Juanma Cueto | 11 de julio de 2018
La vida es un cambio constante. Un giro radical en cuestión de segundos. Nada es para siempre. Cara o cruz. Mil caminos por descubrir a través de un viaje maravilloso. De Mariano Rajoy a Pedro Sánchez, de François Hollande a Emmanuel Macron, de Barack Obama a Donald Trump, de Benedicto XVI al papa Francisco, de la tristeza a la euforia, del calor al frío, de la suerte a la desgracia, rico o pobre, salud o enfermedad… Ejemplos interminables. Metáfora permanente aplicada al fútbol, y al Mundial de Rusia. Julen Lopetegui sabe mucho de eso. Es como la película Match Point del genial Woody Allen. Una bola a la red separa el éxito del fracaso. No importa jugar mal. Si ganas, eres el mejor. Si pierdes, nadie te habla. Castigado sin recreo y a otra cosa, mariposa.
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— EL PAÍS (@el_pais) June 13, 2018
El Mundial de Rusia ha cambiado nuestra perspectiva del fútbol. Se acabó el juego bonito. Solo importa ganar. La pizarra de cada seleccionador es sinónimo de teoría matemática. Es preferible un robot dotado de un perfecto conocimiento táctico, como Casemiro o Kanté, al perfil artístico de jugadores como Isco, Neymar, Messi, Cristiano, Griezmann o Mbappé. El resultado es lo primero. El aspecto físico se impone al don natural de jugar como los ángeles. Nada de filigranas. Hay miedo. Pánico a perder. Un tropiezo y al paro. Rusia nos mandó a casa con un fútbol infame. Todos atrás, aunque esa táctica hizo feliz a un país poco acostumbrado a ganar últimamente. No es excusa. Tenemos lo que nos merecemos. Si aburres a las ovejas con mil pases absurdos, cualquiera te pinta la cara. Fracaso absoluto. ¿Por qué el estilo es innegociable?
A los nostálgicos siempre nos quedará aquella Brasil del 82 que nos enamoró con Zico, Sócrates, Eder o Falcão. Era el jogo bonito. Un carnaval carioca en torno al balón. Pelé abrió el camino. Ganó tres Mundiales y se consagró en el 70 como un niño grande recién salido del recreo. Diversión y magia. También alucinamos con la Argentina de Maradona en México 86 o nuestra querida España, campeona del mundo en Sudáfrica 2010 gracias al histórico gol de Iniesta ante Holanda en la prórroga. El “tiki-taka” triunfó con mayúsculas, pero ya es historia. Hay que saber reinventarse y los nuestros, desgraciadamente, no han sabido hacerlo. Yo me quedo con los Garrincha, Puskas, Bobby Charlton, Cruyff, Platini, Zidane y compañía. Pura sinfonía. Fútbol de toque. Nada de juego directo. Lo contrario que ahora. El Mundial de Rusia es para revisarlo en el VAR y para comentarlo en el bar con los amigos.
Salvo el España-Portugal, Francia-Argentina, Bélgica-Japón o Inglaterra-Colombia, hay poco donde rascar. Triunfa el estilo rácano de selecciones como Uruguay, que ha llegado más lejos que otras potencias con cartel de favoritas. ¿Qué es mejor?, ¿ganar sin casi tirar a puerta o perder justificando el precio abusivo de las entradas? El fútbol directo está por encima del juego de salón. Argentina, Alemania, España o Portugal hicieron las maletas antes de tiempo. Ni ellas se salvaron del KO a las primeras de cambio, pese a contar con estrellas millonarias, ni nosotros de ver partidos infames. El Mundial de Rusia no está siendo precisamente un canto al fútbol brillante. La emoción y las sorpresas no justifican el “aquí vale todo”. Toca mover ficha desde el banquillo. Lo bueno es que hay solución. Como la vida misma. Salvo la muerte, todo tiene remedio… ¿verdad, Woody?