Cristina Noriega | 01 de abril de 2018
El sexting en adolescentes, entendido como el envío de material sexualmente explícito a través de medios electrónicos, como fotos y vídeos, está recibiendo una atención social creciente. Y no es para menos, dado el significativo incremento experimentado en los últimos años de estas nuevas prácticas, las cuales suponen un potencial riesgo para los jóvenes.
Un estudio reciente realizado en la Comunidad de Madrid, y publicado en la revista Psicothema, mostró que el 13,5% de los adolescentes de entre 12 y 17 años reconocieron haber hecho sexting al menos una vez, enviando mensajes escritos con contenido sexual explícito (10,8%), compartiendo fotos propias (7,1%) e incluso vídeos (2,1%). Aquellos que participaron en prácticas de sexting en el último año admitieron haberlo realizado una media de seis veces. Estas cifras se ven incrementadas exponencialmente a medida que avanza la edad, hasta el punto de que más de uno de cada tres adolescentes (36,1%) ha realizado sexting a los 17 años.
Aunque la prevalencia del sexting es mayor en adolescentes mayores, este estudio muestra la entrada de preadolescentes en prácticas de riesgo en un momento que es especialmente vulnerable. Ante esta situación, debemos plantearnos el porqué de estas cifras tan elevadas.
La adolescencia es una etapa en la que el sujeto experimenta numerosos cambios, descubrimientos e impulsos y cuyo principal reto es la construcción de la identidad, incluida la identidad sexual. Si bien la toma de decisiones impulsiva ha sido durante mucho tiempo una característica propia de la adolescencia, las fotos o vídeos compartidos online pueden vivir para siempre, especialmente si estos se hacen virales. Sin embargo, muchos adolescentes aún no tienen la madurez emocional suficiente como para procesar y ser conscientes de las situaciones potencialmente negativas que pueden suceder en el mundo digital, así como sus consecuencias.
Son muchos los estudios en los que los adolescentes entrevistados admitieron que los mensajes sexuales se envían inicialmente como un signo de “amor”. En este sentido, para muchos adolescentes el sexting puede actuar como una forma de llamar la atención de alguien por el que se sienten atraídos, expresar y ganar la admiración de sus pares e, incluso, como un reemplazo para el sexo mismo. En otras ocasiones, la presión de los compañeros juega un papel clave (los cuales son el principal referente en la adolescencia), en el que el adolescente se puede sentir presionado a enviar/recibir un mensaje con el que no se siente completamente cómodo.
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Independientemente de las razones que lleven al adolescente a realizar prácticas asociadas al sexting, parece haber un claro acuerdo en que la mayor disponibilidad de las nuevas tecnologías a edades cada vez más tempranas (ej: uso móviles con conexión a internet y sin supervisión parental) coloca en una situación de alta vulnerabilidad a los preadolescentes, que todavía no son lo psicológicamente maduros como para ser conscientes de los riesgos asociados al sexting.
El sexting, ya sea primario (producción del material) como secundario (acceso al material), puede entenderse como un importante riesgo potencial para los adolescentes. Si un material que ha sido enviado por el adolescente como algo privado, como puede ser una foto, acaba siendo compartido sin su consentimiento, el derecho a la intimidad, al honor y a la propia imagen se ven totalmente vulnerados, creando unos daños emocionales muchas veces difíciles de reparar. Del mismo modo, los adolescentes que realizan estas prácticas pueden ser una víctima potencial de victimización (ej: sufrir acoso online, ser embaucados por un depredador sexual, padecer chantajes, coacciones o venganzas…). Incluso, los riesgos pueden estar presentes aunque el sexting se mantenga en el ámbito privado, al poder conducir en algunas ocasiones a otras formas de comportamiento sexual arriesgado o inapropiado, como promiscuidad, sexo inseguro o infidelidad sexual.
Ante esta situación, es importante que los adultos tomemos conciencia de que el sexting es una realidad en muchos adolescentes y, por tanto, la prevención es fundamental. Los adultos no tienen que ser tecnológicamente competentes para hablar con los adolescentes sobre el sexting. Lo importante es el desarrollo de un proyecto educativo basado en los valores (ej: respeto a los demás y a uno mismo, respeto de las normas sociales, privacidad, intimidad), la promoción de relaciones afectivo-sexuales sanas, la buena toma de decisiones, así como informar sobre los posibles riesgos, factores y consecuencias de estas prácticas.
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Lamentablemente, la educación en los afectos ha recibido muy poca atención y cuando se habla de este tema se plantea desde un enfoque muy limitado a la parte biológica, ignorando aspectos clave como el respeto, la intimidad, la privacidad, la afectividad, la negociación de las relaciones sexuales, la autodonación… En este sentido, es importante que los adultos se muestren disponibles para acompañar a los adolescentes a reconocer y manejar sus sentimientos y emociones (ej: inseguridades, miedos, dificultades en las relaciones con los iguales, etc.). Si se habla con ellos desde el cariño y el respeto, es más probable que el joven recurra a sus padres/profesores en cuanto tenga algún problema o necesite información.