal y al pecado, como aquello que deja un rastro inexplicable en ella. Porque todo, tanto lo bueno como lo malo, contribuye a ese proceso de maduración de los hombres y de la humanidad que acabará realizando el plan de Dios”. Previamente recuerda que “el cristiano, según san Agustín, debe encontrar sentido a la sucesión de acontecimientos, en los que siempre el bien y el mal se encuentran mezclados en posición variable, con la vista puesta en lo trascendente”.
Desde la perspectiva cristiana, la visión del discurrir de los hechos tiene diversos escalones: la crónica, la historia, la filosofía de la historia y, finalmente, la teología de la historia. La penúltima nos ha venido a ofrecer sistemas claramente viciados, en los que fácilmente se detectan errores metodológicos y predicciones interesadas; y aunque conecten con la aspiración del hombre a buscar certezas y alcancen temporal prestigio, nunca acaban de saciar ni de convencer. Solo el último elemento –el trascendente-, que no busca construir sistemas, sino explicar el sentido último, acaba de completar la visión del conjunto. Y de incluir la esperanza.
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Sobre algunos de esos vicios comentaba Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo: “Desde el punto de vista del racionalismo, la historia con sus incesantes peripecias, carece de sentido, y es propiamente la historia de los estorbos puestos a la razón para manifestarse. El racionalismo es antihistórico”. A la par que añade sobre la posición relativista: “En primer lugar, si no existe la verdad, no puede el relativismo tomarse a sí mismo en serio. En segundo lugar, la fe en la verdad es un hecho radical de la vida humana”. Rafael Sánchez Saus nos sitúa –algo a lo que no llegó Ortega- ante la necesidad de superar esas limitaciones por la vía de la trascendencia. Lo que, en tiempos de desazón, vuelve a ser “el tema de nuestro tiempo”. Un texto para recordar.