Javier Rupérez | 13 de mayo de 2018
WASHINGTON D.C. (EE.UU.) | Con la retirada del acuerdo con Irán, Trump aísla a Estados Unidos y crea fisuras con los aliados que generan dudas entre propios y extraños. Es importante que la situación no pase de ser un desvío ocasional y que no dure mucho.
El acuerdo con Irán, del que Donald Trump acaba de anunciar la retirada de los Estados Unidos, había sido trabajosamente negociado durante la administracion Obama y contaba con el apoyo del resto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad –Rusia, China, Francia, Reino Unido-, además de Alemania y la Unión Europea. Se basaba en la necesidad de coartar la carrera nuclear de los iraníes a cambio de un levantamiento paulatino de las sanciones económicas que durante años habían recaído sobre el régimen de los “ayatolahs”, precisamente por su inclinación a dotarse del arma atómica. El acuerdo fue bien recibido tanto por el lado de Teherán, urgentemente necesitado de la normalización económica en sus relaciones exteriores, como por el del resto de los negociadores, que veían en él una posibilidad de reabrir contactos comerciales y de negocios con un país de reconocidas potencialidades en ese terreno. Bien es cierto que la desnuclearización buscada en el acuerdo no era total y se limitaba a impedir el desarrollo nuclear durante un periodo de diez años. También es cierto que el proceso debería ser observado sin limitaciones por los técnicos de la Organización Internacional de la Energía Atómica. Y así ha sido. Tanto tales técnicos como los servicios de inteligencia y seguridad americanos y del resto de los países firmantes habían podido constatar que los iraníes estaban cumpliendo escrupulosamente su parte del acuerdo.
El acuerdo tuvo desde el principio el rechazo absoluto de Israel y el sobrevenido de Trump ya durante la campaña electoral. Ni uno, a través del primer ministro Benajamín Netanyahu, ni otro, ya desde la Casa Blanca, han dado su brazo a torcer. Por si alguna duda cupiera al respecto, en los últimos días, y ante la posibilidad de que Trump se viera forzado por el resto de los firmantes a modificar su postura, Netanyahu ofreció una insólita rueda de prensa en inglés en la que dijo ofrecer datos ciertos sobre la continuación de las pretensiones nucleares iraníes. Los datos que ofreció eran de 2003. Y la exposición solo podía tener un espectador: el propio Trump, al que se le ofrecían razones aparentes para no variar su postura, cuya última justificación, dada la manifiesta ignorancia que el actual inquilino de la Casa Blanca tiene de los temas internacionales, parece situarse en la obsesión por deshacer el legado de Obama.
Trump denuncia el acuerdo sin presentar alternativas ni prever las consecuencias. El resto de los firmantes han manifestado su deseo de continuar con lo acordado y eventualmente renegociar algunos de sus términos. Pero los iraníes pueden sentir la tentación de acogerse a la denuncia unilateral de una de las partes para declarar inválido el conjunto del documento y, entre otras cosas, reiniciar el interrumpido proceso para dotarse del arma nuclear. Sin olvidar que en el complicado tablero de las relaciones internacionales, tanto chinos como sobre todo rusos pudieran tener la tentación de cubrir a los iraníes en su disyuntiva y reforzar el ala antioccidental en el Oriente Medio, en una reorganización de alianzas que, como ya vamos viendo, acentuaría las tensiones entre saudíes, israelíes y americanos, de un lado, y, de otro, iraníes, palestinos, rusos, hezbollah y asociados. No hay que olvidar que el Israel que pretende por todos los medios impedir que Irán se dote de armas nucleares tiene desde hace décadas en sus arsenales un buen número de tales ingenios, nunca sometidos, por cierto, a ningún control internacional. Israel no es parte del Tratado de No Proliferación de armas nucleares.
No es el Irán de los “ayatollahs” un modelo de civilización y larga sería la lista de sus defectos, delitos y horrores. Tampoco el acuerdo de los tiempos de Barack Obama es un texto acabado de perfección y gracia. Pero sus trabajosamente elaborados términos habían conseguido garantizar un mínimo de estabilidad e incluso de esperanza en una de las zonas más convulsas e impredecibles del mundo. Trump, de nuevo, ha introducido en la ecuación un factor de impetuosa arrogancia, que aísla a los Estados Unidos, crea profundas fisuras con los aliados, genera incertidumbre entre propios y extraños y abre un incómodo interrogante para los que en el sistema internacional llevan desde 1945 procurando que las controversias sean en la medida de lo posible resueltas por medios pacíficos. Estos de Trump han dejado de ser los Estados Unidos que durante décadas, y a pesar de sus errores, muchos identificaron con el imperio consensual. Quieran Dios y la historia que el trecho no pase de ser un desvío ocasional y corto. A lo mejor, Robert Mueller [asesor especial del Departamento de Justicia de los Estados Unidos] ayuda en ello.
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