Alejandro Rodríguez de la Peña | 13 de junio de 2018
El polémico best seller de Catherine Nixey The Darkening Age (La Edad de la Penumbra. Cómo el Cristianismo destruyó el mundo clásico) está ocupando muchas conversaciones y recibiendo no pocas alabanzas en el ámbito de la divulgación cultural desde que fuera traducido y publicado en español por la editorial Taurus. Más allá de lamentar el excesivo relieve otorgado por la prensa de muchos países a una obra ciertamente de gran éxito editorial pero que, en realidad, no dice nada nuevo y que además está escrita por una autora de segunda fila que ni siquiera es historiadora (es periodista y profesora de filología clásica), creo conveniente dar una réplica a algunas de las premisas sobre las cuales se basa esta obra, premisas que recuerdan añejas leyendas negras sobre la civilización cristiana medieval.
Si tomáramos como válidas las tesis de Nixey, si en efecto el cristianismo realmente hubiera llevado a cabo “la mayor destrucción de arte y cultura de la historia de la humanidad” en los siglos IV al VI, tal y como afirma esta obra, se añadiría a su “historial” el fin del mundo clásico, junto a otras fechorías ya anteriormente imputadas a esta religión, supuestamente destructora de mundos idílicos tales como el paraíso amerindio precolombino, la viril cultura vikinga o el refinado Al-Andalus. Por supuesto, todas estas culturas que tanto lamentan algunos que desaparecieran eran infinitamente más brutales, inhumanas y oscuras que la civilización romano-cristiana que las sometió.
Antes de desmontar punto por punto las falacias en las que se basa La Edad de la Penumbra, conviene recordar que su originalidad es más bien escasa. Las teorías sobre el fin del mundo antiguo como consecuencia de la acción, no de los bárbaros sino de la “oscurantista” superstición cristiana, datan de Edward Gibbon (m. 1794), el historiador francmasón escocés autor del best seller dieciochesco The Decline and Fall of the Roman Empire (Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano, año 1776), una obra monumental que hizo las delicias de Voltaire.
Pero volvamos a las penumbras del libro que nos ocupa. Ya hemos apuntado la escasa originalidad de sus planteamientos. Pero también podríamos apelar a la escasa aportación de nuevos datos. De hecho, los argumentos de Catherine Nixey no son más que un vulgar refrito de libros publicados durante los últimos doscientos cincuenta años, haciéndose eco de la tesis central de Gibbon (particularmente brillantes son los de Jacob Burckhardt, en el siglo XIX, y Arnaldo Momigliano y Peter Brown, en el XX) y apuntalándola con datos extraídos de la investigación más reciente. Lo que ella ha hecho es vulgarizarlos con cierta maestría narrativa. Poco más.
En su review del libro publicada el 13 de septiembre de 2017 en Goodreads (una de las principales publicaciones anglosajonas de reseña de libros), Tim O’Neill califica este libro sencillamente como «easily the worst book I have read in years (el peor libro que he leído en años)» y “una auténtica mascarada”. Y es que, como subraya acertadamente O’Neill, “la historia popularizada de Nixey pretende presentar de algún modo una nueva perspectiva sobre la transición del mundo romano pagano a la dominación del Cristianismo, pero todo lo que nos ofrece es un polvoriento remake del viejo Edward Gibbon adaptado a la época post-Dawkins/Hitchens. En manos de un historiador capacitado este podría haber sido un libro interesante, uno que explicara un periodo fascinante y un tema de interés. Un investigador equilibrado y objetivo hubiera aclarado que esa transición fue en ocasiones violenta y que los cristianos no eran esos amables corderos de la leyenda piadosa de las películas de Hollywood, pero manteniendo al mismo tiempo una visión equilibrada y sin forzar la evidencia documental. Pero Nixey es una periodista, no una historiadora, y lo que nos presenta es una tosca, deformada y polémica descripción de acontecimientos marcada por distorsiones descaradas y prejuicios muy evidentes”.
Esta durísima crítica no se limita a las revistas literarias especializadas. Profesores británicos de gran prestigio, como Averil Cameron (Universidad de Oxford), Peter Thonemann (Universidad de Oxford) y Levi Roach (Universidad de Exeter), han destrozado literalmente en sus reseñas académicas este libro. Vamos a recurrir a estas reseñas para cerrar el análisis de la obra de Nixey.
En su reseña publicada en The Tablet (21 de septiembre, 2017), la profesora Averil Cameron, quizá la mayor especialista viva en Antigüedad Tardía en el mundo, califica el libro de Nixey como un “travesti historiográfico”, una obra sin equilibrio ni objetividad alguna. En palabras de Cameron, “un rápido vistazo a las citas en las notas a pie de página de Nixey resulta reveladora. Se repiten una y otra vez un pequeño grupo de historiadores de una mentalidad hostil al Cristianismo”. Averil Cameron termina su reseña trayendo a colación el probable origen de la tendenciosa mirada de Nixey: “Una educación religiosa muy limitada y sesgada”. Con esto alude al hecho de que los padres de Nixey son un monje y una monja católicos que se secularizaron e impusieron una educación ascética más propia de un convento que de un hogar a su hija, la cual quedó claramente traumatizada.
“Padre Nuestro”. Un libro de Francisco para iluminar la oración central del cristianismo
Detrás de todo libro, en efecto, siempre hay una biografía y una herida. Y este libro es un ajuste de cuentas con una infancia amargada por dos monjes frustrados. El problema es que este ejercicio de psicoanálisis que tantas ventas ha alcanzado en el Reino Unido y España utiliza la táctica de matar al padre. En este caso, la Cristiandad medieval. En su reseña para Literary Review (nº 459, noviembre, 2017), el medievalista británico Levi Roach apunta al meollo del problema del libro de Nixey: “Esta obra concluye recuperando la antigua teoría hace tiempo superada de una Edad Media caracterizada por el estancamiento intelectual y una fe ciega. No resulta difícil detectar en Nixey un ánimo anti-cristiano”.
Por su parte, Peter Thonemann, en su lúcida reseña para The Times (17 de septiembre, 2017) apuntaba de forma sarcástica que el fantasma de Christopher Hitchens, el gran polemista científico y furibundo divulgador del ateísmo más militante, “debe de estar removiéndose de placer en su tumba con este libro”. Creo que con esto está todo dicho.