Roberto Gelado | 23 de junio de 2018
Cualquier productor capaz de armar un proyecto audiovisual con Richard Price, Steven Zallian y James Gandolfini despertaría, seguramente, maliciosas sospechas de confabulación con algún genio; y, de ser ciertos los recelos, cabría concluir que pocas veces se frotó la lámpara con tan afortunado resultado. Aquel feliz alineamiento estelar se dio hace apenas un par de años, se llamó The Night Of y sigue disponible en el catálogo de HBO.
Aunque el fallecimiento de James Gandolfini –el inolvidable Tony de Los Soprano (David Chase, 1999-2007)– dejara algo huérfano el proyecto antes siquiera de que pudiera salir de puerto, Price y Zallian se bastaron para botar el barco e imprimirle un impulso, inicial al menos, de campeonato. No era extraño, tampoco, porque en aquella sala de escritura se habían juntado nada menos que la pluma neoyorquina al servicio de David Simon en The Wire (2002-2008) y el ganador del Óscar por La Lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993), que ya estuvo nominado una vez antes y logró estarlo otras dos más después.
El reto, actualizar la ya de por sí interesante primera temporada de la británica Criminal Justice (Peter Moffat, 2008), no era menor; pero Zallian y Price no solo estuvieron a la altura, sino que además dieron con un pequeño giro que catapultó la credibilidad de la premisa. Su protagonista, como el Ben Coulter de la original, se veía involucrado en un homicidio después de una noche loca; pero, a diferencia de Coulter, tenía la piel varios tonos más oscura. Ese pequeño detalle les bastó para recuperar, actualizar y potenciar el fascinante entramado de encrucijadas éticas de la serie que les inspiró.
El Nasir Kahn –Naz, para casi todos– de The Night Of es un estadounidense de segunda generación, hijo de paquistaníes emigrados a Queens y carne de conflicto dramático por el crescendo de soslayos éticos de una noche loca que lo llevan, por este orden, a coger sin permiso el taxi de su padre para ir a una fiesta, fingir ser el propietario de la licencia para llevar a una atractiva desconocida a no se sabe muy bien dónde, contravenir su principio de no tomar drogas para ligársela, perder el sentido y despertarse involucrado en un caso de homicidio que ni siquiera es capaz de recordar si ha cometido.
La efervescencia visual de la noche que cae y la vida, las vidas, que amenazan con quedar truncadas es solo la efectista puerta de entrada a unos debates mayúsculos que quedan vibrantemente apuntados en el capítulo piloto y cuyo fuelle alcanza hasta bien mediada la temporada.
James Gandolfini aparece en los créditos de "The Night Of". Iba a interpretar a John Stone, pero murió repentinamente en 2013 #EsHBO pic.twitter.com/wUdgBnsItk
— HBO España (@HBO_ES) December 21, 2016
Por aquí se atisba, de hecho, el mayor pecado de una serie mucho más diestra en amplificar la intensidad emocional de los conflictos éticos de la serie original que en conseguir que su interés alcance a más capítulos que los cinco ideados inicialmente por Moffat. No, la serie no es redonda y su final carece del punch que se le cae al arranque por los costados; pero, aun así, merece mucho la pena.
El antedicho crescendo está tan bien trabado que cuesta mucho desligarse emocionalmente de un protagonista que comete felonías aparentemente tan menores que, para cuando nos damos cuenta de que ya no lo son tanto, no resulta ni mucho menos sencillo discernir en qué momento hubiéramos parado nosotros.
Cambiado el tono al drama carcelario y judicial de los capítulos posteriores al piloto, la serie sostiene su interés mientras le duran las diatribas éticas: ¿hasta dónde justificará el hostil entorno de la prisión -y el no menos hostil entorno judicial- los actos del protagonista mientras está entre rejas? Bien mirado, todo cuanto le sucede a Naz en el piloto es una versión abreviada de lo que luego acontece entre rejas y todo devuelve a la pregunta inicial: ¿hasta cuánto, y sobre la base de qué estamos dispuestos a esquivar la ética? Y más importante aún, ¿qué paisaje queda cuando nos abandonamos a esa suerte ambigua? Que Zallian y Price no acaben de dar una respuesta convincente a tan fundamentales preguntas no debería eclipsar su inestimable tino a la hora de ponernos ante un espejo, el de esas preguntas, tan incómodo como necesario.