Antonio Alonso | 02 de mayo de 2018
Afganistán corre el riesgo de convertirse en uno de esos conflictos olvidados que, por no haber captado suficiente atención por parte del público internacional, se deja que se vayan “pudriendo” en el cajón de la historia. Quizás sea porque durante más de una década ha estado “demasiado” presente en los medios españoles, sea porque parece que ya hemos abandonado aquellas tierras, o sea porque han aparecido otros escenarios bélicos más novedosos o llamativos, la cuestión es que se corre el peligro de que aquella situación se enquiste, nos acostumbremos a ella y acaben siendo en vano tantas vidas y tanta sangre -también española- derramada allí.
En abril de 1978, Nur Mohammad Taraki y un grupo de militares procomunistas dieron un golpe de Estado contra el Gobierno de Mohammad Daud Khan (quien, a su vez, había derrocado en 1973 a su primo, Mohammed Zahir Shah, Rey de Afganistán durante 40 años). Por lo tanto, se cumplen ahora 40 años de aquel episodio que dio paso al año siguiente a la invasión soviética del país.
Aquella guerra contra lo que Ronald Reagan llamaba “el imperio del mal” se hizo con muyahidines (guerreros musulmanes) entrenados en Pakistán (apoyados en parte por Estados Unidos) y duraría diez años. Mijaíl Gorbachov dio en 1988 la orden de retirarse escalonadamente del lugar, visto que allí ya poco se podía hacer con los medios materiales de los que disponía la URSS, y la retirada se completa en 1989.
Obviamente, aquella región desértica apenas llamó la atención del público en medio de las noticias que apuntaban a una inminente desaparición de la URSS. Así que Afganistán fue abandonada a su suerte, con una ingente cantidad de material militar ruso pululando por sus tierras, y se vio enfrascada en una guerra civil y en un régimen talibán hasta que unos atentados terroristas, los del 11-S de 2001, cambiaron todo. En aquel momento, un mullah Omar se creyó fuerte frente a las advertencias (que no amenazas) de un Estados Unidos herido en todo su orgullo en su propio suelo, y no entregó a Bin Laden. Su farol no le funcionó y lo acabó pagando: en una guerra rápida, las tropas americanas entraron en Kabul.
Lo difícil fue lo que vino después. Ganaron fácilmente la guerra, pero no pudieron construir la paz. El “país”, dividido y destrozado, reducido a una amalgama de territorios tribales dirigidos por distintos señores de la guerra, aprobó una Constitución bajo el mandato-protección norteamericano. Pero la situación no mejoró, antes bien, empeoró a partir de 2006, al calor del narcotráfico que se empezaba a retomar en aquellos años.
En un workshop organizado en el CEU sobre la retirada americana de Afganistán en 2014, uno de los pocos presentes dijo «Please, do not abandon Afghanistan again”. En efecto, la situación deteriorada de Afganistán no solo afectaba a aquel país, sino que afectaba a los países de alrededor, pero también a los países europeos, que se ven afectados directamente por la inestabilidad floreciente allí.
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Tras varias conferencias de donantes en Europa, se alcanzaron fuertes compromisos económicos de reconstrucción, pero pocos se hicieron efectivos. Aparece, de esta manera, como un pequeño rayo de esperanza el compromiso uzbeko para sacar adelante esta situación, su afán por involucrarse en este conflicto que no le es ajeno ni lejano, sino con el que comparte poco más de 100 km. de frontera.
Shavkat Mirziyoyev, el nuevo presidente que sucedió a Islam Karimov, impulsó en marzo pasado en su país esta conferencia internacional para buscar soluciones al conflicto de su país vecino. Mientras durante casi dos décadas los países centroasiáticos, con alguna excepción, han mantenido una posición de neutralidad (de casi indiferencia), buscando así minimizar los daños que les pudieran salpicar desde Afganistán, parece que hay unos nuevos aires en Uzbekistán y que se ha optado por implicarse más con los vecinos. El presidente uzbeko se ha convencido de que ese es un problema en el que ellos mismos deben trabajar y no esperar que sean actores exteriores quienes lleven el peso de esa responsabilidad -aunque, obviamente, no rechazan su ayuda-.
Esta actitud no es nueva en Mirziyoyev, pues en septiembre de 2017 ya ofreció en Samarcanda, en el trascurso de la conferencia «Asia Central: un pasado y un futuro común, cooperación para el desarrollo sostenible y la prosperidad mutua», todo un programa integral de esfuerzos conjuntos a nivel regional e internacional para garantizar una paz duradera y la estabilidad en Asia Central, incluido Afganistán. Siguiendo las palabras del presidente, no se pueden permitir el lujo de dejar perder la riqueza natural, artística y de civilización que inunda Afganistán.
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La llamada de Mirziyoyev fue clara: ¿va a estar Afganistán bajo el escenario de conflictos y confrontaciones o en el camino de la cooperación y el progreso? Todo depende de la voluntad de los Estados de Asia Central de asumir la responsabilidad del futuro común de la región. El presidente del país más encajonado del mundo es consciente de que para que su país atraiga más inversión extranjera necesita un Afganistán estable. Es un claro ejemplo de win-to-win, donde todos ganan algo: “Un Asia Central pacífica y económicamente próspera es nuestro objetivo más importante y nuestra tarea clave”.
A esta conferencia internacional de alto nivel sobre Afganistán, «Proceso de paz, cooperación de seguridad y conectividad regional», en marzo pasado, aparte del presidente del país anfitrión, Mirziyoyev, y los ministros de exteriores de los países centroasiáticos, asistieron, entre otros, el presidente de Afganistán (Ashraf Ghani), la “ministra de Asunto Exteriores” de la Unión Europea (Federica Mogherini), el ministro de Exteriores ruso (Sergei Lavrov), el de China (Wang Yi) y el de Turquía (Mevlut Cavusoglu). Allí se puso sobre la mesa un asunto delicado de explicar en España, pero que ya salió en la reunión de 2014 en el CEU mencionada anteriormente: los talibanes deben ser parte del proceso de negociaciones. Son unos terroristas, unos guerrilleros, asesinos crueles, que establecieron un régimen del terror durante años en su propio país… Todo eso es cierto, pero no se podrá construir la paz en aquel país sin su concurso.
Por eso, la iniciativa de convertirlos en un partido político recibió el apoyo de los presentes allí.
Como recoge la Declaración de Taskent, de 27 de marzo: “Se debería garantizar la inclusión de los talibanes en el proceso político como un actor político legítimo, la renuncia de los talibanes a la violencia y la ruptura de todos los vínculos con el terrorismo internacional, incluidos Al-Qaeda, ISIS/Daesh y otras redes transnacionales de terroristas (TTN), así como el respeto de la Constitución afgana, incluida la igualdad de derechos de todos los afganos”.
La tarea que queda por delante es ardua y requerirá un esfuerzo más continuado.