Juan Caamaño | 01 de junio de 2018
Resulta descorazonador comprobar hasta dónde llega el divorcio entre las instituciones oficiales, quienes las dirigen y componen, o los tiempos de la posverdad en que estamos instalados, con la vida real, ya saben, la que viven las personas ¿normales? ¿Las de a pie? -pónganles el calificativo que más les guste- cuya vida gira alrededor de buscar una sincera y humilde felicidad mientras se superan las dificultades de cada día.
Viene al caso este pensamiento, porque es el que ocupaba la mente de quien, una vez completadas sus andanzas de peregrino, volvía a casa reposadamente mientras leía en el periódico las noticias del día: nuevo presidente de la Generalidad de Cataluña, encuentro entre el presidente del Gobierno y el resto de líderes políticos, o ataques a la libertad religiosa en España. Pocas son las noticias que invitan al optimismo, si no es por los recuerdos vividos en los últimos días.
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Para una mejor comprensión de las reflexiones y cábalas que las noticias provocaban, les invito a compartir algunas de las vivencias del peregrino en su relación con los otros peregrinos. Se podrán imaginar que estamos en pleno Camino de Santiago, y hemos de comenzar señalando que en esta época del año, mes de junio, el 90% son extranjeros; el número muy alto, como también las nacionalidades: australianos, alemanes, italianos, daneses, holandeses o los llegados de Estados Unidos, Francia, Corea del Sur, Taiwán, Brasil, Argentina y Canadá, por nombrar algunos de ellos. La globalización hace años que ha llegado a este camino ancestral, aunque si somos rigurosos hemos de señalar que ya estuvo presente desde los inicios de la peregrinación a la tumba del Apóstol Santiago. El Códice Calixtino, en su Libro I, refleja el ambiente que se vivía en la ciudad compostelana: «A este lugar vienen los pueblos bárbaros y los que habitan en todos los climas del orbe… Allí pueden oírse diversidad de lenguas, diversas voces en idiomas bárbaros…». Han transcurrido algo más de ochocientos años desde que estas palabras fueran escritas; cambia el espacio y el tiempo, pero no los peregrinos y sus emociones.
El pasado año fueron más de 300.000 los peregrinos que solicitaron la Compostela -el certificado de haber realizado la peregrinación-, de los cuales 132.000 eran extranjeros, dándose la circunstancia de que un número significativo repite la experiencia y otros han sido animados por quienes fueron peregrinos en años anteriores. Estos datos ya son motivo para la reflexión, por cuanto nadie se aventura a vivir una experiencia que exige sacrificios a sabiendas de que se va a encontrar con «carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que destilan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con moho». Porque sabrán ustedes que estas son las galanterías que el nuevo presidente de la Generalidad nos dedica a los españoles, y que son sustentadas por quienes lo han alzado a tan alto puesto institucional.
No es negociar amb terroristes. No podem negociar amb l'Estat espanyol.
— Quim Torra i Pla (@QuimTorraiPla) October 3, 2017
En el Camino de Santiago se medita, se reza, se interiorizan las maravillas que la naturaleza ofrece, mientras se escuchan unas sencillas palabras: “Buen Camino”. Al peregrino las palabras se le escapan de los labios, fluyen con facilidad, y cada una tiene sentido por lo que encierra en sí misma: interés por el otro, compartir la experiencia diaria, gratitud o un gran deseo de servicio. Klaus es un danés que ha dejado en casa mujer y tres hijos para vivir la gran experiencia de la peregrinación; diez días de Camino le permiten confesar que en su caminar siente al otro como un verdadero hermano, que el encuentro con cada peregrino le asombra por lo que descubre, del otro y de sí mismo. Dice Klaus que en estos días ha descubierto el verdadero sentido del concepto “bien común”, el de los peregrinos en el Camino, pero que él quiere llevar a su vida diaria en Dinamarca. Y, ante estos recuerdos, es difícil comprender las dificultades de los líderes políticos por encontrarse, que no juntarse, hablar, que no dialogar, escuchar, que no oír; y más difícil entender cómo sus intereses particulares o partidistas priman sobre el bien común de todos.
Entre los muchos aspectos que el Camino ofrece, los peregrinos valoran muy positivamente la acogida, la espiritualidad y las celebraciones religiosas. Bernard es un australiano, de los muchos que llegan de lugar tan lejano. Confiesa que no es creyente, pero le gusta asistir a los actos religiosos en el Camino, sobre todo la misa vespertina en la Colegiata de Roncesvalles; recuerda con emoción la diversidad de origen, de lenguas, de clases sociales, los rezos en diferentes idiomas, aunque si algo movió su corazón fue el canto de la Salve en latín a la Virgen de Roncesvalles, que finaliza con la bendición del peregrino; dice Bernard que en esos momentos sentía que la Virgen lo miraba y le daba esperanza. También Caroline, una joven canadiense, cuenta sus motivos para caminar en dirección a Compostela; lo ha tenido todo, un buen trabajo, dinero o amigos, pero… su vida estaba vacía, y ahora, cada día, la va llenando de pequeñas cosas que la invitan a la trascendencia, salir de sí misma para darse al otro. Vivencias, las de Bernard y Caroline, que son reflejo de la espiritualidad que todo ser humano, por el hecho de serlo, lleva en su interior, lo cual contradice esa cultura que nos invade sustentada en un laicismo radical que todo lo reduce a mero materialismo.
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Las reflexiones que suscitan las noticias del periódico no se enmarcan solo en la situación de España, ni siquiera en la de Europa, sino que podemos referirlas al mundo occidental, donde sus “gentes” sienten una cierta orfandad ante quienes dirigen sus destinos en la política, la cultura o los medios de comunicación, provocando esa confrontación entre la vida real y la vida oficial. Y entonces deciden revestirse de peregrinos, poner sus pies a caminar con la esperanza de que el esfuerzo y sacrificio -lo dicen las ampollas en los pies-, junto con la austeridad que caracteriza al peregrino, irán vaciando la mochila de lo superfluo, al mismo tiempo que se va llenando de pequeños regalos que dan sentido a su vida.
¡Ultreia et suseia. Deus adjuva nos!