Ainhoa Uribe | 04 de mayo de 2018
En los últimos días hemos presenciado algo insólito: el abrazo coreano entre los líderes de una misma patria, que se halla dividida en dos por el paralelo 38º desde la II Guerra Mundial. Corea del Norte y Corea del Sur rompieron sus relaciones en 1950, en una guerra, un conflicto inacabado que mantenía en vilo a los dos Estados, tras el armisticio de 1953.
Tras tanto años dándose la espalda, el acercamiento Norte-Sur ha puesto todos los focos de atención sobre ese cruce simbólico de la frontera a pie de sus presidentes, sobre el objetivo compartido de la desnuclearización y sobre la hipotética futura reunificación. Pero los medios no hablan del verdadero artífice del acuerdo: Donald Trump. Al presidente de los Estados Unidos se le debe este abrazo y el desbloqueo de una compleja situación política, que data de la Guerra Fría y que había llegado a su punto más caliente en 2017-2018.
Las amenazas nucleares del premier norcoreano, Kim Jong Un, nunca habían tenido una respuesta tan clara y contundente como la de Donald Trump. Occidente siempre miraba hacia otro lado, ante los lanzamientos de misiles, realizando llamamientos a la paz, mientras sus vecinos surcoreanos y japoneses temían lo peor y se preparaban para una prueba nuclear de mayor potencia: en Corea del Sur, con constantes simulacros de evaluación hacia refugios seguros; y, en Japón, llegando al punto de reformar su Constitución pacifista para poder disponer de un ejército propio con el que hacer frente a la amenaza.
¿Cómo ha sido posible el desbloqueo? La respuesta es clara: ante el lanzamiento de misiles de medio y largo alcance, Trump recurrió a China al principio para que negociara con Corea del Norte, pero los chinos prefirieron quedarse al margen, para no ver afectadas sus relaciones comerciales con Estados Unidos y no molestar a su “amigo” comunista coreano. Entonces, Trump rompió las reglas del juego diplomático, devolviendo al tejado norcoreano el desafío. Trump empleó duras palabras contra su homólogo norcoreano e incluso llegó a enviar cazas F-15C y bombarderos B-1B a una zona muy próxima a la frontera de Corea del Norte, en el área desmilitarizada que la separa del Sur. Como en el Viejo Oeste, el presidente de Estados Unidos le dijo claramente a Kim Jong Un que no toleraría el uso de armas nucleares y que emplearía la misma moneda. La diplomacia y la disuasión estaban fuera de la mesa de la negociación y podía activarse así una espiral de violencia sin precedentes.
Alta tensión entre Corea del Norte y Trump . Un país capaz de sacrificar a toda su población
Esto es lo que llamaríamos un “juego de suma cero”, en el que uno gana y otro pierde, salvo en un supuesto: que uno de los jugadores o ambos dos se retiren del juego, para evitar la situación de victoria o derrota total. Y así ha sucedido sutilmente: Corea del Norte comprendió el mensaje y decidió cambiar de estrategia. Su primer paso fue participar en los Juegos Olímpicos de invierno, celebrados en Corea del Sur, en febrero de 2018, mandando una delegación de deportistas que, por primera vez, compitieron contra sus vecinos. Los deportistas elegidos, en este caso, fueron las chicas del equipo femenino de hockey sobre hielo. El siguiente paso ha sido el que acaban de escenificar los presidentes, Kim Jong Un y Moon Jae-In, cruzando la frontera, paseando juntos por la zona desmilitarizada y comprometiéndose a la desnuclearización. Dicho compromiso es fácil para Corea del Sur (ya que no cuenta con los arsenales del Norte). Al otro lado de la frontera, sin embargo, la cuestión es más compleja. No se trata de reducir el número de arsenales o de destruirlos, sino de replantear su filosofía, su modelo de Estado, su sistema político y su organización interna.
Corea del Norte, aunque se ampare en las bases del comunismo, ha forjado sus propios principios ideológicos basados en la llamada filosofía “Juche”, desarrollada por su primer líder, Kim Il Sung (el abuelo del actual presidente), y en la filosofía “Sogun”, de su padre, Kim Jong Il. La doctrina Juche significa que Corea del Norte no ha renunciado ni a su expansión territorial ni a la imposición de su revolución comunista; para ello, la estrategia “Sogun” se basa en llevar a cabo esa “revolución” mediante la política militar, en general, y el desarrollo de su armamento nuclear, en particular. Con tal finalidad, Corea del Norte modificó su Constitución en 2012 para autodenominarse “potencia nuclear”. La Constitución hace constantes referencias a la lucha contra el imperialismo, tanto en el preámbulo como en el propio articulado, situando en una guerra permanente a Corea del Norte frente a las agresiones externas del llamado “imperialismo” (en alusión a Estados Unidos y sus aliados, como Corea del Sur o Japón). Por ello, si Trump consigue afianzar el acuerdo, será algo más que un éxito de su política exterior (aunque los medios de comunicación lo silencien), será un éxito para la paz internacional en su conjunto y un gran paso para enterrar los vestigios que todavía subyacen de la Guerra Fría.