Javier Urra | 17 de junio de 2018
Antes de nada, deberíamos definir qué es deporte de riesgo. Desde luego, correr en moto, pero posiblemente practicar hípica, hacer alpinismo, y aun esquiar.
Me escribía, a raíz de la noticia, un buen amigo, también psicólogo, indicándome que “el deporte y cualquier actividad que hagamos tiene sus riesgos, unas más que otras evidentemente, pero que las fatalidades viven ocultas, acechando como el león a su presa». Y continuaba, «yo tengo a mis dos hijas practicando patinaje de velocidad desde los 5 años… y se nos encoge el corazón cuando las vemos patinar a 40 kilómetros por hora sin más protección que un casco en la cabeza. A lo largo de su vida han sufrido múltiples caídas, fracturas, etc., pero creo que eso también es educativo, aprender a calcular los riesgos, ser prudentes y aprender a colaborar… Aunque en alguna ocasión hay una fatalidad más grave y entonces nos asustamos todos mucho…”. Estas son las palabras que me envió el magnífico psicólogo de Navarra Josean Echauri. Y lleva razón, no podemos, no debemos, hiperproteger a los hijos, meterlos en una urna de cristal.
Javier Urra: “Creamos niños como el cristal, duros pero frágiles. Tienden a hundirse“
Ahora bien, algunas prácticas de deporte son de sumo riesgo, nadie entendería hacer puenting o rafting. Claro que las federaciones de deportes ponen normas y buscan protección.
El peligro está en otro lugar, en esos padres que buscan, que exigen, que fuerzan, para tener un campeón, que son absolutamente competitivos, que quieren que sus hijos los imiten o que superen las frustraciones que ellos tuvieron.
Hablamos de deporte de riesgo. Pero cuando yo era defensor del Menor, el primero, me vino una joven encantadora, muy triste, muy triste, y me solicitó poder mostrarme sus pies. Estaban deformes, y ella, que había sido muy reconocida, me preguntaba hasta qué punto una niña pequeña debe sufrir entrenamientos tan tenaces para alcanzar un aplauso, una medalla, un reconocimiento.
Podemos pensar en la gimnasia rítmica, el ballet, etc., y los niños son atraídos, pues se sienten muy apoyados y van avanzando, gustan de viajar, y entran en una vorágine imparable. Es más, no querrían dejar de entrenar, de competir. Pero, ¿es lo mejor?
Milenials . La esperanza de que sus anhelos de una vida feliz trasciendan el disfrute hedonista
En España no se puede trabajar con menos de 16 años, entendido como que no se pueden obtener beneficios económicos por una labor realizada de forma continuada. De 16 a 18 años, con permiso de los padres y judicial, los hijos pueden trabajar, pero en actividades que no sean de riesgo físico, psíquico o moral. Recién fui nombrado defensor del Menor, vino a verme la magnífica actriz Lola Herrera para señalarme que algunos padres inducían a sus hijos a trabajar, y mucho, en series de televisión, aun perjudicándoles en el tiempo de juego y de estudio. Abordamos el tema con los sindicatos y con la inspección laboral.
Es terrible perder a un hijo, y aún más por un accidente, y aún más cuando lo estimulas a realizar esa actividad que quiebra su vida. Los padres, mayoritariamente, lo hacen o creen hacerlo por su bien. Y si las normas lo permiten, no cabe el reproche social, bastante sufrimiento tienen ellos.
Pero los ciudadanos debemos cuestionarnos sobre la exigencia que ponemos en general, y específicamente para tener campeones. A nadie se le escapa que Fernando Alonso empezó de niño, y que cualquier tenista también. No se puede ser un gran campeón a los 18 años si no se ha practicado mucho, y con constancia, desde corta edad.
Estamos muy en contra de la sobreprotección, pero también de la explotación de algunos niños o de ponerlos en riesgo. Quizás ellos quieran, pero son niños, no son capaces de valorar los riesgos.
La verdad es que enterarse de la pérdida de la vida de un niño de 14 años en un circuito impacta, impresiona. Por cierto, yo no soy ningún experto en circuitos, pero el de Montmeló, si no me equivoco, ha tenido 3 muertes en los 3 últimos años. Quizás habría que ver y revisar las medidas de seguridad.
A quien esto lea -le cabe preguntarse, o recordar, si entendió que su hijo a corta edad debía correr riesgos- le pido que no sea justiciero con quien piense de otra manera.